Dom 13.04.2014

EL MUNDO  › OPINION

La voluntad del pueblo

› Por Alfredo Serrano Mancilla *

Buscar efemérides recientes en Venezuela es una tarea bien sencilla. La revitalizada política en la democracia en la Revolución Bolivariana permite tener un calendario lleno de recuerdos de momentos de máxima trascendencia histórica. Abril tampoco pasa desapercibido. Es un mes que trae a la memoria el golpe de Estado contra Chávez en el año 2002 con una maniobra muy planificada por parte de las corporaciones empresariales más importantes de ese país, con el claro apoyo internacional, y con la infaltable labor de la prensa nacional y extranjera. El 11 de abril del 2002 es la fecha marcada por el intento de derrumbar el orden democrático constitucional para acabar imponiendo (el 12 de abril de 2002) a Pedro Carmona, presidente de la patronal privada Fedecámaras, como presidente ilegítimo, con el único afán de derogar la Constitución del 1999, tal como lo hizo en su primer decreto en su breve paso por el cargo usurpado. Todos ya conocen cómo acabó la historia de Pedro El Breve cuando tuvo que salir del sillón que no lo correspondía porque pensaba que se podría gobernar sin el apoyo de la mayoría de la voluntad popular. El pueblo volvió a poner a Chávez, el 14 de abril del 2002, en el lugar que le correspondía para seguir gobernando.

Se iniciaba otro 11 de abril, pero de este mismo año, cuando aún no se había acabado la jornada de diálogo, en presencia de una delegación de cancilleres de Unasur (Brasil, Colombia y Ecuador) y el representante del Vaticano, entre el gobierno venezolano y la oposición. La misma que, en parte, había apoyado ese golpe de Estado contra Chávez hacía 12 años. Después de muchas muertes y mucha violencia, la oposición aceptó sentarse en Miraflores para iniciar este diálogo televisado en el que podrían decir lo que quisieran con el tono que quisieran. Y así fue. Frente a la atenta mirada del presidente Maduro, la oposición aprovechó cada turno para ratificar lo que nunca dejaron de ser. No han podido superar todavía la derrota en tantas elecciones (18 de 19); siguen sin aceptar que perdieron por la mínima en otra fecha de abril, el 14 de abril del 2013; y han optado por olvidarse que en diciembre 2013, también perdieron, no por la mínima, en las elecciones municipales que ellos mismos se habían empeñado en convertir en un irreal plebiscito. Cada Parlamento opositor se centraba en cada uno de los ejes que lo caracterizan; alguno seguía hablando del viejo pacto (el del Puntofijo a favor de una democracia de mentira); otro pidió amnistía para aquellos que alientan violentamente la salida inconstitucional de Maduro; alguien se atrevió a decir que las organizaciones y colectivos chavistas son paramilitares; también hubo lugar para quien demandó que sigan las protestas en las calles; y no pudieron faltar las alusiones a la economía pero con tal exageración de la situación que se presentaba como catastrófica en vez de decir que es realmente preocupante. Seguramente, como respondió el gobierno, la FAO, Cepal y OIT han de ser organismos marxistas o socialistas que alucinan porque dicen todo lo contrario en relación al hambre, educación, desigualdad, pobreza y empleo. Claro que la economía venezolana ha de resolver una estructura productiva desequilibrada y reducir la dependencia importadora que genera un nuevo rentismo del siglo XXI; por supuesto que hay que impedir que los oligopolios formadores de precio no sigan induciendo a esta inflación galopante. Sin embargo, hablar de colapso no parece un diagnóstico real, sino se trata más de usar la misma estrategia que se hiciera con Allende días antes del golpe o con Chávez en ese abril del 2002.

El diálogo siempre facilita, pero éste no puede esconder que la política es confrontación. En Venezuela, están en disputa dos modelos antagónicos irreconciliables porque los conflictos no siempre tienen punto de encuentro. Como dijo el canciller venezolana Jaua, la clave está en reconocerse y respetarse bajo las reglas democráticas. Detrás de todo el conflicto, está el hecho que la oposición aún no ha reconocido que el pueblo mayoritariamente elige al proyecto chavista para seguir transformando Venezuela.

El diálogo realmente es un gran triunfo para el chavismo, porque logró sentar a la fracción “democrática” de la Mesa de Unidad Democrática, y no en la OEA, sino delante de Unasur. Por su parte, la oposición también tuvo su propia victoria (menos victoria pero victoria al fin y al cabo) porque después de un año de la muerte de Chávez logró tener un lugar en Miraflores que le fue negado por su pueblo.

El diálogo solo acaba de empezar, pero éste no podrá sustituir la voluntad del pueblo que ya eligió al gobierno que debe seguir gobernando. Continuará...

* Doctor en Economía, Centro Estratégico Latinoamérica de Geopolítica.

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