Mié 07.05.2014

EL MUNDO  › OPINIóN

Brasil o México

› Por Emir Sader

“En la última década, el modelo mexicano de apertura liberal, integración con los Estados Unidos y libre comercio tuvo un de-sempeño extraordinariamente peor que el de Brasil.” La constatación es de uno de los más importantes analistas brasileños, José Luis Fiori, y aparece en un artículo publicado esta semana en el periódico de economía Valor.

Fiori se opone al coro orquestado por grandes voceros del neoliberalismo en escala internacional, como el Financial Times y The Economist –al que podemos agregar El País–, con sus ataques reiterados al “intervencionismo” brasileño, contrapuesto a su entusiasmo por una economía con pésimo desempeño como la mexicana. Teniendo que apegarse a algún país para contraponer al éxito de Brasil, apelan a México, por el tamaño de su economía y por el modelo radicalmente opuesto al brasileño. Pero la bomba que tiran les sale al revés, demuestra Fiori.

En 1994 México firmó el Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá y en los últimos veinte años ha sido absolutamente fiel al librecambismo, incluso en su adhesión a la Alianza para el Pacífico y a la iniciativa norteamericana del TPP. También practicó una política macroeconómica y financiera absolutamente ortodoxa, manteniendo inflación baja, cambio flexible, tasas de interés moderadas y amplio acceso al crédito.

El balance de esas dos décadas es ampliamente negativo. Si bien el comercio exterior mexicano creció mucho en ese período, ese crecimiento no se reflejó en mejoría de la vida de la población, con un crecimiento de la renta per cápita de solamente 1,2 por ciento. Aun en las maquiladoras fueron creados apenas 700 mil puestos de trabajo y la participación de los salarios en la renta nacional permaneció alrededor del 29 por ciento, con la pobreza absoluta de la población mexicana aumentando significativamente.

Al contrario de lo prometido, la economía mexicana no se ha integrado a las “cadenas globales de producción”, la productividad promedio de la economía sólo creció en forma segmentada y vegetativa y la inversión extranjera directa no ha cambiado demasiado.

Ese balance es todavía más decepcionante si se compara con el modelo brasileño, considerado “intervencionista” por aquellos órganos de prensa en el período 2003/2012 –período de los gobiernos del PT en Brasil–. Las diferencias son enormes. En ese período, el PIB brasileño creció 4,21 por ciento al año, el de México 2,92 por ciento. Las exportaciones brasileñas han aumentado a una tasa anual del 6,59 por ciento, las de México 5,35 por ciento.

Por otra parte, la renta per cápita de los brasileños creció a una tasa anual del 2,84 por ciento y la de México 1,42 por ciento. La participación de los salarios en la renta nacional alcanzó a 45 por ciento en Brasil, en México quedó en 29 por ciento. En ese período Brasil creó 16 millones de empleos formales, México 3,5 millones. La pobreza absoluta fue reducida en Brasil a 15,9 por ciento, en México aumentó hasta alcanzar el 51,3 por ciento.

Finalmente, la inversión directa externa en Brasil aumentó de 16.590 millones de dólares a 76.110 millones, mientras en México cayó de 23.932 millones de dólares a 15.455 millones. Para concluir, la economía brasileña creció 2,3 por ciento al año, mientras la mexicana creció 1,1 por ciento.

Según esos datos incuestionables, concluye Fiori, “el elogio de México debe ser considerado un caso de mala fe, fundamentalismo ideológico y estrategia internacional del neoliberalismo”. Pero lo que importa es que la conclusión que traen los datos es una sola: “El modelo mexicano de apertura liberal, integración con los EE.UU. y libre comercio tuvo un desempeño extraordinariamente peor que el ‘modelo intervencionista’, ‘heterodoxo’, y ‘cerrado’ (según el Financial Times y The Economist) de la economía brasileña, junto con su proceso de integración del Mercosur”.

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