EL MUNDO › OPINION
› Por Washington Uranga
La visita que el papa Francisco iniciará mañana lunes a Brasil –y que se extenderá hasta el próximo domingo– puede ser la oportunidad para que la máxima autoridad del catolicismo profundice en su magisterio gestual, utilizando con simbólica capacidad política cada una de las situaciones que se le presenten. De hecho, todos los detalles que trascendieron del viaje –que tiene por principal objetivo participar de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro– han servido para ratificar la imagen de austeridad que el Papa ha construido desde el inicio de su pontificado hace poco más de cuatro meses. Rechazó una cabina especial en el avión que lo llevará hasta Río, ya avisó que no utilizará el llamado “papamóvil”, un vehículo blindado, porque quiere estar cerca de la gente y pidió que la seguridad se reduzca al máximo por el mismo motivo.
“El Papa no desea obstáculos en su comunicación con el pueblo. Esa es la realidad de este pontificado” aseguró el sacerdote Federico Lombardi, vocero del Vaticano, en una entrevista concedida esta semana al diario O Estado de São Paulo. Esa será la tónica de la visita. Lejos del carisma de masas de Juan Pablo II, pero también de la distancia formal de Benedicto XVI, Francisco seguirá en la línea de profundizar su imagen de un pontífice cercano a la gente.
Pero, más allá de lo que el Papa quiera o desee, Brasil tiene sus propios problemas y el gobierno de Dilma Rousseff no va a descuidar ningún detalle. Tampoco los de seguridad. Por eso habrá aproximadamente 14 mil efectivos dedicados a garantizar el orden en los actos, sobre todo teniendo en cuenta que la vidriera que aporta la visita papal puede ser una oportunidad ansiada por los mismos manifestantes que hace apenas unas semanas hicieron oír sus voces de protesta a raíz de la celebración de la Copa de Fútbol de las Confederaciones.
Nadie espera que el viaje a Brasil depare grandes sorpresas en cuanto a anuncios. La última novedad generada por Francisco tuvo lugar hace apenas unos días, el 18 de julio, cuando informó sobre la creación de una comisión pontificia de carácter técnico-jurídico que tendrá como misión elaborar “soluciones estratégicas de mejora, necesarias para evitar el dispendio de recursos económicos, para promover la transparencia en la adquisición de bienes y servicios, para perfeccionar la administración del patrimonio mueble e inmueble, para operar cada vez con mayor prudencia en el sector financiero, para garantizar la correcta aplicación de los criterios contables y garantizar asistencia sanitaria y social a todos los que tienen derecho”. Esa comisión, de ocho miembros, será nombrada directamente por el Papa, estará en directa relación con el grupo de cardenales a los que Francisco le confió la reforma de la estructura de la Iglesia y será dotada de todos los recursos necesarios para su acción. Bergoglio continúa en su línea de poner las cuentas en claro y recuperar la transparencia de las finanzas vaticanas.
Desde el punto de vista doctrinal no habría que esperar tampoco sorpresas o grandes anuncios en Brasil. Bergoglio utilizará su visita para hablarle al continente latinoamericano y para hablar al mundo desde la Iglesia de América latina de la que él mismo surgió. La mayoría de sus discursos repetirán las claves del documento colectivo de los obispos latinoamericanos en Aparecida (Brasil, 2007) del que el propio Bergoglio, entonces cardenal de Buenos Aires, fue uno de los principales redactores. Se sabe que Francisco tiene siempre a mano un ejemplar de ese documento para entregarlo con recomendación de lectura a los gobernantes y dirigentes políticos que lo visitan. Dos ejes pueden surgir de allí. En lo estrictamente eclesiástico la necesidad de recuperar la fuerza misionera de la Iglesia que pierde espacio en la sociedad y en la cultura. En lo social habrá un reiterado llamado en favor de los pobres, de la justicia y de la paz.
En lo político, Francisco también dirigirá su discurso al continente latinoamericano. Bergoglio acordó con la Presidenta de Brasil un encuentro al que fueron invitados todos los mandatarios de América latina. Allí estará también la presidenta Cristina Fernández. No debería sorprender que frente a los jefes de Estado haya un llamado a la responsabilidad de los gobernantes para combatir la pobreza, luchar por la justicia y la paz.
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