EL MUNDO › EL CONFLICTO BéLICO ENTRA EN UNA ETAPA DE EMPATE TRáGICO
La primera chispa prendió en las calles de Deraa, en el sur de Siria, el 15 de marzo de 2011, cuando miles de personas reclamaban al gobierno de Bashar al Assad el derecho a protestar en medio del fervor por la llamada Primavera Arabe.
Hoy los sirios entran en el cuarto año de una guerra civil que comenzó con la represión estatal de una inédita ola de manifestaciones opositoras y que poco a poco degeneró en un sangriento y complejo conflicto que estuvo al borde de incluir una nueva intervención militar estadounidense.
La primera chispa prendió en las calles de Deraa, en el sur de Siria, el 15 de marzo de 2011, cuando miles de personas reclamaban al gobierno de Bashar Al Assad el derecho a protestar y manifestarse a favor del levantamiento popular que había derrocado al temido Hosni Mubarak en Egipto, apenas un mes antes. Ante el innegable efecto contagio que tuvieron los levantamientos en Egipto, Túnez y Libia, Al Assad respondió con represión policial y, cuando esto no alcanzó, sacó los tanques a las calles y hasta bombardeó algunas de las principales ciudades del país.
Damasco mechó concesiones políticas con cada ola represiva. Cambió todo su gobierno, levantó el estado de emergencia que regía en el país desde 1963, liberó a cientos de presos, reformó la Constitución para permitir otros partidos y limitar el mandato presidencial, y otorgó ciudadanía a un cuarto de millón de kurdos, una minoría que representa a más del diez por ciento de la población siria.
Durante los primeros seis meses, la lucha de la oposición no fue armada y estuvo liderada desde adentro de Siria. Sin embargo, en los últimos meses de 2011, la crisis comenzó a virar hacia un conflicto armado. Apareció una milicia compuesta por oficiales y soldados que desertaban de las filas del ejército, se creó un gobierno en el exilio bajo el nombre del Consejo Nacional Sirio y cada vez más las potencias occidentales se involucraron de forma directa y explícita en el conflicto, pidiendo la renuncia de Al Assad. Para fines de ese año, la ONU estimaba que poco más de 4000 sirios habían muerto.
A lo largo de 2012, el conflicto sirio se profundizó, se volvió más sangriento y dio pie a una de las crisis humanitarias más dramáticas y masivas de las últimas décadas. Poco a poco, lo que comenzó con un grupo de militares desertores que contraatacaba al ejército con una tibia guerra de guerrillas y algunos combates directos, se convirtió en una guerra civil entre el ejército y milicias aliadas, y un frente heterogéneo de grupos armados que incluía nacionalistas, izquierdistas e islamistas.
Como en toda guerra civil, los combates rápidamente dejaron de circunscribirse a los grupos armados y los soldados, y tomaron como rehén a la población civil. Los atentados en zonas comerciales y residenciales, los asedios militares y ataques a ciudades, y los secuestros, detenciones, torturas y ejecuciones de civiles, milicianos y soldados rivales se volvieron moneda corriente en Siria.
A fines de 2012, la ONU estimaba que más de 60.000 personas habían muerto en la guerra civil siria y que más de 600.000 habían cruzado la frontera y se habían instalado en los improvisados campos de refugiados de los países vecinos. Con ellos también cruzó la frontera el conflicto armado.
Las fronteras con Turquía y Jordania se convirtieron en rutas de entrada de combatientes y armas y en refugios para la insurgencia, mientras que el Líbano importó la guerra de la mano de Hezbolá, el partido-milicia chiíta que pelea junto a el ejército sirio, y de sus rivales políticos libaneses que rechazan la injerencia de Damasco en ese pequeño país. Para fines de 2013, el número de refugiados y desplazados internos ya superaba los 6,5 millones en una población de 19 millones. La ONU, en tanto, informó en julio que más de 100.000 personas habían fallecido en el conflicto. Actualmente, el único que lleva un cálculo de las víctimas es un opositor sirio que, desde Londres y bajo el nombre de Observatorio Sirio por los Derechos Humanos, está en contacto diario con activistas y milicianos en el terreno. Según su información, más de 146.000 ya han muerto en el país árabe, entre ellos más de 50.000 civiles.
Especialmente durante el último año, la escalada de la violencia fue alimentada por el creciente protagonismo de los grupos islamistas, algunos de ellos vinculados a Al Qaida, que inyectaron una dinámica y una retórica sectaria al conflicto. Civiles de las minorías cristianas, kurdas, chiítas y alawitas, que apoyan al presidente Al Assad, comenzaron a ser objetivos de atentados, secuestros y ejecuciones, mientras que la intransigencia religiosa de algunos islamistas y sus abusos crearon profundas divisiones en la insurgencia.
En los últimos meses, por ejemplo, la mayoría de los combates en el norte de Siria enfrentó solamente a milicias opositoras. En medio de esta anarquía, el conflicto interno sirio quedó al borde de convertirse en una guerra internacional, con Estados Unidos como protagonista. En agosto pasado, la confirmación por parte de la ONU de que un pueblo de las afueras de Damasco había sido atacado con gas sarín desató la indignación de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y de las potencias rivales de Al Assad en el Golfo Pérsico, las monarquías de Arabia Saudita y Qatar. Sin evitar dramatismos, el presidente estadounidense Barack Obama denunció que una “línea roja” había sido cruzada con el uso de armas químicas en Siria, acusó a Al Assad y comenzó a movilizar sus tropas para un ataque militar.
La intervención contra Damasco parecía inminente, pero la diplomacia rusa sorprendió a último momento con una contraoferta: Al Assad entregaría y destruiría su arsenal químico, si Washington se comprometía a no atacar.
Un moderado Obama aceptó la propuesta rusa y cinco meses después, pese a todos los pronósticos, el proceso de desarme sirio está encaminado y podría completarse a término, a mediados de año.
Ese antecedente diplomático sirvió para que Estados Unidos y Rusia reactivaran la presión y lograran concretar el primer proceso de paz entre Damasco y la insurgencia siria. El gobierno se sentó en Ginebra a discutir una solución al “terrorismo” –como denomina a la insurgencia–, en tanto que la oposición, dividida y debilitada, centró sus demandas en la salida del poder del presidente Al Assad. Como explicó el mediador del proceso, Lakhdar Brahimi, mientras los combates continuaban en Siria: “La distancia entre las dos partes todavía es muy grande”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux