EL MUNDO
› HABLA MIJAIL TIMOFEIEVICH KALASHNIKOV, INVENTOR DEL FUSIL MAS FAMOSO DEL MUNDO
Un día en la vida del viejo camarada AK-47
Pocas veces una invención se vuelve tan clásica que recibe el nombre de su creador. En el campo de la guerra, ese mérito corresponde sin duda a Mijail Timofeievich Kalashnikov, inventor del rifle AK-47. Página/12 estuvo con él y repasó una vida que se confunde con la historia del siglo XX.
› Por Eduardo Febbro
Página/12, en Francia
Desde París
¿Cómo se siente un hombre cuando sabe que, a cada segundo que pasa, en cualquier rincón del mundo, varias personas pronuncian su nombre? Mijail Timofeievich Kalashnikov sabe que toda su vida converge en el fusil que inventó, el célebre “Kalashnikov”, y que el nombre ruso más pronunciado en los cinco continentes no es el de Lenin, ni el de Stalin, ni el de Gorbachov, ni siquiera el del actual presidente ruso Vladimir Putin, sino el suyo. Guerrilleros, fundamentalistas islámicos, terroristas, asaltantes de grueso calibre y ejércitos regulares han hecho de su fusil una condición de su causa y, a menudo, de su propia existencia. “Inventé esa arma para defender las fronteras de mi propio país”, dice con modestia Mijail Timofeievich Kalashnikov. A sus ya casi 84 años, Kalashnikov tiene muchas cosas que contar, sobre todo una, la que lo hizo tan pobre como famoso, su eterno fusil. Por culpa de él lo pusieron preso el día que lo presentó, pero gracias a él se casó con la mujer que amaba y, aunque nunca recibió un centavo de nadie –apenas una huidiza pensión–, le debe la gloria de haber sido decisivo en el curso militar del mundo.
El inventor del fusil más famoso y más utilizado es un hombre de baja estatura, simpático, medio sordo, con un aire caricaturesco y vestido con un traje humilde en cuya solapa izquierda aún exhibe la condecoración más codiciada del difunto imperio soviético: la doble Estrella de oro, la Hoz y el Martillo de héroe del trabajo socialista. “En mi país me han dado todas las condecoraciones imaginables, pero la que prefiero es ésta.” La Estrella de oro le reserva un lugar en la eternidad: la legislación soviética indicaba que todo homenajeado con esa condecoración tenía derecho a un busto de bronce. Su estatua existe, está en su pueblo natal, Kurya, no lejos de la frontera china. La historia de Mijail Timofeievich Kalashnikov es la historia de un éxito y de un montón de desgracias. Perdió a casi toda su familia, sea en las guerras, en el exilio o en el gulag. Su posición social está lejos de representar la influencia que ejerció. En Estados Unidos o en otro país de Occidente, Mijail sería rico y poderoso. Tendría todo lo que no tuvo y no tendrá. Pero es patriota y soviético hasta el alma, incluso no sacó mucho provecho de su invento. Nunca se le había ocurrido escribir un libro para contar la historia del pequeño obrero soviético, famoso y pobre, que vivió bajo Stalin, Nikita Khrushev, Leonid Breznev, Gorbachov, Yeltsin y Putin. Recién ahora, gracias a Elena Joly, que las escribió en francés, puso su vida sobre el papel: “Mi vida en ráfagas”, dice el título del libro publicado por la editorial du Seuil. Taxi, Radio, Coca Cola... y Kalashnikov, el nombre de Mijail pertenece al breve lenguaje que se habla en todos los puntos de la tierra. Y sin embargo, el anciano no tiene un peso en el bolsillo. Vive en un modesto departamento de dos habitaciones situado en Ijevesk, la capital de la república autónoma de Udmurtia (región del Ural). Cuando en 1948 el Ejército Rojo adoptó la “Avtomat Kalashnikova”, el inventor no cobró nada por su creación, ni entonces ni más tarde, cuando fue producido a más de 100 millones de ejemplares. La cifra no toma en cuenta los millones de ejemplares montados en los países del Europa del Este, las copias yugoslavas, chinas, cubanas o pakistaníes. América latina, Africa, Balcanes, Afganistán, Irak, no hay territorio en el mundo donde el fusil Kalashnikov no sea esgrimido como signo de victoria o de desafío. Cada conflicto le ofrece al fusil la mejor de las publicidades. A pesar del orgullo que siente, Mijail Kalashnikov suele lamentar su invento, sobre todo por las víctimas que provocó: “A veces pienso que hubiese sido mejor inventar una cortadora de pasto”.
Con más de 50 años de vida encima, el modelo no evolucionó. La “embajadora universal” de la tecnología rusa sigue siendo tan simple y confiable como al principio. Un poco como la vida de su inventor, que subsistió humildemente hasta hoy gracias a la magra pensión que el Estado le pagó por “los servicios rendidos a la Patria”. Recién ahora, a los 84 años, Mijail Timofeievich Kalashnikov se apresta a entablar una segunda existencia: la de hombre de negocios. Muy pronto aparecerán paraguas, encendedores, un cuchillo de bolsillo, una línea de ropa y un perfume. La hija de Kalashnikov firmó un contrato con una empresa alemana para fabricar productos derivados con el nombre del fusil. “Los artículos tendrán una calidad cercana a la de mi fusil: fiables, de una utilización simple e indestructibles.” La vida de Mijail es la vida de su siglo, la guerra, y la aventura de un sueño realizado: “Un día, cuando era muy chico, el marido de mi hermana, un comunista convencido, me preguntó qué quería hacer cuando fuera grande. Le respondí que sería inventor. El se burló de mí, pero yo estaba convencido de que llegaría a inventar alguna cosa. La idea de construir algo nunca me abandonó. Empecé fabricando bicicletas, pasaba mi tiempo montando y desmontando cerraduras y cadenas. De alguna manera, sin saberlo me preparaba a una carrera de inventor: una vida dura pero apasionante”. La guerra y la revolución fueron las otras marcas. Su padre, Car Kalashnikov, es hijo de un “kulak”, un campesino a quien los soviéticos consideraban como “demasiado rico”. En 1930, cuando Mijail tenía 11 años, los comunistas deportaron su familia a Siberia. En la república de los soviets, ser un “kulak” era un pecado y la única “cura” era la deportación, es decir, Siberia. “Era imposible no llorar cuando se conocían las condiciones en que vivía esa gente, las desgracias que los acechaban: la dureza del viaje, la grosería de los guardias, las enfermedades, la hostilidad de los habitantes de los pueblos de Siberia, que consideraban a los kulak como basura.” Cuatro años más tarde, a los 15 años, Kalashnikov se evadió del pueblo donde su familia vivía en residencia confinada. En medio de la confusión general que reinaba en el país, Mijail pasó inadvertido y logró trabajar en un depósito de los ferrocarriles. En 1941, la guerra con Alemania atravesó su vida para cambiarla hasta el final. Mijail Timofeievich Kalashnikov resultó gravemente herido en octubre de 1941. Motivado por las quejas de los soldados que lamentaban la superioridad de las armas alemanas, Mijail dibujó los primeros planos del fusil en su cama del hospital. “Durante ese tiempo, la idea que dominó mi vida tomó cuerpo: quería que el ejército ruso tuviera una pistola ametralladora sin igual. Me convertí en el esclavo de una sola idea, la pasión de la invención me consumía.”
Recién cuando regresó a su puesto en los ferrocarriles armó como pudo el primer modelo real: “Cuando lo terminé, no sabía qué hacer con él, ni siquiera a quién mostrárselo. Me decidí y fui a la comisaría de policía. Me pusieron preso por detentar armas ilegalmente. Gracias a los amigos de las Juventudes Comunistas pude salir. Después me convocaron a la sede del partido. Recuerdo que me recibió un dirigente, a quien le expliqué lo que había inventado. Me dijo: ‘Sargento, lo que has realizado está muy bien, incluso si tu fusil no es lo que se puede decir bello’”. La segunda existencia de Mijail empezó con esa entrevista. El partido lo envió a la universidad, donde trabajó junto a grandes especialistas. A los 25 años, Kalashnikov compartía sus días con los grandes ingenieros del armamento, con oficiales de alto grado y artilleros de renombre. Sin embargo, ninguno de sus proyectos y esbozos retuvo la atención del Ejército Rojo. Ardiente e irrenunciable ante cualquier dificultad, Kalashnikov siguió trabajando, dibujando planos, creando carabinas, fusiles y armas de todo tipo. “Ayudado por varios especialistas, realicé más de cien esbozos de piezas diferentes. El modelo anterior de carabina automática que había inventado me ayudó mucho para concebir la AK47. Cuando le di forma interesó mucho alos oficiales del Polígono. Ellos me dieron consejos, me criticaron y me ayudaron a elaborar los cálculos técnicos.”
Mijail Timofeievich Kalashnikov confiesa que ha tenido suerte: “El destino velaba por mí y me envió una ayuda preciosa. Había conocido a una dibujante industrial de la que me enamoré, Katia Moïsseïeva. Puso todo su corazón y se consagró a dibujar con la más extrema de las precisiones las esbozos que le daba. Así pude presentar un proyecto vistoso. De alguna manera, la Automat Kalashnikov 47 fue el primer fruto de nuestro amor”.
El nombre inicial que tuvo el fusil Kalashnikov fue Mikhtim, una asociación con las sílabas de su nombre completo. Kalashnikov, descendiente de una familia de proscritos, ocultaba su nombre. Un día, Katia vino a anunciarle que un jurado había retenido su proyecto para participar en un concurso. El esquema no estaba lejos del arma definitiva, con sus dos “signos distintivos”: el cargador curvado y la culata de madera. Pero Mijail no se encontraba solo. El jurado del ejército que debía evaluar su modelo también consideraba otros. “Las exigencias principales del jurado eran la precisión del tiro del arma, su volumen, su peso, su fiabilidad, la resistencia de sus piezas, la simplicidad y la estructura. Nuestro cliente, la Dirección General de la Artillería, era el juez supremo.” El proyecto presentado por Kalashnikov fue retenido junto a otros tres con la mención: “Necesita otras modificaciones”. Estas se efectuaron en el curso de una larga fase de tests controlados por el ejército. Cada vez había que volver a modificar algo y siempre eran los mismos tres finalistas que se combatían. Kalashnikov no renunció nunca: “Cuando me fijo un objetivo, no puedo vivir tranquilo. Pienso día y noche, hasta que lo alcanzo”. Como si estuviera en sus días jóvenes, en un taller de soldadura, rodeado de acero y planos, Mijail explica que “el proceso creativo del conceptor de armas tiene algo muy particular. Su arte consiste en aunar, en un volumen limitado, con una masa determinada, un conjunto de elementos capaces de obtener el resultado deseado en términos de fiabilidad, manuabilidad, resistencia y precisión”.
Las exigencias constantes de la Dirección General de la Artillería, las pruebas sucesivas, las modificaciones posteriores y el genio de su inventor forjaron la forma final del arma. En 1947, la Dirección optó por el modelo de Kalashnikov y al año siguiente empezó a producirse a gran escala. Simple, sólida, robusta, capaz de resistir el calor, el frío, la arena, el barro, los golpes y la lluvia sin perder su precisión, la Avtomat Kalashnikov 47 –año de su nacimiento– trascendió las épocas hasta convertirse en el emblema universal de la guerra. Debe ser el invento más sólido de la historia y, sin dudas, el peor pagado. “Como no había patentado mi invención y como tampoco recibí ni un kopek por la venta de las armas, disponía de lo que entonces se llamaba ‘un salario personalizado’. Durante mucho tiempo conservé mi grado de sargento reservista. Bastante más tarde, gracias a un artículo aparecido en la prensa norteamericana que contaba cómo un sargentito armaba a todos los países del Pacto de Varsovia –era la primera vez que hablaban de mí en Occidente–, empezaron a ascenderme. Cuando Boris Yeltsin apareció en la escena política, ya me habían izado al grado de coronel. Hubiese podido subir más, pero un decreto del Consejo de Ministros prohibía las nominaciones de los generales en tiempos de paz. ¡Fíjese lo que son las paradojas! Fue Yeltsin quien, luego de la desaparición de la Unión Soviética, tomó la decisión de hacer una excepción: me nombraron general.” La ex URSS ofrecía sin cargo alguno la licencia de producción del Kalashnikov, la “kalash”, como la llaman sus usuarios más asiduos. A modo de defensa, Mijail dice que “el arma que creé y que lleva mi nombre vive su propia vida, independientemente de la mía y de mi voluntad”. Contrariamente a la leyenda que corre por ahí, el inventor no es dueño de la empresa que produce las armas que llevan su nombre. A su manera, MijailTimofeievich Kalashnikov es como su fusil: no se altera, mantiene la misma dirección, sea cual fuere el temporal que la maltrate. Kalashnikov es un nostálgico de cierta época. Sin ambigüedad, reconoce que los cambios ocurridos en su país no le gustan: “La transferencia de las propiedades del Estado al sector privado no me agrada. No estoy en contra de que haya gente rica, pero no puedo aceptar que las riquezas producidas por varias generaciones de rusos pasen en un tiempo record a los bolsillos de algunos individuos”. No sin humor, el anciano admite que “se podrá decir de mí que soy un puro producto del sistema socialista, hasta dirán que soy el último dinosaurio. Y bueno. ¡Qué así sea!”
Mijail no tiene muchos rencores acumulados, ni siquiera el de haber sido mantenido “en secreto” por el régimen soviético. Lo único que lo saca de quicio es cuando alguien afirma que es millonario, que la fábrica rusa con su nombre le pertenece y cosas por el estilo. En realidad, son falsas. De principio a fin, Kalashnikov ha sido un hombre estafado. El régimen le robó su invento, las privatizaciones se apoderaron de su imagen e hicieron de ella una marca sin consultar con su propietario. A pesar de la influencia decisiva que ejerció en la historia de su país –y en la de tantos–, sólo a principio de los años 70 fue autorizado a salir de la URSS de vacaciones. Pero no muy lejos, apenas a Bulgaria y bajo otro nombre. Tuvo que esperar a que Gorbachov, el hombre que “más detesta por el mal que le hizo a nuestro país”, llegara al poder para tener derecho a viajar libremente al extranjero. Incrédulo, recién en Occidente, Kalashnikov descubrió que su nombre era un auténtico mito. Más tarde tendría otras sorpresas, como cuando vio en la televisión a Osama Bin Laden blandir una vieja Kalashnikov.
Kalashnikov es pobre, pero la gloria no tiene precio. La suya está asegurada por unos cuantos siglos más. ¿Quién sabe acaso quién es Eugene Stoner? El norteamericano que inventó el fusil de asalto M16 murió millonario y solo. Stoner no le dice nada a nadie. Su arma es una sigla: M16. Kalashnikov es un nombre para la historia. No hay labio que no lo haya murmurado. Hasta los muertos se lo llevan a la eternidad.