EL MUNDO
› REPORTAJE AL PRINCIPAL ASESOR DE LAGOS
“La reforma niega la histeria”
Un director de Análisis Estratégico de la Presidencia es un señor que se encarga de controlar que los actos de todos los días sean coherentes con los planes que superan el día a día. Pero sobre todo es un señor que sólo habla con su jefe y no, por ejemplo, con los periodistas. Ernesto Ottone, que cubre ese cargo para Ricardo Lagos, rompió su regla con Página/12.
› Por Martín Granovsky
Ernesto Ottone, doctor en Ciencias Políticas graduado en París III, pasó por Buenos Aires y accedió a una rareza en su vida: aceptó una entrevista periodística con la condición de que se centrara en el libro que acaba de escribir con Crisóstomo Pizarro, Osadía de la prudencia, un nuevo sentido del progreso, que está siendo distribuido aquí y en Chile.
Ottone, el principal asesor del presidente chileno Ricardo Lagos, está a cargo de un equipo que analiza el sentido del gobierno y el cumplimiento de lo que define como los grandes objetivos: “Desarrollo definido no sólo por el PBI sino por cómo viven los que están abajo, y avance constante a través del crecimiento, la equidad y la república, que en el caso chileno es muy importante porque consiste en el logro de una democracia perfectamente normal”.
–Su libro se llama Osadía de la prudencia. ¿Ser prudente no es lo mismo que ser un conservador?
–Por supuesto que no. La prudencia no es una virtud conservadora sino democrática. En materia de progreso humano no queda más alternativa que trabajar con el concepto de gradualidad y de imperfección. Metas sociales ambiciosas, osadas, no se consiguen de golpe sino dando un paso a la vez, sobre todo cuando el progreso es buscado en democracia como forma de gobierno.
–¿Qué tiene que ver en esto la democracia?
–La democracia, a diferencia de la revolución, permite sólo pequeños pero sucesivos cambios de cantidad. Aunque sabemos que los cambios de cantidad, como dice Norberto Bobbio, son a la larga cambios de calidad. Creo en la prudencia como opción de las fuerzas progresistas para ir consiguiendo metas sostenibles en el tiempo. Esa es la virtud mayor del proceso democrático chileno. Fue avanzando, dando pasos fuertes. Pero gradualmente, con construcción sólida. Eso es lo que le permitió proteger sus conquistas cuando los ciclos de la situación económica internacional fueron negativos. Chile creció en los gobiernos democráticos a un alto nivel: 6 por ciento anual. Así, cuando en un ciclo negativo una crisis internacional golpea al país, puede aplicar políticas para mantener un gasto social por encima de la tasa de crecimiento. Eso se logra con consenso y credibilidad.
–¿La prudencia es cautela?
–Más que cautela, es sabiduría y comprensión de los tiempos. Cuando en pobreza se logra bajar el índice del 40 al 20 por ciento, y el de pobreza extrema del 14,7 al 5,7, lo importante es que en los tiempos de vacas flacas uno sea capaz de mantener esa conquista.
–¿Por el crecimiento?
–No solamente. También por aumentos de salarios y por políticas sociales. Por políticas públicas potentes y orientadas socialmente.
–¿Chile no endiosa el superávit fiscal?
—No, y sobre todo no en sí mismo. El superávit es solo una parte de nuestro proceso económico. Es como cuando se habla de mantener el riesgo país bajo. Para algunos eso significa estar preocupado por cómo nos ven los organismos. Y no, el riesgo país bajo es para no pagar tasas altas. Porque en una economía abierta pagar tasas altas significa tener menos recursos para orientar el gasto social. La regla del superávit no es una regla que no tenga nada que ver con la orientación progresista. Es parte de ella.
–¿La gradualidad es una estrategia?
–Sí, de sostenibilidad de las conquistas.
–Lo suyo parece el rescate del reformismo.
–Lo acepto, siempre que hablemos del concepto moderno de reforma. Para las fuerzas progresistas hoy día se plantean dos elementos fundamentales. Primero, entender el mundo, y entender los cambios en la economía global y en el propio país. Hay una realidad diferente. Pero hay otro elemento: no renunciar a la transformación, a una tensión moral a favor de una mayor equidad.
–¿Está mal ser imprudente?
–Sí, pero ésta no es una idea conservadora: para llevar un proceso con porfía, convicciones profundas y una orientación de largo plazo se necesita osadía. Habrá que enfrentar resistencias no solo en el adversario sino en el propio campo. Osadía sí, pero también prudencia entendida como el reconocimiento de la gradualidad del cambio en democracia. En democracia no hay asalto al Palacio de Invierno como la revolución rusa de1917. Es un proceso de cambio. Eso, como coalición, como concertación, es lo que nos ha inspirado. Nuestro libro no es sobre Chile. Trata de entregar las claves más amplias y universales frente a qué cosa es el progresismo hoy. Chile es una experiencia interesante.
–¿Un modelo?
–Jamás hablaría de modelo sino de una práctica que acumuló conquistas importantes. Si se comparan los censos del ‘92 y del 2002, los cambios son grandes, sobre todo en las comunas más modestas. Al desagregar los datos por nivel socioeconómico, los cambios en materia de acceso a bienes y de educación significaron una transformación profunda para una parte importante de la población. No solo bajaron la pobreza y a extrema pobreza, y tienen que bajar mucho más, sino que también se produjo una suerte de redistribución subyacente no reflejada solo por los indicadores más gruesos de la economía.
–¿En qué indicadores se apoya para sostenerlo?
–Le doy un ejemplo. No hubo un acortamiento de la brecha en los ingresos nominales. Pero cuando se considera el impacto de las políticas sociales y del acceso a bienes, cuando casi el 80 por ciento de los estudiantes de educación superior son hijos de padres no universitarios, cuando aumentaron en un 330 por ciento los jóvenes que accedieron a la educación superior, uno se da cuenta de que hay procesos muy fuertes. Eso es fruto de políticas sociales y contracíclicas que permitieron el avance a los grupos más postergados. Dicho lo cual queda muchísimo por hacer. En ningún minuto quiero dar una imagen de una satisfacción sin problemas. Chile necesita para acercarse al umbral del desarrollo, de lo que nosotros entendemos por desarrollo, que no es solo el crecimiento del PBI sino el crecimiento sostenido, la integración al mundo, la mejoría en la calidad de vida de la gente, la densidad democrática sólida, la sociedad culturalmente pluralista. De todo eso estamos lejos. Y eso no es solo crecimiento.
–¿Chile muestra una sola configuración a través del tiempo, en dictadura y en democracia?
–No. Hay una profunda ruptura en todo. Hay políticas aperturistas que debemos seguir desarrollando. Y hay políticas económicas que son parte de la economía moderna. Pero hay transformaciones profundas a las que, desde el punto de vista teórico, no se les ha hecho justicia.
–¿Qué es exactamente una “epopeya utópica” como la que usted se resiste a convocar en el libro?
–Lo contrario a las reformas graduales, por etapas: un relato épico, tanto de derecha como revolucionario.
–¿Cómo sería un relato épico de derecha?
–Simplista: el mercado regula todo y arregla todo, el país crece, las cosas se ponen en su orden, los que tienen méritos ganan y los que no, pierden.
–¿Y el revolucionario?
–A través de un momento, de un proceso de transformación profunda y violenta, se producirá un cambio completo en la vida. La reforma es menos épica. Los sueños se van plasmando casi sin que uno se dé cuenta.
–La reforma es aburrida, veo.
–Es compleja. No es simplista. Carece de una palabra o un slogan tras el cual uno se emociona. Es un proceso de contención. Es menos excitante. Pero para bien de la democracia prefiero este proceso, y que la gente busque la excitación en otros ámbitos.
–¿No hay emociones en política?
–Sí que hay. Solo niego la emoción mágica de una palabra. La reforma significa mucho compromiso y mucho trabajo. También liderazgo empático con la gente. Significa tener credibilidad y generar confianza. Pero confianza democrática. Emotividad democrática. Y eso contiene también una parte derazón y de tensión moral. Un proceso de cambio la necesita, y cómo. Del mismo modo, precisa líderes honestos en los cuales confíe la población, espacios para la política, espacios públicos, espacios para la cultura y una fuerte autovaloración nacional. No hay nada sin emociones. Nada se hace negándolas. Lo que sí niega la reforma es la histeria.
–Está negando la Argentina entera.
–(Risas) Quedamos en que éste era un reportaje a un académico.
–¿Por qué la política no debe buscar la felicidad, como dice el libro?
–Es importante no pedirle a las políticas públicas y al Estado cosas que no puede dar. ¿Qué cosas puede exigir la gente a la política? Transparencia, honestidad, verdad. Que trabaje por el bienestar de cada uno. Pero la felicidad es algo muy aleatorio como concepto. Es mucho, ¿no? Cuando se le pide felicidad o amor a la política, o conceptos tan dependientes de la subjetividad, el asunto se empieza a poner peligrosón. Porque, ¿quién interpreta qué es? El libro tiene un acápite con una frase de Claude Lévi-Strauss: “El pesimismo me enseña que es necesario en todo caso promover, en lugar de un humanismo exasperado, un humanismo modesto”. En nombre de la felicidad se cometieron muchas barbaridades, y los sueños se pueden convertir en pesadillas.
–Usted prefiere una visión más secular de la política.
–Más laica, diría. No pidamos cosas que no son exigibles. Pero lo que hay que exigir, exijámoslo entero. Y así construyamos una democracia sólida. Hay una frase de Alexis de Tocqueville que cito en el libro: cuando la gente más tiene más, nota lo que le falta. Naturalmente se produce, entonces, un proceso de aceleración.
–Samuel Huntington llamaba a esto “explosión de las expectativas”, y recomendaba desalentarlas.
–Huntington es un teórico conservador. Le dije al principio que yo no lo soy.