EL MUNDO
› EL ESCENARIO DE INSEGURIDAD EN IRAK POST SADDAM
Detrás del golpe al ayatola
› Por Mercedes López San Miguel
La muerte del ayatola Mohammed Baqir al-Hakim, como la del representante de la ONU, Sergio Vieira de Mello, el pasado 19 de agosto, pusieron en evidencia que las fuerzas ocupantes de Irak son incapaces de dar seguridad en un terreno que se complejiza al tiempo que prolongan su estadía. En ambos casos se empleó el mismo medio, el coche-bomba, y sus víctimas tenían en común ser objetivos “blandos”, indefensos. El ataque del viernes en Najaf reviste el interrogante de si fue contra el feudo chiíta o en particular contra la familia Hakim por parte de los leales a Saddam. Y si en algo tuvo que ver la red terrorista Al- Qaida.
La muerte de Al-Hakim, de 63 años, líder del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Irak (CSRII), marca un punto de inflexión en la (pos)guerra. Hakim es sinónimo de lo pro iraní para algunos y en ese sentido un obstáculo para los chiítas radicales en sus esfuerzos por sentar las bases nacionalistas y religiosas tras la caída de Saddam. Por otra parte, están los leales al depuesto líder iraquí: la familia Hakim fue vista como traidora durante la guerra de Irak-Irán y después también. Algún sentido de venganza se filtra en este asesinato y sin duda boicotea los esfuerzos de “estabilización” y “democratización” del invasor.
Era un blanco fácil. La ONU había renunciado a la protección de las tropas norteamericanas para dejar claro que no formaba parte de las fuerzas de ocupación y Al- Hakim había logrado que los soldados de Estados Unidos no entrasen en la ciudad santa de Najaf, donde se encuentra la tumba de Alí, el yerno del Profeta, por respeto a las tradiciones del chiísmo. En Najaf, una ciudad de millón y medio de habitantes, no existen ni el toque de queda, que aún rige en Bagdad, ni puestos de control militar en sus cercanías.
La realidad parece empecinarse en demostrar que no hay un atisbo de estabilidad en Irak, ya que antes de que el tercer atentado en 23 días destruyera esta semana la mezquita chiíta en el sur de ese país, la falta de credibilidad de Estados Unidos ya era fuertemente castigada. Los atentados contra la embajada de Jordania y la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ambos en Bagdad, y este último son parte de un mismo escenario. Los ataques abrieron una serie de interrogantes en Irak que ya se temían antes de la invasión liderada por Estados Unidos contra Saddam Hussein, debido a la tradicional rivalidad entre los chiítas –más del 60 por ciento de la población iraquí– y los sunnitas, grupo religioso que apoyaba al ex presidente iraquí. Junto con el incremento en el número de ataques contra tropas estadounidenses y británicas (desde el fin de la guerra han muerto más soldados de ambos que durante el conflicto armado), estos atentados muestran que la fuerza angloamericana es incapaz de implementar “la ley occidental” y el costo se le incrementa cada día.
Los expertos en defensa ya comienzan a advertir que las acciones terroristas van más allá de Al-Qaida y el simbólico Osama. En medio, hay una amplia gama de movimientos y fuerzas de resistencia que responden a objetivos locales, menos que globales y regionales. Y que su supervivencia se presenta bastante independiente de lo que le pase a la red y a su líder.