Dom 12.05.2013

EL MUNDO  › MISA, SALUDOS Y REGALOS DE LOS CRONISTAS ACREDITADOS EN LA SANTA SEDE

El Papa y los periodistas argentinos

Fue el embajador argentino ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, quien gestionó el ingreso de los periodistas a la misa, generalmente reservada al personal del Vaticano y sus familias. Francisco habló de los pobres y explotados.

Hablando nuevamente sobre los pobres y los explotados que deben estar en el centro de la atención y las oraciones de los católicos, el papa Francisco celebró ayer por la mañana su cotidiana misa en la Capilla de la Casa Santa Marta, la residencia donde vive dentro del Vaticano, por primera vez ante un grupo de periodistas argentinos a los que luego saludó individualmente.

Los periodistas, de todos los medios argentinos acreditados ante la Santa Sede, fueron conducidos por la seguridad vaticana hacia el ala derecha de la capilla, donde se le habían reservado las primeras filas de bancos. Se trató de un grupo de unos 12 periodistas y sus familias, incluidos algunos niños, sobre un total de unas 80 personas que participaron de la ceremonia. Fue el embajador argentino ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, quien gestionó el ingreso de los periodistas a la misa, generalmente reservada al personal del Vaticano y sus familias. En efecto, esta vez había también una numerosa delegación de miembros de la gendarmería vaticana vestidos en uniforme.

El embajador y su esposa llegaron a la puerta del Vaticano por la que se accede a Santa Marta –la misma puerta que sirve para entrar al Aula Paulo VI donde se realizan las audiencias generales en invierno, a un lado de la Basílica de San Pedro– a la hora de la cita con los periodistas, es decir a las 6.30 de la mañana, porque la misa comienza normalmente en torno de las siete. Hubo que pasar varios controles de la seguridad vaticana, que con la lista de periodistas en la mano chequeaba los nombres porque, explicaron, siempre hay alguno que quiere “colarse”. Justamente ayer, una monja que dijo ser polaca, no logró entrar aunque lo hubiera deseado.

El embajador Cafiero y su esposa tuvieron la delicadeza de dejar los primeros bancos de la capilla para los periodistas y se sentaron en las filas de atrás. Al final de la misa, tampoco fueron los primeros en saludar al Papa, pero a su turno, el diplomático argentino le entregó un sobre con una lista de personas, generalmente enfermos graves, que le piden al Papa rezar por ellos. “Nos mandan decenas de e-mails a la embajada con estos pedidos –contó el diplomático a Página/12–. Nosotros cada tanto confeccionamos una lista y se la entregamos o se la hacemos llegar al Papa.”

Durante la misma, los bebés y niños presentes hacían todo tipo de ruidos y gemidos. Una de ellos comenzó a repetir en castellano “papa Francisco, papa Francisco”, cuando lo vio aparecer, casi como si quisiera anunciar al resto de los presentes la presencia del Sumo Pontífice. Pero el papa Francisco no hizo caso de nada e, imperturbable, continuó la celebración con total naturalidad.

En la homilía de ayer en Santa Marta, el Papa comentó el Evangelio del día sin ningún texto escrito. Hablando en italiano, hizo referencia a las “llagas de Jesús” en las manos y en los pies. “Si no logramos salir de nosotros mismos hacia el necesitado, el explotado, hacia esas llagas”, no se comprenderá jamás lo que significan las “llagas de Jesús”, explicó.

Con los periodistas, sonriente y acariciando a los niños como hace siempre en las audiencias generales, intercambió frases sobre los temas más dispares, desde el fútbol italiano y el clásico Roma-Lacio –que sería como decir Boca-River en la Argentina– hasta la tierra natal de sus padres en Piamonte (norte de Italia), los jesuitas españoles y la repercusión mundial de su mensaje –que él atribuyó a Jesús–. A todos les pidió que rezaran por él. Un sacerdote español, que al mismo tiempo es corresponsal de una revista que también tiene edición en Argentina y en cuya presentación estuvo presente Bergoglio siendo cardenal, asistió como simple corresponsal, pero terminó siendo invitado por un colaborador del Papa a concelebrar la misa con él.

Algunos periodistas dijeron haberlo visto un poco cansado al papa Francisco. Otros le presentaron un pedido por el sacerdote uruguayo Mauricio Silva, que trabajaba como barrendero en Buenos Aires y fue secuestrado y desaparecido por la dictadura militar en 1977. Muchos otros le llevaron regalos: dibujos sobre el Papa de niños de una escuela católica de Roma, un libro de fotos sobre la región de Asti, donde nacieron sus padres, un poncho de Catamarca y hasta un botín de fútbol gigante con los colores de Brasil y firmas, posiblemente de algún equipo de fútbol de aquel país.

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