Mar 28.05.2013

EL MUNDO  › UN PERIODISTA FRANCéS PUDO CORROBORAR LA INFORMACIóN DENUNCIADA POR LA OPOSICIóN EN SIRIA

Testimonios de uso de armas químicas

No había hasta ahora ningún testimonio tan crudo, tan directo y tan preciso de parte de un periodista. En la narración de Jean-Philippe Rémy, el ataque con armas químicas contra Jobar no fue uno de los más graves.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Ni humo ni olor. Y casi ninguna explosión. Para los hombres de la brigada Tahrir Al-Sham (“Liberación de Siria”) que defendían el sector Bahra 1 del barrio de Jobar, justo a la entrada de Damasco, la explosión que se produjo tenía algo particular: “Pensamos que se trataba de un obús de mortero que no había explotado y nadie le prestó mucha atención”, dijo Omar Haidar, el encargado de operaciones de la brigada, a Jean-Philippe Rémy, el enviado especial del vespertino Le Monde a Siria. Sin embargo, lo que había caído y no explotó como siempre eran armas químicas. El periodista francés pasó dos meses en el frente sirio y en los últimos días pudo corroborar la información denunciada por la oposición y ante la cual las grandes potencias cerraron los ojos y los oídos: el empleo por parte de las tropas leales a Bashar Al Assad de armas químicas. Jean-Philippe Rémy cuenta que “cuando los combatientes del Ejército Sirio Libre (ESL) más avanzados en Damasco comprenden que acaban de ser expuestos a productos químicos lanzados por las fuerzas gubernamentales, ya es demasiado tarde. Cualquiera que sea el gas utilizado, ya produce sus efectos, a apenas algunos cientos de metros de las casas de la capital siria”.

Omar Haidar dijo que el ruido de la explosión le hizo pensar primero en “una lata de Pepsi que cae al suelo”. Pero luego aparecieron los síntomas: “Los hombres tosen violentamente. Los ojos queman, sus pupilas se retractan hasta el extremo, su visión se oscurece. Pronto sobrevinieron las dificultades respiratorias, a veces agudas, los vómitos, los desmayos. Hubo que evacuar a los combatientes más afectados, antes de que se asfixiaran”. El relato del enviado especial de Le Monde es puntual, casi quirúrgico. Jean-Philippe Rémy constata que “a lo largo de nuestro reportaje de dos meses en los alrededores de la capital siria, reunimos elementos comparables en un abanico mucho más grande. La gravedad de los casos, su multiplicación y la táctica de empleo de estas armas demuestran que no se trata de simples gases lacrimógenos utilizados en los frentes, sino de productos de otra clase, mucho más tóxicos”. Según narra Rémy, en el frente de Jobar los ataques con gases aparecieron “puntualmente en el curso del mes de abril”. No fueron empleados masivamente sino de “manera ocasional y localizada por las fuerzas gubernamentales que apuntaban hacia los puntos de contacto más duros con un enemigo rebelde y cercano”.

El ejército sirio ya había empleado gases químicos en otras regiones, como Homs y Alepo, totalmente cerradas al acceso de la prensa y de los organismos de ayuda internacional. Pero esta vez recurrió a ellos en uno de los puntos más estratégicos aún en manos de los rebeldes. No había hasta ahora ningún testimonio tan crudo, tan directo y tan preciso de parte de un periodista. En la narración de Jean-Philippe Rémy, el ataque con armas químicas contra Jobar no fue uno de los más graves. Hubo otro, mayor, cuando los rebeldes de la Liwa Marawi Al Ghouta (fuerzas especiales de los rebeldes) fueron expuestos a concentraciones químicas masivas: “Los hemos encontrado en las horas que siguieron en los hospitales, luchando por sobrevivir”. En el sector norte de Jobar, el comandante Abu Mohammad Al Kurdi, jefe de la primera división del ESL, vio cómo los soldados del régimen abandonaban sus puestos y en su lugar aparecían hombres “con ropa blanca de protección química (...) que luego dispusieron sobre el suelo como pequeñas bombas, como minas, que luego difundieron un producto químico en la atmósfera”.

El rumor sobre el empleo de armas químicas por parte del gobierno de Bashar Al Assad circula desde los primeros meses del conflicto. Siria detenta importantes cantidades de gases neurotóxicos, en especial el sarín. Estados Unidos, Turquía e Israel declararon contar con pruebas materiales sobre esos gases, pero, hasta ahora, nunca aportaron la prueba tangible de esa afirmación. Lo mismo ocurrió con la OTAN y las Naciones Unidas. El presidente norteamericano, Barack Obama, dijo en una ocasión que si Damasco utilizaba ese tipo de armas equivaldría a atravesar “la línea roja” capaz de desencadenar una intervención exterior en Siria. El ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, dijo el lunes en Bruselas que “existen presunciones cada vez más sólidas del uso localizado de armas químicas. Estas presunciones requieren verificaciones muy precisas. Las estamos haciendo”. A su vez, el gobierno sirio acusa a los rebeldes de emplear las mismas armas químicas en sus ofensivas. Pero Damasco tampoco aportó pruebas. La sospecha de que Damasco recurría a estas armas se acrecentó a mediados de marzo, cuando se produjo el ataque contra Kahn el Asal, al norte de Siria, donde hubo cerca de 30 muertos y más de 100 heridos. Testigos de los ataques denunciaron la existencia de gases tóxicos. A finales de marzo hubo otra denuncia precisa, cuando estallaron los combates en una base militar cercana a Damasco, Adra.

Los testigos y heridos contaron a la prensa que se trató de “una suerte de fósforo que ataca al sistema nervioso y provoca pérdida del equilibrio y desmayos”. La última versión de la Convención Sobre las Armas Químicas data de 1993 y fue firmada por 188 Estados. Sólo Siria, Egipto, Corea del Norte, Somalia, Angola y Sudán del Sur no la firmaron, mientras que Israel y Birmania la firmaron, pero todavía no la ratificaron, con lo cual, al igual que los países no firmantes, no están bajo supervisión internacional. La amplia serie de reportajes publicada por Le Monde aporta muchos elementos nuevos, pruebas más que tangibles y una rigurosa exploración de regiones y hospitales donde centenas de personas se vieron expuestas a los efectos de las armas químicas.

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