EL MUNDO › AUSTERIDAD, RECORTES, CONTROL DE LOS DEFICIT, CONCESIONES A LAS PATRONALES
Partidos políticos, sindicatos y asociaciones buscan que “el corazón se despierte a la izquierda” en un momento en que ser de izquierda es como vivir en las nubes o atentar contra el sentido común y la propiedad privada.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El socialismo europeo del siglo XXI tiene una nueva imagen de marca: el desasosiego, la desesperanza y la incredulidad de sus simpatizantes o militantes ante el giro liberal y escrupulosamente gestionario de quienes llegaron al poder haciendo campaña por la izquierda para terminar gobernando como lo hacían sus adversarios conservadores. “Hacen lo que la derecha no se animó a hacer”, dice con una mezcla de rabia y desaliento un joven militante socialista de París. Austeridad, recortes, control de los déficit, concesiones a las patronales, cuestionamientos al sistema de protección social, el socialismo francés que gobierna desde 2012 es el modelo más reciente del giro liberal de la izquierda que empezó a plasmarse en Gran Bretaña y Alemania con el ex primer ministro Tony Blair (19972007) y el ex canciller Gerhard Schröder (1998-2005). “Hollande, ya basta”, dice una inmensa bandera que envuelve la estatua de la Plaza de la República en París. Toda la izquierda de la izquierda decidió romper el consenso liberal social para salir a la calle y manifestar “contra la austeridad, por la igualdad y el reparto de las riquezas”. Partidos políticos, sindicatos y asociaciones buscan que “el corazón se despierte a la izquierda” en un momento en que, tal como ya había ocurrido en la década de los 90, ser de izquierda es como vivir en las nubes o atentar contra el sentido común y la propiedad privada.
La manifestación parisiense estuvo encabezada por Jean-Luc Mélenchon, uno de los líderes del Frente de Izquierda, y por Alexis Tsipras, el jefe de la izquierda griega agrupada en el movimiento Syriza. Dos personalidades de peso para intentar sacar del letargo y del miedo a una sociedad que se compró el argumento central destilado por el poder y los medios: no existe otro camino posible. Las consignas recordaban todo lo que se ha vuelto imposible hoy: “Cuando se es de izquierda, se le cobran impuestos a la finanza, cuando se es de izquierda se está del lado de los asalariados”. Pero algo se ha desvanecido en ese corazón que solía llenar las calles de París con manifestaciones multitudinarias. Aunque haya un presidente socialista, François Hollande, elegido en 2012 con un discurso antifinanzas, su política sigue el surco del pensamiento dominante de la derecha liberal. Luego de la categórica derrota que sufrieron los socialistas en las elecciones municipales de marzo, François Hollande nombró a un nuevo primer ministro representante del ala liberal del PS, Manuel Valls. El cambio a la cabeza del Ejecutivo no fue más que una cuestión de estilo y de imagen. Las orientaciones económicas presidenciales no variarán de rumbo. Pero la llegada de Manuel Valls motivó que la izquierda más radical convergiera, al menos, en la protesta. Porque, en realidad, quienes componen ese segmento político pocas veces son capaces de formar un arco común. Entre ecologistas, ala izquierda del PS, el Nuevo Partido Capitalista o el Frente de Izquierda, esos grupos no comparten ni las estrategias, ni las plataformas ideológicas. Son, no obstante, los únicos que, aunque dispersos, ponen en tela de juicio el pilar del giro a la derecha que dio François Hollande: el controvertido “pacto de responsabilidad”. Se trata de un dispositivo diseñado para las empresas que implica una reducción de las cargas patronales de 50 mil millones de euros de aquí a 2017. Esto representa un 2 por ciento del PIB y su objetivo consiste en reducir el costo de la mano de obra para reactivar, así, el mercado laboral. En contrapartida, el gobierno se comprometió a bajar en unos 5 mil millones de euros los impuestos y las cotizaciones salariales de la gente. Ese esquema responde al pensamiento liberal, para el cual es el costo de la mano de obra lo que empuja el desempleo hacia arriba. Esta línea, más el rigor presupuestario dictado por la Europa financiera con la austeridad que lo acompaña, resumen el “socialismo a la francesa” del presidente Hollande. Nada muy distinto de la derecha que gobernó hasta 2012. En estos dos años de mandato, el PS gobernante acumuló una serie negra de fracasos: todo lo que es malo subió: el desempleo nunca estuvo tal alto, (10 por ciento),la abstención electoral jamás había conocido tasas tan excéntricas (38,5 por ciento en las últimas elecciones municipales) y la extrema derecha jamás había sido tan pujante (en las elecciones municipales de marzo ganó más de 10 municipios y colocó mil consejeros municipales). Lo único que bajó a niveles históricos es la popularidad de François Hollande: con apenas 13 por ciento de opiniones favorables, el presidente batió todas las marcas de la impopularidad política. Sin embargo, persiste en explicar que esa política de rigor es la única viable.
Contra ese modelo absolutista la izquierda más genuina trata de armar un frente verosímil. La apuesta es por demás incierta. En las calles de París no hubo ni la misma cantidad de gente, ni el mismo fervor. Algo se ha esfumado. Sindicatos divididos, ecologistas blandos, ambiciones personales, sectarismos recurrentes, pugnas entre las corrientes, todo eso emite un mensaje deshilachado. La derecha vendió el carácter ineluctable de las reformas y la rigidez presupuestaria, el socialismo le dio validez a ese destino. Entre ambos, las diferencias son escasas. Y pese al descontento generalizado, la “gauche de la gauche” carece de unidad y potencia para sacar provecho. Ninguna otra opción parece realizable. En un editorial del vespertino Le Monde, el diario comentaba las urgencias y los compromisos del Ejecutivo. La agenda lleva a Le Monde a escribir que todo “compromiso social es imposible”. Habrá entonces futuro austero para rato mientras las ramas de las varias izquierdas protestan y mientras la izquierda social arma y desarma las piezas de un Lego infinito.
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