Vie 12.09.2003

EL MUNDO

Un día entre la venganza y el dolor en la Zona Cero

La conmemoración de los atentados de hace dos años fue discreta en Nueva York. La Zona Cero se llenó de familiares de las víctimas. Página/12 estuvo allí y recogió sus testimonios.

Por María Silvina Gioannini
Desde Nueva York

La ciudad de Manhattan, que dos años atrás había caído presa del pánico por los atentados terroristas perpetrados contra las dos torres mayores del complejo de oficinas conocido como World Trade Center, volvió ayer, a unas 15 cuadras de lo que fue el epicentro de la catástrofe, en el barrio Little Italy, a organizar la famosa fiesta italiana en honor a San Genaro –suspendida dos años atrás–. Mientras preparaba su puesto de comidas sobre la calle Mulberry, un señor hispano escuchaba la radio desde la que se oían voces de niños y niñas leyendo los nombres de las víctimas desde el sitio de la catástrofe. Si no hubiera sido por la radio nada hubiera indicado que, solamente a 15 cuadras, cientos de personas estaban congregadas para recordar a las víctimas. O que a lo largo de todo Estados Unidos se prepararon misas, vigilias con velas y actos recordatorios, algunos de los cuales comenzaron anteanoche.
A unas diez cuadras del área denominada Ground Zero (la zona donde alguna vez estuvieron las Torres Gemelas), Lionel Haynes, un guardia de seguridad del juzgado de Nueva York, sonreía amablemente, con sus dientes blanquísimos contrastando con su piel oscura. “Trato de no pensar en lo que pasó, dos años atrás pensé que era el fin del mundo.” Ya a unas cinco cuadras de la Zona Cero comenzaban a verse banderas norteamericanas desplegadas en los edificios, patrulleros, ambulancias y autobombas. Algunas personas demostraban sus sentimientos vistiéndose enteramente de azul, blanco y rojo o envolviéndose de cuerpo entero con banderas norteamericanas; otros simplemente llevaban una escarapela. Una pequeña agrupación de musulmanes, judíos y budistas vestidos con las ropas típicas de cada religión recorrían las calles desplegando una bandera violeta con símbolos. En uno de los volantes que ofrecían a los transeúntes se leía: “Como gente de fe no confiamos en la fuerza militar”.
En Ground Zero se pudo apreciar un espectáculo que no se asemejó mucho a la pomposidad del año pasado. Una guardia de honor del Departamento de Incendios de Nueva York caminaba alrededor del alambrado que rodea la zona todavía en construcción. Michael Bloomberg, el alcalde de la ciudad, se hizo presente pero no habló y las grandes personalidades, como la senadora Hillary Clinton y el actor Robert de Niro, quienes el año anterior leyeron los nombres de los caídos, fueron reemplazadas por un grupo de 200 chicos de escuela primaria. El palco donde se encontraba ubicado el coro de niños, y desde donde se leyeron los nombres de las víctimas, estaba a la vuelta de la calle principal y solamente tenían entrada permitida los representantes del gobierno, los uniformados y los familiares de las víctimas. O sea que los demás concurrentes debieron conformarse con presenciar el acto desde afuera del alambrado y por un parlante.
A las 8.46 y 9.03, las horas exactas en que los aviones golpearon las torres, se vivió un momento de silencio (al cual se le sumaron el presidente George W. Bush y su vice, Dick Cheney, desde Washington) y sonaron campanas en Pennsylvania (donde uno de los aviones se estrelló contra la tierra) y en las iglesias a lo largo del país. Lo mismo volvió a repetirse a las 9.59 y 10.29, hora de la caída de las torres, y a las 9.37 en el Pentágono, donde también se desarrolló una ceremonia conmemorativa. Cerca de allí, en el cementerio militar de Arlington, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, depositó una ofrenda floral.
Ya casi finalizado el acto de Nueva York, las delegaciones de policías y bomberos vestidos de gala y los familiares de las víctimas comenzaban a dejar la zona del palco principal para mezclarse con los turistas, los neoyorquinos y organizaciones como la Cruz Roja y grupos de motociclistas, algunos denominados “Los hijos de la libertad” y los “Hermanos de Sangre”, que estacionaron una treintena de motos frente a Ground Zero. La prensa local e internacional se arremolinaba alrededor de los familiares. Algunos contaban su historia sin problemas, otros simplemente querían regresar a sus hogares.
Las opiniones y los sentimientos de los concurrentes al acto llevado a cabo en Manhattan variaban entre la sed de represalia y simplemente dolor. “La venganza está en el corazón de todos”, dijo uno de los motociclistas que viajó a Nueva York desde Pennsylvania. Por su parte, Maria Lipari, una señora de 40 años que asistió al acto con su hija pequeña y cuyo padre pereció bajo las ruinas, decía que los norteamericanos “tienen que demostrar que nadie va a aprovecharse de Estados Unidos”, lo que concordaba con las declaraciones que el alcalde Bloomberg hizo ayer para la cadena de noticias norteamericana ABC: “No nos vamos a olvidar de los que murieron, pero tampoco vamos a dejar que los terroristas nos ganen”. Otros, como Juan Martín, un estudiante uruguayo de 33 años residente en Nueva York desde hace nueve años, no creían en la venganza. “Yo hace mucho tiempo que vivo acá, por lo tanto en cierta manera me siento un neoyorquino, nosotros sufrimos mucho con el atentado y no queremos más guerra. Mis amigos norteamericanos sienten vergüenza cada vez que lo escuchan hablar a Bush.”
La señora Victoria Cabezas, una ecuatoriana que ha vivido en Nueva York desde hace 35 años, sentía dolor y humillación. Mientras sostenía un ramo de rosas y un cuadro con la foto de su esposo fallecido en el atentado, explicaba entre lágrimas que “el gobierno usa el 11 de septiembre para su conveniencia y después se olvida. La ayuda financiera no es como dicen los periódicos, a mí no me ayudan porque no tengo niños pequeños. Si tuviera a mi marido no tendría que estar pasando necesidades. No estoy de acuerdo con la política del presidente porque trae más desgracias y las sufrimos los inocentes”. El cuerpo de su marido Jesús Cabezas, un chef de cocina que trabajaba en el piso número 107 de la torre que tenía un restaurante giratorio, es uno de los tantos que no se encontraron. “Yo todavía voy al edificio One Liberty Plaza, donde hay una foto de mi marido; es lo único que puedo hacer.”

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