EL MUNDO › FRANCISCO RECORDó SU INFANCIA Y PIDIó UN APLAUSO PARA LA VIRGEN DE LUJáN
El Papa habló de los excluidos del pasado y se congratuló del cambio de época: “Cuando era niño se escuchaba decir ‘a la casa de ellos no vamos porque no son casados por la Iglesia’”.
› Por Elena Llorente
Desde Roma
El papa Francisco recordó ayer en la audiencia general del miércoles a su país natal, pidiendo un aplauso especial para la Virgen de Luján, patrona de la Argentina. “En este día en el que se celebra a Nuestra Señora de Luján, celestial patrona de Argentina, ¡un aplauso para la Virgen de Luján! ¡Más fuerte! No lo escucho. ¡Más fuerte!”, dijo el Papa mientras los peregrinos argentinos que se hallaban entre los 75.000 fieles que ocupaban la plaza de San Pedro estallaban en aplausos. “Deseo hacer llegar a todos los hijos de esas queridas tierras argentinas mi sincero afecto, a la vez que pongo en manos de la Santísima Virgen todas sus alegrías y preocupaciones”, dijo el papa Francisco.
Pero la jornada del papa argentino fue densa en estímulos y enseñanzas para su gente. Frente a una Iglesia, que en Italia y en Europa en general, es muy tradicionalista, estática y frecuentada casi exclusivamente por gente mayor, el pontífice sacó a relucir nuevas frases provocadoras para sacudir y atraer a quienes se alejaron alguna vez o tal vez nunca estuvieron en el redil católico, como los divorciados y los ateos, pero también contra los “arribistas y escaladores” y para quienes, aun dentro de la Iglesia, como las monjas, se sienten desganados o han perdido las fuerzas. En los tres actos principales de su agenda de ayer, la cotidiana misa en la capilla de Santa Marta –la residencia donde se aloja–, la audiencia privada que concedió a las monjas que participan de la Asamblea General de la Unión Internacional de Superioras Generales y la audiencia general en la plaza de San Pedro, hizo referencia a estos temas.
“Los hombres y mujeres de Iglesia que son arribistas, escaladores, que usan al pueblo, a la Iglesia, a los hermanos y hermanas –a los que deberían servir– como trampolín para sus propios intereses y ambiciones personales hacen un daño grande a la Iglesia”, dijo Francisco en su discurso a las monjas que recibió en audiencia privada en la sala Pablo VI del Vaticano. A las madres superioras y, por ende, a todas las mujeres que han consagrado su vida a la Iglesia, les habló sin pelos en la lengua –cosa bastante extraña en un papa, pero al mismo tiempo por eso muchos lo admiran– de pobreza, de obediencia y de castidad. “Pero por favor, una castidad ‘fecunda’, una castidad que genera hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre ¡y no una solterona! Disculpadme si hablo así, pero es importante esta maternidad de la vida consagrada, ¡esta fecundidad!” En cuanto a la pobreza “se aprende con los humildes, los pobres, los enfermos y todos los que están en los suburbios existenciales de la vida. La pobreza teórica no nos sirve. La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos, los niños”, les dijo, recordando además que la pobreza “enseña la solidaridad, el compartir y la caridad, y que también se expresa en una sobriedad y alegría de lo esencial, que pone en guardia ante los ídolos materiales que ofuscan el auténtico sentido de la vida”.
No se sabe cómo reaccionaron las madres superioras ante semejante mensaje. Lo cierto es que las mujeres tienen poco o ningún poder en la Iglesia. Las que viven o trabajan en el Vaticano no tienen gran autoridad. Se ocupan de muchas tareas domésticas, por decirlo así, como cocinar, limpiar y mantener los departamentos donde viven los cardenales o atender la centralita telefónica de la Santa Sede. Y si por casualidad un periodista se acerca a una monja para hacerle una pregunta en la plaza de San Pedro, ella sale corriendo, a diferencia de los sacerdotes, que opinan y hacen declaraciones sin problemas. Se ha hablado mucho del rol de la mujer en la Iglesia Católica pero, a diferencia de otras religiones, sigue siendo subordinado. Muchos esperan que el papa Francisco también cambie eso.
En la misa en Santa Marta, el Papa recordó su infancia y lo retrógrados que eran los católicos entonces. “Cuando yo era niño se escuchaba decir a las familias católicas: ‘No, a la casa de ellos no podemos ir porque no son casados por la Iglesia’, o porque son socialistas, o porque son ateos. Era como una exclusión. No se podía ir”, dijo haciendo referencia a su vida en Buenos Aires, tal vez en la década del 50, antes del Concilio Vaticano II de los años ’60 que cambió un poco la vida de la Iglesia. “Ahora, gracias a Dios, no se dice más así. La Iglesia ha cambiado en estos últimos 50 o 60 años. El cristiano que quiere llevar el Evangelio debe ir por este camino y ¡escuchar a todos!”, concluyó el pontífice. En Italia, aunque existe el divorcio desde los años ’70, la Iglesia siempre fue muy cerrada con los divorciados, no permitiéndoles, entre otras cosas, tomar la comunión si se habían vuelto a casar. Pero el papa Francisco, consciente de la profunda crisis por la que atraviesa la Iglesia en este sentido, ya encargó a monseñor Vincenzo Paglia, responsable del “ministerio” vaticano que se ocupa de la familia, redactar un documento con nuevas soluciones para los divorciados. Aun existiendo la ley del divorcio, hasta hace algunos años la mayoría de la gente se separaba pero nunca llegaba al divorcio, tal vez precisamente por razones religiosas. Pero ahora las cosas son diferentes y Francisco, por lo visto, está decidido a “construir puentes”, como él dice, para acercar a los que están del otro lado.
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