Lun 06.05.2013

EL MUNDO  › HOLLANDE CUMPLE UN AñO EN EL PODER EN FRANCIA ENFRENTADO CON MéLENCHON

El divorcio con la izquierda

La Plaza de la Bastilla se llenó con miles de personas que llevaban escobas, escobillones y cepillos en la mano para “barrer” el sistema actual. El líder del Frente de Izquierda es un duro adversario de la política de los socialistas.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Hace un año, la Plaza de la Bastilla se había llenado de decenas de miles de personas que festejaron hasta que salió el sol la victoria presidencial del candidato socialista François Hollande, luego de derrotar al presidente saliente Nicolas Sarkozy. Un año más tarde, la Plaza de la Bastilla se volvió a llenar, pero esta vez con miles de personas que llevaban escobas, escobillones y cepillos en la mano para “barrer” el sistema actual. Convocada por el Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon, la manifestación marcó el divorcio oficial entre la izquierda de gobierno y la izquierda de la izquierda que, como lo proclamaba una banderola desplegada por un manifestante al pie de la Bastilla, protesta porque “Hollande agrava la fractura social”. Mélenchon es hoy un duro adversario de la política de los socialistas, más incluso que la misma derecha.

La manifestación coincide con el aniversario de la victoria socialista, pero tanto entre la izquierda más dura como en los medios más moderados el tiempo pasado ha acumulado decepciones, retrocesos, ambigüedades, incumplimiento de promesas y, sobre todo, una austeridad programática que fue de hecho el lema central de la manifestación: “Contra la austeridad y la finanza”. Ambas se han combinado en Europa en una mezcla difícil de tragar. “Todo nos ha desencantado durante este año: la política, los hombres que la conducen, la idea general que se desprende del mandato de Hollande y, por supuesto, las consecuencias”, dice Marthe, una joven de 27 años, sin trabajo y casi sin domicilio, que hace un año votó por los socialistas con la certeza de un cambio que jamás se plasmó. “Vida inmediata austera, horizonte austero, dirigentes aburridos: estamos en el pantano de la miseria y el aburrimiento”, proclama Jean Claude, otro joven manifestante. A pesar de su aspereza y su –a veces– excesiva teatralidad, para muchos manifestantes Mélenchon es el único que encarna “otra opción política, el cambio”. El cambio es lo que nunca llega. Sea porque Europa o Alemania no lo permiten, la transformación prometida se convirtió en una paciente y repetida pedagogía sobre la necesidad de la austeridad como metodología de salvación y, tal vez, para más tarde, de crecimiento y reparto. “Pero hace mucho tiempo que estamos en eso. Soportamos los años del mandato de Sarkozy con la misma línea general y la seguimos aguantando ahora desde hace un año bajo un gobierno socialdemócrata. Nos han robado el voto de una manera escandalosa”, protesta Pierre, un empleado del correo a punto de jubilarse.

La Bastilla reunió a los decepcionados de la izquierda que habían votado por Hollande con cierta antipatía, pero con real esperanza. “Sacarse a Sarkozy de encima era una etapa necesaria, pero nunca pensamos que fuésemos a caer en este absurdo”, dice Amélie, una joven estudiante de Química. El sentimiento común era evidente: para la gran mayoría, más allá de los desencantos y las bromas de los carteles, el principal reproche que se le hace a Hollande consiste en que el dirigente socialista encarna un proyecto de sociedad que nada tiene que ver ni con lo que prometió ni con lo que, según el Frente de Izquierda, se imponía como política luego de tres presidencias conservadoras consecutivas. “La cuarta la ganó la izquierda y en vez de ser la del cambio, sobre todo después de la crisis, acabó siendo la presidencia del liberalismo disimulado bajo las sábanas de las buenas maneras. Seguimos en lo mismo: desempleo, despidos masivos, cierre de plantas y empresas, beneficios profundos como el abismo en que está la sociedad para las finanzas y los especuladores”, explicaban con rabia Eléonore y su marido, dos funcionarios de la educación nacional.

Otro miembro del cortejo gritaba medio solo entre la multitud: “Hollande ganó con las palabras, pero, ¿dónde han ido los actos que debían acompañarlos? Se quedaron en las cajas fuertes de los bancos...”. En ese contexto, Mélenchon se lleva todos los aplausos cuando dice ante los manifestantes: “No queremos que la finanza esté en el poder, no aceptamos la austeridad que lleva a nuestro pueblo, como a todos los pueblos de Europa, a un sufrimiento sin fin”. Los socialistas le responden a Mélenchon que si este primer año resultó difícil fue porque hubo que efectuar las correcciones necesarias, y que luego vendrá la hora de los frutos. Pero entre la gente de la izquierda más creativa y contestataria ya nadie les cree. “Ellos –dice Eléonore– no ganaron para corregir sino para cambiar: en suma, nos engañaron para quedarse con el poder y seguir con la misma política.” El Frente de Izquierda no variará su política. Al contrario: piensa acrecentar la presión sobre el gobierno para arrancarle, al menos circunstancialmente, alguna concesión social en un momento en que el gobierno se apresta a golpear la jubilación, el código de trabajo y los subsidios sociales.

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