Dom 03.08.2003

EL MUNDO  › OPINION

El idiota de la familia

› Por Claudio Uriarte

Si Marx gustaba de burlarse de Napoleón III llamándolo machaconamente “el sobrino del tío”, es posible decir que George W. Bush, el presidente norteamericano, es poco más que el hijo de su padre, George H. W. Bush, el ex presidente norteamericano. Pero de una manera paradójica, la de quien vio a su progenitor equivocarse, pero sacó a su vez de esos errores todas las lecciones equivocadas. El hecho merece analizarse, aunque más no sea porque la situación de su gobierno empieza a parecerse cada vez más al crepúsculo de la primera administración Bush: la altísima popularidad conquistada en una guerra exitosa contra Irak empieza a evaporarse, la economía permanece firmemente estancada y, mientras el padre culminó su desempeño en la política exterior organizando una desastrosa “operación humanitaria” en Somalía, el hijo no parece tener mejor idea que ir y organizar otra “operación humanitaria” en Liberia. Pero los parecidos son más superficiales de lo que parecen, por más que ambos procesos apunten al fracaso en lograr la reelección del presidente en funciones:
1) La guerra a Irak. Bush padre hizo una guerra defensiva y conservadora; el hijo emprendió una guerra ofensiva y revolucionaria. Bush padre actuó al frente de una coalición internacional amplísima en respuesta a la invasión militar y anexión de Kuwait por Saddam Hussein; y una vez que las tropas iraquíes fueron expulsadas del Emirato, ordenó el repliegue del avance hacia Bagdad. Bush hijo, en cambio, lanzó una guerra unilateral contra un Irak hostil, pero contenido, y mayormente inofensivo; ordenó el derrocamiento de Saddam, la ocupación militar del país y el hiperambicioso objetivo del rediseño de Irak (de lo que vendría, por añadidura, el de Medio Oriente todo) a imagen y semejanza de Estados Unidos. O poco menos. Esa empresa está fallando, y no sólo por los brotes de resistencia saddamista sino porque la magnitud de la empresa está revelándose excesiva para Estados Unidos, e Irak enfrenta una crisis económica que EE.UU. solo no puede remontar (ver suplemento Cash, página 7). A Bush padre jamás se le habría ocurrido adoptar otro país y menos dentro del mundo árabe; al hijo parece habérsele ocurrido que precisamente eso fue el error de su progenitor.
2) It is the economy, stupid! La frase de Bill Clinton sobre Bush padre ha sido evocada hasta el hartazgo, pero aquí, nuevamente, el paupérrimo resultado político de la conducción económica enmascara dos políticas económicas totalmente distintas. Bush padre era un conservador fiscal; su momento de derrumbe suele señalarse cuando traicionó su promesa electoral: “Lean mis labios: no más impuestos”. El hijo, en cambio, es un aventurero fiscal que parece sacado de los rincones más extremistas de la administración Bush: en dos años y ocho meses de gobierno se las arregló para licuar un superávit fiscal de 260.000 millones de dólares y convertirlo en un déficit record de 455.000 millones. En realidad, lo que pasó con el padre fue que tuvo mala suerte: los tiempos no le dieron. Aumentar los impuestos era la vía correcta para salir de la recesión de los primeros años ‘90, ya que conducía a un equilibrio de cuentas fiscales con que Estados Unidos podía librarse de la carga del endeudamiento; sucedió, sin embargo, que el término presidencial de Bush padre le tocó sólo para probar la parte amarga de la medicina (que sí, a corto plazo tiene efectos deprimentes), mientras Clinton, que terminó de equilibrar el presupuesto, tuvo la suerte de cosechar los resultados, y encima de eso en el comienzo del boom de las industrias de alta tecnología. En otras palabras, aumentar o bajar los impuestos nunca es bueno o malo de por sí, y depende del comportamiento de las otras variables económicas, pero el hijo, nuevamente, tuvo una idea distinta: si el padre pierde con impuestos altos, el hijo ganará con impuestos bajos.
3) Africa mía. Nadie ignora que la intervención en Somalía fue un desastre, pero fue un desastre militar y no necesariamente político: las fuerzas de intervención fueron enviadas sin suficiente cobertura yresultaron masacradas como consecuencia; sin embargo, Somalía fue revelándose con el tiempo como una de las plazas fuertes y retaguardias estratégicas más sólidas de la red Al-Qaida de Osama bin Laden –por entonces un desconocido–; algún interés nacional estadounidense podía discernirse en la empresa. En Liberia, en cambio, no hay tal cosa; el país es un enredo empobrecido y violento, y, para variar, el objetivo y el plan de operaciones de Estados Unidos allí es confuso, y permanece indefinido y fluctuante en medio de un gobierno profundamente fracturado. Pero la acción parece moverse inercialmente hacia adelante, como en el cumplimiento de una fatalidad.

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