EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader
Argentina y Venezuela en particular, pero todos las economías –de América latina, de los llamados emergentes y de los otros países también– sufren ataques del capital especulativo. Es un rasgo estructural del período neoliberal del capitalismo.
El capital financiero, que había nacido para apoyar la inversión productiva, en este período histórico se ha autonomizado y ganado el rol hegemónico en el capitalismo. El sistema bancario no se dedica prioritariamente a financiar las inversiones productivas o a la investigación o incluso al consumo, sino a comprar y a vender papeles, en una actividad estrictamente especulativa.
Es un capital que recibe tratamiento preferencial porque las tasas de interés son más altas que las tasas de ganancia, se gana más en las Bolsas de Valores que financiando al capital productivo. Se pagan menos impuestos, porque los gobiernos, necesitados de atraer esos capitales, los favorecen con menor tributación. Y gozan de enorme liquidez, pudiendo desplazarse hacia otras plazas, cuando les convenga, por razones financieras y/o políticas.
Disponen, asimismo, de gran capacidad de presión politica sobre gobiernos. Ni siquiera necesitan abandonar un país, les basta con amenazar hacerlo para que puedan contar con concesiones –como el alza de las tasas de interés, por ejemplo– a su favor. En los años ’90 una empresa norteamericana de asesoría de los capitales especulativos alcanzó, en un ataque de sinceridad, a aconsejar: “Participen de la fiesta, pero quédense cerca de la puerta”. La “fiesta” eran los procesos de privatización, los juegos de préstamos a tasas de interés muy altas, las compras de empresas quebradas.
En muchos países del continente esa fiesta ya no está, pero la hegemonía del capital financiero a escala mundial sigue presionando para canalizar capitales hacia la especulación, en detrimento de las inversiones productivas. Diariamente oímos las cifras astronómicas de las Bolsas de Valores, que no han producido ni un bien, ni un empleo, sólo han acentuado el proceso de concentración de renta.
Nuestros países encuentran dificultades para defenderse de esa acción predatoria de los capitales financieros. El Banco del Sur es todavía un proyecto naciente, que no logra articular estrategias de conjunto para la región, que puedan llevarla a tomar medidas de defensa respecto de esos ataques especulativos. Las mismas monedas nacionales son más débiles frente a las maniobras –especialmente del dólar–, que si fuera posible construir una moneda común para la integración regional. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, dice que su país está dispuesto a abandonar la dolarización, pero no puede volver al sucre, tendría que hacerlo en el marco de una moneda regional.
Esa es la pelea más grande que enfrentan los países que buscan construir alternativas al modelo neoliberal. Un modelo centrado en la hegemonía del capital financiero, en su modalidad especulativa. Una propuesta de que nuestras sociedades serán reducidas a sus mercados, que todo sea mercancía, que todo se venda, que todo se compre, que todo tenga precio, a expensas de los derechos de las personas.
La conformación más amplia y más homogénea del nuevo Mercosur es el espacio privilegiado para que la región pueda tener proyectos de integración de carácter económico, tecnológico, financiero, educativo y de comunicación, entre otros. Para ello es indispensable imponer un nuevo ritmo al Mercosur, dejando atrás el período en que las corporaciones brasileñas y argentinas simplemente disputan mercados entre sí. Como decía el ex canciller brasileño Celso Amorim –actual ministro de Defensa–, “no se trata de disputar el mercado de heladeras entre argentinos y brasileños, sino de construir la heladera del Mercosur”.
Al igual que, para que la región pueda defenderse en mejores condiciones de las presiones recesivas que llegan del centro del capitalismo y desde adentro mismo de nuestros países, es indispensable que Unasur resuelva de una buena vez el tema de su dirección, para retomar su rol fundamental en América del Sur. En el momento mismo en que la propuesta de la Alianza para el Pacífico pierde su empuje, con la perspectiva más integradora en la región que pretende impulsar Michelle Bachelet a su política exterior y el debilitamiento de las otras economías de ese proyecto, quebrar la hegemonía del capital especulativo es la condición decisiva para que nuestros países puedan retomar un ciclo económico expansivo, esta vez bajo proyectos de integración regional más amplios.
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