Dom 29.06.2003

EL MUNDO  › OPINION

Una tregua no es la paz

› Por Claudio Uriarte

Simplemente porque exista un problema, eso no significa que deba haber una solución.” Las lecciones de esta máxima, formulada con característico sarcasmo por el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, empiezan a ser experimentadas de nuevo en estos días por su rival multilateralista Colin Powell –al frente de un Departamento de Estado cada vez más parecido a las Naciones Unidas–, y por Condoleeza Rice, asesora de Seguridad Nacional de George W. Bush (y, a los efectos prácticos, poco más que su secretaria). Porque Bush, después de otro acto electoral en el lanzamiento de la Hoja de Ruta en Aqaba junto a Ariel Sharon y Mahmud Abbas, prudentemente eligió luego delegar la tarea en Powell y en Rice. Esta delegación, contrariamente a lo que quieren sugerir los periodistas adictos a los cócteles del Departamento de Estado, implica una degradación de la misión. Pero no porque la Casa Blanca no quiera la paz, sino porque los jefes de campaña de Bush se han dado cuenta de que la paz no tiene demasiadas chances.
La última versión de la esperanza es la “tregua” que anunciarían hoy Al Fatah, Hamas y Jihad Islámica –aunque ya hubo una fracción de la primera facción que se desmarcó del compromiso– y el acuerdo entre Israel y los palestinos para evacuar Gaza. Este resultado es claramente indicativo de las limitaciones intrínsecas de la Hoja de Ruta, en el sentido de que no aporta nada nuevo y entroniza como actores del proceso diplomático a quienes están de modo explícito y principista en contra de cualquier proceso diplomático. Bush acordó con Israel esta semana que no le importaba una tregua, sino el desarme de las organizaciones radicalizadas. Esto tenía un aparente sentido: si el plan de paz iba a implementarse, no era conveniente que estuviera sujeto al veto armado de Hamas, Jihad Islámica o incluido las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa (que, solamente por ser laicas e integrar el movimiento Fatah de Yasser Arafat, tienen mejor reputación que las otras dos). En otras palabras, no era conveniente que la Hoja de Ruta fuera desplegada sobre una colección de polvorines. Pero esto era equivalente a dar por sentado que existía un actor central palestino efectivamente decidido y comprometido a ejecutar la Hoja de Ruta. Cuando la demanda de Bush fue transmitida al coronel Mohamad Dahlan, nuevo ministro de Seguridad del novísimo primer ministro palestino Mahmud Abbas, Dahlan la rechazó sobre la base de que comprometía sus esfuerzos para acordar una tregua. Pero si los palestinos hoy ofrecen una tregua para desviar la actual presión por el desarme, no es aventurado pensar que mañana exigirán un precio más alto –como Jerusalén– sólo para mantener la tregua. El proceso de paz es entonces una especie de subasta y referéndum permanente entre las distintas fracciones palestinas, sin que nadie pueda garantizar el comportamiento del conjunto. O puesto de otro modo: el nuevo liderazgo de Mahmud Abbas se parece mucho al viejo de Yasser Arafat, como la Hoja de Ruta se parece mucho al proceso de Oslo; Abbas, como Arafat, se presenta como el titular de una serie de organizaciones incontrolables, o que demandan complicados arreglos sólo para que se queden quietas durante los dos o tres días de visita de un dignatario norteamericano, y muchas veces ni siquiera eso. Si Arafat no era un socio para la paz, no es claro por qué habrá de serlo Abbas.
El acuerdo palestino-israelí para la evacuación israelí de Gaza no altera tampoco las cosas, y en el fondo no es ninguna novedad: Israel nunca quiso Gaza; Gaza no forma parte de la Israel bíblica ni figura en los reclamos de los sectores más irredentistas de la Israel actual, y el proceso de paz de 1993 también empezó por el retiro israelí de Gaza, y no derivó en ninguna paz. Tierras por paz, tierras por guerra, un ejemplar análisis del proceso de paz de Julian Schvindlerman publicado por Galerna, ilustra abundantemente el punto. El otro equívoco es postular que la política exterior norteamericana es automáticamente proisraelí. Aunque Bush apoye a Sharon frente a los atentados, el Departamento de Estado, al denunciar ritualmente el “ciclo de violencia” en la región, pone en unmismo plano de legitimidad a Israel y a Hamas. Pero eso desemboca en fracasos seriales, donde hay proceso pero no paz, porque la misma existencia ambigua del “proceso” significa que sus árbitros son las organizaciones radicalizadas. No es ningún misterio, en estas condiciones, que Hamas haya apoyado, con su “tregua”, un “proceso” que con ella vuelve a estar en condiciones de romper.

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