EL MUNDO › ANTES GOLPISTAS, HOY ZELAYISTAS
› Por Gustavo Veiga
La clase dominante en Honduras está compuesta por una decena de familias. Apoyó el golpe de Estado del 28 de junio de 2009 y ahora busca reacomodarse, aun detrás del proyecto de Xiomara Castro, esa mujer que suele vestirse de blanco con una infaltable chalina roja. Para algunos terratenientes, aún es un cuco. Pero la patronal de los industriales hoy la percibe como la savia nueva que recuperará el aparato productivo. El sector más privilegiado de Honduras no vive en cualquier país. Se trata del tercero más pobre de América, detrás de Haití y Nicaragua. Adolfo Facussé, fogonero de la destitución de Manuel Zelaya –como todo gran empresario que busca rentabilidad sin importarle de qué gobierno se trate–, es un eximio transformista. Integra una gran familia que dio hasta un presidente: Carlos Flores Facussé, quien gobernó entre 1998 y 2002. Fue jefe del Partido Liberal y hoy es el dueño de Periódicos y Revistas Sociedad Anónima, el diario La Tribuna y Lithopress Industrial.
Los Facussé siempre reconocieron al viejo Miguel Facussé, el rey de las marcas, como jefe de ese clan de origen árabe-palestino. La oligarquía hondureña se estructuró a mediados del siglo XX. Unas cuantas familias de origen árabe y judío migró a Centroamérica en busca de oportunidades. Se asociaron con el capital transnacional de las minas y sociedades bananeras y mal no les fue. Enfrentadas en la mayor parte del mundo por sus diferendos históricos, en Honduras, las dos colectividades supieron convivir para defender sus intereses.
Adolfo es el presidente de la Asociación Nacional de Industriales (ANDI). Rompió el molde de la histórica alianza que siempre tuvieron con nacionales y liberales, cuando se proclamó a favor de la candidatura de Xiomara. “Libre tiene algo que me atrae mucho a mí, que es la promesa de cambio”, dijo. Y agregó una frase reveladora del giro copernicano que dio desde el golpe para acá: “A los empresarios no nos conviene gente muerta de hambre, gente pobre”.
No se convirtió de repente en un capitán de la industria con pasado en la nomenclatura soviética. Como todo influyente hombre de negocios, pretende dinamizar un mercado interno deprimido, donde hay un millón de desocupados y otra cantidad semejante de subempleados. El gobierno saliente de Porfirio Lobo, surgido de elecciones ilegítimas, dinamitó cualquier intento para salir de la crisis gravísima que atraviesa el país. Su delfín, el candidato del Partido Nacional, Juan Orlando Hernández, prometió 800 mil puestos de trabajo. Pero Facussé no le cree. “Es un pequeño dictador en ciernes”, profetizó. Y apostó sus fichas a Libre.
El salto de camaleón es natural entre la burguesía depredadora. El mismo empresario que definió el golpe del 2009 como “un mal menor”, ahora apoya a un amplio frente de luchadores de la resistencia contra ese mismo golpe, a liberales zelayistas y una izquierda inorgánica que jamás vio tan de cerca la posibilidad de llegar al gobierno. Los Facussé enfrentaron al esposo de Xiomara cuando gobernaba porque pretendía aumentar el salario mínimo urbano un 60 por ciento. La misma cultura rentística que intentaron imponerle al ex presidente destituido y exiliado después de acercarse a Hugo Chávez y al Alba, es la que ahora quieren recuperar a través de su esposa.
En Honduras, los Facussé; los Canahuati, los Kafie –otras familias de origen árabe–, o los Rosenthal, de origen judío, son apellidos que pasaron por el gobierno en Tegucigalpa, o cuándo no, han colocado funcionarios a dedo. También, cuando un presidente díscolo como Zelaya los desafió, lo echaron hacia Costa Rica, sin más que lo puesto. Mimetizados en la experiencia democrática de unas elecciones que han roto el bipartidismo, vuelven camuflados por la rentabilidad perdida.
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