EL MUNDO › LOS ESTRATEGAS DE LA CAMPAÑA DE DILMA ROUSSEFF PARA LA REELECCION DISPARARON SEÑALES DE ALARMA EN BRASIL
No son pocos los brasileños que sienten aumentar la sensación, un tanto indefinida, de que está en marcha un nebuloso movimiento desestabilizador. Lo que nadie logra detectar es organizado por quién, o respondiendo a qué intereses.
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Los resultados de un nuevo sondeo electoral divulgados el pasado viernes –las elecciones en Brasil serán en octubre, pero los sondeos salen casi cada semana– indican que la tendencia de Dilma Rousseff a la baja persiste. También indican que sus dos principales adversarios no logran avanzar. Al contrario: también caen. Dilma había recuperado terreno hace quince días. Volvió a perderlo.
La mayor sorpresa, sin embargo, no se refiere directamente a los candidatos, sino al súbito aumento del número de entrevistados que declaran que anularán su voto, que votarán en blanco o que están indecisos. Ahora, ese contingente suma 25 por ciento de los entrevistados. Hace menos de un mes sumaba 16 por ciento.
Todo eso coincide con la ola de huelgas que se extienden por el país. Se siente un malestar generalizado, palpable en el aire, y los estrategas de la campaña de Dilma para la reelección dispararon señales de alarma.
Hay un creciente pesimismo con la economía. La sensación de que existe presión inflacionaria persiste, pese a que los índices muestran lo contrario: luego de un movimiento alcista observado entre enero y mediados de marzo, la tasa de inflación baja de manera persistente. Al mismo tiempo, aumentó el temor a perder el empleo, a pesar de que los índices de desocupación se mantienen en niveles bajos (menos de 7 por ciento de la fuerza laboral del país).
La media de los sondeos y encuestas de opinión pública indican, además, contradicciones e incongruencias. Ellos muestran que 9 por ciento de los entrevistados se sienten “muy satisfechos” con la actual situación, 71 por ciento se dicen “satisfechos”, 17 por ciento “insatisfechos” y 3 por ciento “muy insatisfechos”. A la hora de evaluar el gobierno de Dilma Rousseff, 38 por ciento dice que es “regular”, 33 por ciento cree que es “bueno u óptimo”, mientras que 28 por ciento asegura que es “malo o pésimo”. O sea, si el cuadro es ése (71 por ciento entre regular, óptimo o bueno), ¿cómo explicar el malestar generalizado? ¿Y cómo explicar que Dilma siga cayendo y ninguno de sus oponentes logre crecer?
No son pocos los brasileños que, cada semana, sienten aumentar la sensación, un tanto indefinida, de que está en marcha un nebuloso movimiento desestabilizador. Lo que nadie logra detectar es organizado por quién, o respondiendo a qué intereses.
Sin embargo, hay un dato que, si no responde a ese interrogante, al menos da que pensar: la influencia directa entre los sondeos y las oscilaciones y la volatilidad del mercado financiero, que tiene en los grandes medios de comunicación su esforzado vocero.
Desde 2002, cuando Lula da Silva derrotó al candidato neoliberal José Serra, ese mercado no sufría semejantes ataques de ansiedad. La reelección de Lula, en 2006, y la elección de Dilma, en 2010, fueron aceptadas sin mayores esfuerzos. Ahora, el clima es otro, bien otro.
Tanto es así que bancos, fondos de inversión y agentes financieros vienen gastando sus buenos pesos en contratar sondeos electorales paralelos a los legalmente encargados por partidos y medios de comunicación. Con eso logran anticipar los resultados que recién serán divulgados a la opinión pública dos o tres días después.
Como a cada caída en la intención de votos de Dilma ocurre invariablemente una suba inmediata en la Bolsa de Valores, más una oscilación negativa del cambio y de las tasas de interés en el mercado futuro, tener una indicación fiable de ese resultado antes de lo que será divulgado públicamente significa buena oportunidad de especular y ganar.
Otra señal de alarma se dispara a raíz de la persistencia de huelgas que paralizan las ciudades, llevadas a cabo por disidencias minoritarias de los sindicatos, que amplían aún más la irritación de la población.
Se nota que, insuflada por los grandes medios, en especial la televisión, esa irritación popular se direcciona a los políticos en general y a los gobiernos en particular.
Así, el país entra en los días previos al inicio del Mundial. El viernes pasado Brasil jugó contra Serbia, su último juego de entrenamiento antes de enfrentar a Croacia en el partido inaugural.
El partido coincidió con otra jornada de huelga en el metro de San Pablo, que perjudica a casi cuatro millones de personas. Llovió, y el tránsito fue un caos.
Encima Brasil jugó mal. Ganó por 1-0, pero no ha sido ni sombra de lo que se esperaba. Entonces se oyó otra señal de alarma: ¿estaremos todos condenados a vivir una burbuja de irritación en las calles, fútbol mediocre en la cancha y malestar generalizado?
Frente a la casi certidumbre de que este Mundial se dará en medio de protestas, huelgas salvajes y enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas de seguridad, varias autoridades federales decidieron recurrir, a última hora, a un ruego final: pedir a los brasileños que sean hospitalarios y reciban bien a los extranjeros que vienen a conocer el país y ver buen fútbol. Sólo faltó elevar plegarias a los cielos, pidiendo que por favor no llueva en los días en que Brasil salga a la cancha.
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