Vie 12.09.2003

EL MUNDO  › OPINION

Se aceleran los tiempos

› Por Claudio Uriarte

Todavía es difícil discernir los alcances exactos de la decisión israelí “de principio” de expulsar a Yasser Arafat, pero dos cosas son claras: mientras Arafat sigue siendo incuestionablemente el líder de los palestinos, todo rol posible suyo en una negociación de paz con Israel ha terminado. Arafat no quiso o no pudo frenar los atentados palestinos, y en cualquier caso el resultado neto es el mismo: si no ha querido, para Sharon no puede ser un interlocutor; si no ha podido, para Sharon no tiene sentido pensar que podrá hacerlo en un futuro.
Israel ha contestado hasta ahora a la multiplicación de atentados palestinos con dos medidas: la proclamación de que todos los líderes del movimiento integrista Hamas serán asesinados y la amenaza de seguir adelante con la edificación de un muro defensivo en torno a Cisjordania que aislará las zonas palestinas de Israel propiamente dicha. La expulsión de Arafat –o su eliminación física, según el deseo explícito de algunos en Israel ayer– completaría lo iniciado con la primera de estas dos medidas, mientras la segunda constituiría la retaguardia estratégica. Vale decir: se trataría de proceder a la decapitación del liderazgo palestino, mientras se pone freno a la entrada de atacantes suicidas desde Cisjordania y se limita severamente el número de trabajadores palestinos en Israel. El resultado efectivo sería un debilitamiento del poder de palanca política de los atentados, no el fin de la guerra de baja intensidad. Ese fin se ha probado imposible, dado que Arafat no pudo detener la violencia y que el hombre de paja de Washington, el ex primer ministro Mahmud Abbas, no pudo detener a Arafat.
El doble atentado del martes, en que murieron 15 israelíes, aceleró las cosas. Su efecto ha sido liberar a Israel de las trabas diplomáticas que le impedían pasar a reacciones militares más fuertes. Contrariamente a lo que se cree, esas trabas no provenían de la Unión Europea ni de las Naciones Unidas –cuyas tomas de posición automáticas con el mundo árabe las dejaron fuera del juego en Israel– sino del Departamento de Estado norteamericano, principal impulsor de la hoy difunta “Hoja de Ruta”, el plan de paz escalonado que iba a llevar a la creación de un Estado Palestino en el 2005. Eso implicaba un desarme de las organizaciones militantes palestinas que los palestinos se las arreglaron para convertir en una tregua unilateral. Para Colin Powell, vocero del sector moderado de su gobierno, cualquier ruptura de esa tregua por Israel significaba debilitar su posición. Pero fue esa tregua la que quedó muerta por los atentados palestinos del martes.

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