EL MUNDO › OPINION
› Por Mario Wainfeld
“Como a los nazis/les va a pasar/adonde vayan los iremos a buscar”, coreaban los jóvenes de HIJOS cuando hacían los escraches a los represores. No había posibilidad de juicio y castigo a los culpables, obturada por decisiones injustas de gobiernos democráticos. Quedaba en pie la posibilidad de algunos procesos, pero la mayoría caían, bajo el manto de las leyes de la impunidad. Ahora se canta lo mismo en salas de Tribunales, en casi todas las provincias argentinas.
Jamás se los buscó para ejercer venganza por mano propia, ley del Talión o castigo grupal o familiar con lógica mafiosa. Fueron necesarios un cruel aprendizaje colectivo y una conducta ejemplar de los organismos de derechos humanos, con las Madres y las Abuelas como vanguardia inquebrantable.
El cronista, que tiene sus años, temió-supuso tras los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán que los apodados “piqueteros” se radicalizarían, que acudirían a las armas. Desahuciados socialmente, lanzados al desempleo y la marginalidad, estigmatizados y con mártires... la ecuación parecía cerrar. No fue así, porque algo había cambiado, con sufrimientos terribles de por medio.
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Hablemos de los crímenes cometidos en Francia desde el 7 de enero. No hay razones para excusar a los asesinos, ni para justificarlos. El repudio es absoluto, sin ambages, tanto como la solidaridad con las víctimas.
Lo que sí cabe es reflexionar más allá o en derredor. Y, sobre todo, no consentir a los que se valen de la violencia y la negación del otro para responder en espejo. Los polos opuestos se atraen, reza una simplista ley de la dinámica social. Maticemos un poco: en todo caso un colectivo brutal puede favorecer a su supuesto enemigo acérrimo. En un punto extremo desean lo mismo.
Es lo que puede pasar en Europa o en Francia en especial. Puede suceder, se sobreabunda ya se está padeciendo desde hace tiempo. Partidos de derecha racista crecen y encuentran en el atentado una justificación de sus premisas. Fieles a su cosmovisión, amplían la nómina de sus enemigos. La propuesta de imponer la pena de muerte de Marine Le Pen es un retroceso pero no es la peor de sus banderas.
Una excelente nota de Eduardo Febbro, publicada ayer en Página/12, cuenta cómo viven la coyuntura los musulmanes que habitan Francia. Los asalta el miedo, como a otros franceses, pero no temen lo mismo que ellos. Esperan más discriminación, más sectarismo, que los estigmaticen definiéndolos como lo que no son.
La lógica de la derecha extrema es sencilla, semejante a los de aquellos que están en guerra. Su división del mundo es clara y tajante, como la de los jihadistas. Sin compartirla, desde ya, captamos mejor la lógica de los neonazis o neofascistas o lo que fuera la extrema derecha europea. Hay más información, un contexto que algo conocemos. Los jihadistas son más remotos para nuestro horizonte cultural. Todo modo, algo los unifica: el odio a la diversidad, al otro, la exclusión como paradigma, las fronteras nítidas que fungen de trincheras.
Para una lógica democrática, todo es más complejo y debe ser elaborado. Quebrar la lógica de la violencia, como escribe el cura Eduardo de la Serna, es un imperativo. Simple es enunciarlo, construirlo cotidianamente es un desafío mayúsculo.
A la distancia, desde otra latitud, este cronista no se cree quién para intervenir en un debate que ha recorrido Francia: ¿debía el Frente Nacional participar en la marcha de hoy, que será masiva y contundente? Difícil decirles que no, supone uno, a quienes forman parte del sistema político y han alcanzado una contingente primera minoría electoral. Lo que sí sabe, desde lejos pero como parte de una comunidad que ha padecido el terrorismo de Estado, es que ellos no desean un mundo mejor, respetuoso de la diversidad política, cultural y religiosa. Que su ideología es otra, que en su pragmatismo habrán vivido estas matanzas como un beneficio a su causa.
Señalarlos no dispensa a los que matan al diferente o a quienes específicamente lo hicieron el miércoles y el jueves en Francia. Pero cabe hacerlo para dar cuenta de la complejidad del mundo. Y de la cantidad y variedad de fuerzas o protagonistas que se consagran a hacerlo invivible.
Esta columna trata de combinar la ligazón con las víctimas del Holocausto y del genocidio argentino, el homenaje a su templanza y el repudio a los crímenes. En buena medida, la inspiró un luminoso correo electrónico de Judith Buchalter, una lectora de este diario a quien este escriba no conoce personalmente. Su extensión hace imposible transcribirlo. Agradecerlo sí es factible y así se hace.
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