Mié 23.07.2003

EL MUNDO

Muertes que parecen a gusto del consumidor

› Por Mercedes López San Miguel

Para George W. Bush y Tony Blair, nada más oportuno que la noticia de la muerte de los hijos de Saddam Hussein, el gran villano. Tres meses después del fin de la campaña militar de Irak, aún no mostraron ningún arma de destrucción masiva. Se les sumaba, también, el misterio sobre Saddam. Los Estados Unidos y el Reino Unido ignoran si murió en un bombardeo, si escapó o si se encuentra oculto en Irak.
Uday y Qusay eran el segundo y el tercero de los funcionarios más buscados, después de su padre. Los ases de trébol y corazones del juego de naipes que inventó el Pentágono con la lista de los 55 personajes.
La noticia cae sobre un Washington que en las últimas dos semanas estuvo concentrado en el Nigergate. El chivo expiatorio fue el director de la CIA, George Tenet, quien de modo sumiso se terminó responsabilizando por la falsedad de la información que dio Bush en el discurso del Estado de la Unión el 28 de enero pasado, en el que mencionó que Irak había intentado comprar uranio a Níger para fabricar armas nucleares.
El viceconsejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Stephen Hadley, asumió ayer la culpa de que se incluyera esa información en el discurso. Y la popularidad de la gestión Bush estaba bajando. El sábado un sondeo del Instituto Zogby International registró que la aprobación se ubicó casi en su nivel más bajo desde el inicio de su mandato, con sólo 53 por ciento de opiniones positivas contra el 58 por ciento del mes pasado, mientras que un 47 por ciento estima que es tiempo de renovar la conducción del país. En el plano doméstico, el presidente republicano enfrenta una ofensiva de la oposición demócrata, que lo acusa de haber exagerado y modificado las informaciones sobre la presunta posesión de Hussein de armas no convencionales para desencadenar la guerra.
El Kellygate británico mantiene perpleja a la opinión pública mundial desde que este fin de semana se confirmó la muerte del científico David Kelly –un supuesto suicidio– ocurrido a dos días de que prestara testimonio ante un comité parlamentario que investigaba las declaraciones formuladas por la BBC. Según la cadena de televisión, el gobierno laborista de Tony Blair manipuló la información de los servicios de inteligencia sobre los argumentos para atacar a Irak. La BBC dijo que Kelly fue la principal fuente del polémico informe del periodista Andrew Gilligan que denunciaba al gobierno por exagerar la amenaza del régimen iraquí de tiempos de Hussein. Otra vez, la batalla BBC-Blair desvió la atención del fallido hallazgo de las armas, y de Saddam. Y como no podía faltar, ya hay un nuevo chivo expiatorio: el ministro de Defensa, Geoffrey Hoon, por haber permitido que trascendiera que fue Kelly quien habló a la prensa.
Como Bush, también Blair sufrió un bajón de su popularidad. El diario Daily Telegraph reveló que una ajustada mayoría de 41 contra 39 opina que Blair no debe renunciar.
Las muertes se produjeron justo cuando, además, las fuerzas ocupantes no logran estabilizar Irak, reconocieron que existe una “guerra de guerrillas” y aparecen nuevos grupos que llaman a resistir y atacarlos. Desde la caída de Bagdad, los 150 mil soldados estadounidenses enfrentan ataques como parte de su vida cotidiana. La democratización, la reconstrucción y la independencia parecen objetivos lejanos, muy lejanos. Por todo, hasta que el Pentágono no ofrezca pruebas de ADN habrá un resquicio de duda sobre el anuncio de ayer.

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