EL MUNDO › OPINIóN
› Por Norma Giarracca* y Diana Itzú Gutiérrez Luna**
Si bien ahora sabemos que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se venía preparando desde diez años atrás, fue un 1º de enero de 1994 cuando emergió al espacio público. Estábamos en pleno neoliberalismo en toda América latina; en México, Carlos Salinas de Gortari fue el presidente (1988-1994) que profundizó esas reformas del Consenso de Washington durante su mandato: la reforma del artículo 27 de la Constitución de 1917 para liberar la tierra ejidal al mercado, las privatizaciones de las empresas paraestatales que regulaban la economía con algún nivel de protección a las economías campesinas, reformas financieras, etc. El país de la mano del Partido Revolucionario Institucional (PRI) emanado de su Revolución de principios del siglo XX era conducido a los abismos del modelo neoliberal. La firma del Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá, en el que México ingresaba justamente ese primer día de 1994, era como un estadio más de la pérdida de la soberanía que tanto le cuesta al país “tan cerca de EE.UU.”.
El EZLN que se tapa la cara para ser reconocido, aparece como un grupo armado pero acepta a los pocos días el “alto el fuego” que le pedía “la sociedad civil” (como ellos mismos cuentan). Son tiempos en que miles de milicianos “recuperan tierras” para quienes la habitaron desde miles de años antes del hecho colonial. Las más de 250 mil hectáreas de tierra materializaban, en sus términos, tanto la “Ley agraria revolucionaria zapatista” como la “Ley revolucionaria de las mujeres”. Hoy son dos ejes de la plataforma que dan la base material y simbólica para la redistribución de tierras a familias, mujeres, comunidades, poblados indígenas y campesinos. La re-configuración del territorio tuvo como resultado, en los primeros años, la creación de 38 Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas, hoy reducidos a 27, resultado del proceso de resistencia y reconfiguración territorial que interpela a la geografía del Estado moderno, colonial/capitalista neoliberal/patriarcal y devastador.
Comienza la primera de las varias etapas de estos veinte años del fenómeno político, social y cultural que, sostenemos, cierra el siglo XX en este continente. En 1996 se firman los Acuerdos de Derechos y Cultura Indígenas (Acuerdos de San Andrés) entre el gobierno federal y el EZLN; fueron posteriormente no cumplidos por los partidos políticos luego de la impresionante marcha al Distrito Federal de marzo de 2001. Vuelven a los territorios ya con cercos militares estrictos que en 2003 rompen nuevamente para anunciar el nacimiento de Los Caracoles, forma de organización política mediante las Juntas del Buen Gobierno. En 2005 lanzan “la otra campaña” e inician así un proyecto político hoy denominado “La Sexta”, que tiene como fundamentos siete principios etico-políticos zapatistas y la negación de la toma del poder (finalidad de las viejas izquierdas) y la deconstrucción del poder desde la potencialidad de lo social, desde otra forma de hacer política marcando “una distancia” con el Estado, es decir en forma autónoma.
El 21 de diciembre de 2012 vuelven a asombrar a quienes seguimos sus derroteros con una multitudinaria marcha silenciosa. Dice el intelectual Gustavo Esteva: “El 21 de diciembre de 2012 unos 40.000 zapatistas marcharon silenciosa, ordenada y pacíficamente por las mismas ciudades de Chiapas, en el sur de México, que ocuparon en su levantamiento del 1º de enero de 1994. Dejaron un escueto mensaje: ‘¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose. Es el del nuestro resurgiendo. El día que fue el día, era noche. Y noche será el día que será el día. Finalmente, desde agosto de 2013, inician un proceso político para compartir su experiencia: “La Escuelita para la Libertad según los y las Zapatistas” donde miles de familias zapatistas reciben a la sociedad civil de todo el mundo.
El Zapatismo hoy representa un aporte a la construcción de relaciones sociales basadas en lo comunitario y colectivo; conviven diversas culturas, seis pueblos mayas y el componente mestizo, con concepciones de “mundos de vida” que confluyen sin negar a nadie, sin someter creencias, sin exterminar subjetividades, sin disolver identidades. La forma valor comunitario permite la reproducción del trabajo en condiciones en que el capital no ha tomado posesión del proceso de producción, ni vía “renta de la tierra” ni vía circulación y mercado de lo producido. Se dan formas de sociabilidad alternativas que habilitan el valor de una vida digna que en otras culturas hermanas llaman “buen vivir”. El zapatismo tiene sus propias clínicas de salud, escuelas y espacios de tecnicaturas, sus leyes y mecanismos de justicia. Sus promotores de derechos humanos y comunicación. Bancos que canalizan el fondo común de sus cooperativas (telares, zapatos, café, alimentos campesinos); la lucha de las mujeres se ha expresado en la construcción de relaciones sin supremacía masculina, sin propiedad privada y sin Estado colonial. Lo que implica la lucha no sólo contra el patriarcado, sino contra el capitalismo y el colonialismo.
Boaventura de Sousa Santos sostiene que el pensamiento crítico es aquel que deja abierta las posibilidades a lo no existente, al “todavía no”. Los zapatistas mientras tanto sostienen en un documento que da lugar a la formación de Los Caracoles: “Los zapatistas imaginan cosas antes de que esas cosas estén y piensan que, nombrándolas, esas cosas empiezan a tener vida, a caminar... y sí, a dar problemas”. De eso se trata estos veinte años de zapatismo, del pasaje del “todavía no” a la creatividad humana presente en ese espacio que muchos aún denominamos “política emancipatoria”.
* Socióloga. Instituto Gino Germani-UBA.
** Socióloga UAM (México). Integrante de la Red contra la Represión en México.
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