EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader
La izquierda latinoamericana tuvo siempre vínculos profundos con la izquierda europea. Sea por las referencias ideológicas que recibió desde Europa –anarquismo, socialismo, comunismo–, sea por los pensadores y sus teorías –Marx y los marxismos, ante todo.
Esos vínculos se expresaban también en el plano orgnizativo, con afiliación a organizaciones internacionales, a través de los partidos comunistas, socialdemócratas, trotskistas. Las temáticas comunes –antiimperialismo, anticolonialismo, anticapitalismo– también acercaban a las corrientes de un lado y de otro del Atlántico.
Hubo siempre temas cuya comprensión fue distinta por parte de las izquierdas de un continente y de otro. Los nacionalismos, ante todo. En Europa fueron siempre corrientes de derecha, chauvinistas, mientras que en América latina siempre han tenido un tono antiimperialista, por lo tanto progresista.
Hubo un momento preciso en que esos lazos sufrieron cambios importantes. Desde la segunda pos guerra la izquierda europea siempre había tenido actitudes solidarias con la izquierda latinoamericana, proponiendo alianzas políticas. El viraje del gobierno de François Mitterrand del primero para el segundo año de su mandato representó una opción estratégica de la socialdemocracia europea: alianza subordinada con el bloque liderado por los Estados Unidos y Gran Bretaña, en lugar de formar un bloque con los países del Sur del mundo –las víctimas principales de la globalización neoliberal.
Ese viraje fue concomitante con la adopción de variantes del modelo neoliberal por la socialdemocracia europea, inspirando caminos similares en América latina –de fuerzas tradicionalmente nacionalistas, como en México y Argentina, a otras, de carácter socialdemocrático– como en Chile, Venezuela, Brasil, entre otros países.
Cuando se realizan elecciones para el Parlamento europeo, los pronósticos son los peores posibles para la izquierda europea. Pero lo que más causa asombro en América latina es que la más profunda y prolongada crisis económica del capitalismo en muchas décadas no produzca grandes movilizaciones populares de resistencia a las políticas de austeridad y el fortalecimiento de la izquierda sino que, al contrario, quienes se fortalecen son las fuerzas de la extrema derecha.
Mientras que gobiernos latinoamericanos resisten la crisis y siguen disminuyendo la desigualdad y la miseria, valiéndose de las mismas experiencias keynesianas de los Estados de bienestar social de Europa, los gobiernos europeos retroceden a políticas que fueron desastrosas en América latina en las décadas de 1980 y 1990.
Es difícil entender, desde América latina, por qué pasa eso. Si varios países de nuestro continente hoy tienen gobiernos antineoliberales, es porque le dimos una dura resistencia al neoliberalismo en los años ’90 y lo derrotamos. Claro que las condiciones son distintas: la unificación europea es una trampa que dificulta. Pero no es menos cierto que la ausencia de una resistencia masiva es el telón de fondo de la debilidad de la izquierda europea.
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