Lun 03.02.2014

EL MUNDO  › OPINIóN

Algo pasa en Centroamérica

› Por Agustín Lewit *

Hoy ya no hay que argumentar demasiado la idea de que, en los últimos años, el escenario político en América del Sur ha virado algunos grados hacia la izquierda. Aun cuando ese desplazamiento no comprenda a todos los países, puesto que también han surgido en la región gobiernos conservadores, e incluso en aquellos donde sí ha tenido lugar no falten cuestionamientos sobre el alcance de éste, lo cierto es que a esta altura suena como un dato de la realidad que cierto espíritu progresista se ha desparramado por el subcontinente.

Pero el fenómeno parece haber trascendido las fronteras del Cono Sur. En efecto, algo similar también ha ocurrido en Centroamérica donde, a contrapelo del escenario de las últimas décadas, marcado por una cerrada hegemonía neoliberal y una asfixiante injerencia norteamericana, varias naciones del istmo continental vieron surgir experiencias políticas progresistas. Sean versiones actualizadas de fuerzas insurgentes del pasado o bien surgiendo como proyectos políticos novedosos, dichas experiencias han puesto a América Central en sintonía con el giro político regional. Ejemplo de las primeras es Nicaragua, donde el Frente de Liberación Nacional logró retornar al poder en 2006, tras casi dos décadas de gobiernos conservadores. Por el lado de las segundas aparece Honduras, donde Libre –el partido de Manuel Zelaya y su mujer Xiomara Castro– si bien no logró derrotar en las últimas elecciones al conservador PLN, sí llegó a constituirse –traccionado por un programa de fuerte contenido social– como la segunda fuerza nacional, rompiendo más de un siglo de bipartidismo conservador.

Estos ejemplos se refuerzan con lo sucedido ayer en El Salvador y Costa Rica, dos países en los que se llevaron a cabo elecciones presidenciales y –si bien al cierre de esta nota se conocían los primeros resultados oficiales– en ambos casos la izquierda mostraba un excelente desempeño.

En el caso de El Salvador, lo que aparecía como un muy probable triunfo de Sánchez Cerén significaría a priori una profundización del rumbo iniciado hace cinco años, cuando el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) catapultó a la presidencia a Mauricio Funes. Pero a diferencia de éste, Cerén es un cuadro que proviene de las entrañas del FMLN y representa algo así como “la izquierda de la izquierda”. Con promesas que van desde “un giro hacia el Sur”, que acerque a la nación salvadoreña a Sudamérica, hasta avances concretos en la redistribución de la renta –en un país con altísimos índices de pobreza y marginalidad–, Cerén escuchó con atención el cansancio de muchos seguidores “farabundistas” frente a los titubeos de Funes y los reclamos por profundizar la senda abierta hace un lustro.

Por el lado de Costa Rica, si bien el triunfo no se presentaba tan claro para el izquierdista Frente Amplio, el hecho de que casi todas las encuestas previas ubicaran a su candidato, Mauricio Villalta, muy cerquita del candidato oficialista, ya significó todo un dato. Máxime si se considera el cuarto puesto con que el Frente Amplio comenzó la campaña y si se toma en cuenta que la izquierda siempre ocupó un lugar bastante relegado. Por ello, las chances concretas de triunfo de Villalta y su sorprendente desempeño en las elecciones de ayer ya constituyeron una verdadera novedad para la escena política de dicho país.

Así las cosas, las elecciones de ayer en Costa Rica y El Salvador no hicieron sino apuntalar un escenario regional en plena mutación, donde las alternativas electorales de izquierda se han ido materializando y ganando poco a poco terreno en las distintas coyunturas nacionales, nutridas tanto por movimientos sociales vigorosos como por el agotamiento de la forma de gestión política de la derecha.

El desafío en adelante es, sin dudas, encontrar la manera en que dichas experiencias alcancen una integración virtuosa que las oxigene para avanzar en sus golpeadas realidades y proponga alternativas a la subordinación económica con Estados Unidos. El Sistema de Integración Centroamericana (SICA) parece ser un buen espacio para tal fin, al igual que el Mercado Común Centroamericano. Con igual relevancia aparecen los posibles lazos con los nuevos bloques regionales, en especial el ALBA, por la cercanía territorial de Venezuela, motor de dicho bloque.

Numerosos golpes de Estado, fraudes electorales consumados y una abrumadora injerencia norteamericana han signado una historia complicada para las izquierdas centroamericanas. Esos peligros lejos están de desaparecer. Pero también es cierto que el aire de “un nuevo tiempo” proveniente del Sur, que ha trastrocado el escenario político continental, ha colaborado con una revigorización de dichas fuerzas, las cuales, a su vez, han sabido interpretar el gran descontento popular, el agotamiento de los modelos económicos centrados en el libre cambio y la crisis de representación que afecta a muchos partidos tradicionales.

En ese resurgimiento de alternativas concretas frente al liberalismo económico y el conservadurismo político, van anudadas las esperanzas de una mejor vida de millones de centroamericanos. Ojalá, entonces, que esas esperanzas empiecen a concretarse.

* Investigador del Centro Cultural de la Cooperación.

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