EL MUNDO › OPINION
› Por Oscar Laborde *
¿Es la Alianza del Pacífico un nuevo intento por construir otra Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA)? ¿Es una herramienta para competir con el proceso de integración actual, donde el Mercosur y la Unasur marcan un contenido inédito para la región? ¿Representa un intento por abrir las economías americanas a la potencialidad del sudeste asiático?
Muchos se preguntan si los acuerdos en desgravación arancelaria que se pregonan en la misma, van a exceder los que ya están en vigencia en la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi), o sólo es un argumento para una articulación política. Fue constituida en el año 2011 por Colombia, Perú, Chile y México, y su base conceptual está claramente referida al libre comercio, en contraposición a las políticas del Mercosur que buscan en la integración productiva y en el comercio intrarregional la base de la constitución de un polo que es, ya hoy, la quinta economía del mundo, marcando una clara referencia frente a Europa y las crisis de sus países.
Sostenida por los Estados Unidos, la Alianza del Pacífico no constituye una única herramienta en la geopolítica del Departamento de Estado sino que se vertebra con otras iniciativas que desde antes de la década del ’90 se vienen adoptando para consolidar el modelo neoliberal: la absorción de Canadá al modelo productivo estadounidense y luego el Nafta, donde se incorporó a México en ese esquema.
Fueron impulsados después los Tratados de Libre Comercio, desde el año 2002 en adelante, e involucraron a gran parte de las naciones de América Central, Chile, Perú y Colombia, entre otras.
Tampoco resulta casual que tres de los integrantes de la Alianza del Pacífico (Perú, Chile y México) mantengan relaciones o formen parte del Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP), constituido en el año 2006, que nuclea entre otras naciones a Japón, Nueva Zelanda, Malasia y Singapur, y que no incorpora a China en dicha estructura.
La geopolítica del gobierno estadounidense y de la derecha norteamericana está desplegada en el escenario internacional.
Frente a este proceso se viene desarrollando otro, que tiene su génesis cuando –en el año 2005 en Mar del Plata– la iniciativa, especialmente, de Néstor Kirchner, Lula y Hugo Chávez, le dijo No al ALCA, que en ese momento significaba poner a los TLC en otro marco de referencia y cerrar la ecuación económica y financiera para el continente.
Desde ese momento, gobiernos populares se fueron fortaleciendo en la región y el Mercosur comenzó a plantearse, no ya como un acuerdo aduanero y comercial sino en su matriz política, social y cultural; situación que hasta el día de hoy continúa, más allá de las lógicas diferencias y asimetrías que existen en su seno.
Se conformó la Unasur y luego la Celac, que terminaron por generar una nueva institucionalidad pensada en la perspectiva de la generación de empleo, de la inclusión social, de la distribución de la riqueza, de la integración productiva, de la potenciación del mercado regional, de la complementariedad entre pueblos y gobiernos.
Es decir, el Mercosur y la Alianza del Pacífico representan dos procesos de génesis diferentes, con objetivos muy distintos y que implican modelos de sociedad en beneficio de sectores sociales disímiles.
Frente a esta lectura, una postura como la de aquellos que quieren ser “observadores” en la Alianza del Pacífico es absolutamente funcional a la política neoliberal que los Estados Unidos impulsan.
No parece ser éste el tiempo de las ambigüedades, o de querer quedar bien con todos. Nosotros elegimos el modelo de integración que está objetivamente mejorando la calidad de vida de nuestros pueblos.
* Presidente del Centro de Estudios del Sur.
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