El rock nacional tiene sus coleccionistas, vernáculos e internacionales. Pero con una pequeña diferencia: en Europa, Japón y Estados Unidos hay hordas de fans y un sinnúmero de disquerías especializadas que ignoran olímpicamente quiénes son Charly García y Los Abuelos de la Nada, pero buscan, pagan y hasta piratean vinilos de bandas como Los Mockers, Los Shakers, Los Walkers y consideran un disco del grupo Montes como “uno de los discos más excepcionales grabados alguna vez en la Argentina”. En una investigación internacional, Radar rastreó a los cultores de la otra historia del rock nacional.
En el monumental Hemingway contra Fitzgerald –recientemente publicado por siglo XXI–, el investigador Scott Donaldson se zambulle en la intensa, equívoca, tortuosa relación que entablaron en París, a mediados de los años 20, los dos escritores más emblemáticos de la ficción norteamericana del siglo XX: “La historia de un gran escritor que se humilla en busca de un compañerismo que la dureza de corazón de otro no permitió”.
Seis años después de Cachetazo de campo, la obra que lo reveló como el nuevo perturbador del teatro argentino, el precoz Federico León llega al San Martín con El adolescente, mezcla de juego, certamen y combate de varones solos en la que tres teenagers que estallan de energía funden las interioridades atormentadas de Dostoievsky con el goce gratuito y subversivo de los inmaduros de Gombrowicz.
Instalado en Nueva York desde hace casi 40 años, el argentino Leandro Katz vino a Buenos Aires a presentar su instalación fotográfica Días de aquelarre. El centro de la obra es Charles Ludlam, mítico actor y director de teatro norteamericano que aderezó los efervescentes años ‘60 con el genio salvaje y disparatado del Teatro del Ridículo, una compañía cuyos espectáculos parecían sueños inducidos por una droga sintetizada a dúo por Raymond Roussel y Jorge Luis Borges.
Siete películas casi inaccesibles, reunidas en el ciclo La fortaleza escondida, desplegarán a partir del viernes todas las claves de la mitología samurai: espadas ensangrentadas, ronins errabundos o nihilistas y un código de honor acorralado entre el dogmatismo y la decadencia. Vuelven los cowboys en kimono.
Militó en el cine de vanguardia de fines de los ‘60. Fue montajista de Hugo Santiago y compaginó La película del rey, de Carlos Sorín. Después, gracias al documental, se metió en mundos exóticos. Primero fue el de los levantadores de pesas; luego, la larga temporada argentina de Witold Gombrowicz. Ahora les toca el turno a sus tres grandes amores: el cine, los burros y el dos por cuatro. Alberto Yaccelini –anclado en París desde 1973– vuelve a Buenos Aires a estrenar Volvoreta, la historia de una bella alazana que amenaza con llevarse el Gran Premio de Diana, máxima competencia del circuito hípico parisino.
De Escocia y de Brighton vienen dos discos que hacen del déjà-vu una forma elegante y novedosa de sonar. Uno es Universal Hall, de los veteranos The Waterboys, que rompen su silencio campestre con un puñado de bellas canciones minimalistas. El otro es el álbum debut de los “militantes pastoralistas” de British Sea Power, niños mimados de la crítica inglesa donde reverberan Joy Division, Talking Heads, The Pixies y lo mejor de los ‘80.
Resistiré está en la cima. Cada entrega diaria ofrece lo mismo que muchos de los mejores unitarios. Para algunos, ya tuvo una de las escenas más altas de la televisión en años: una fiesta en la que todos los invitados fueron envenenados. Otros van más allá y creen que directamente está cambiando el modo de hacer telenovelas. Pero no por eso falta quien se pregunta por qué todas sus virtudes no hacen más que resaltar los defectos de las telenovelas argentinas.
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