EL MUNDO › EL PREMIER VALLS DIJO QUE FRANCIA RESPONDERá AL ATENTADO
Dijo que el gobierno va a adoptar “medidas excepcionales” para responder a la amenaza terrorista sin que, al menos por ahora, ello implique seguir el modelo adoptado por la administración del ex presidente norteamericano George W. Bush.
› Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París
La delicada filigrana del consenso que unió a un país en su reivindicación de la libertad se desliza hacia el desafío que consiste en trazar un rumbo que responda tanto a los asesinatos de 17 personas por tres integristas, cuanto a la histórica movilización de cuatro millones de personas que tuvo lugar el domingo 11 de enero. En un editorial publicado en la última edición del vespertino Le Monde, el diario llama a “una refundación política necesaria”, en un momento donde “los franceses descubren la fragilidad de la democracia, donde el ideal europeo busca un nuevo aliento y la intolerancia gana terreno”. En una sesión excepcional en homenaje a las 17 víctimas de los operativos jihadistas, el primer ministro francés, Manuel Valls, adelantó algunas pistas sobre la forma en que el Estado responderá a lo ocurrido. Valls dijo que el gobierno va a adoptar “medidas excepcionales” para responder a la amenaza terrorista sin que, al menos por ahora, ello implique seguir el modelo adoptado por la administración del ex presidente norteamericano George W. Bush, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Valls aclaró que medidas “excepcionales” no significa forzosamente de “excepción”. En su intervención, el jefe del Ejecutivo declaró: “Una situación excepcional debe ser acompañada por medidas excepcionales. Pero con idéntica fuerza digo: nunca medidas de excepción que se aparten del principio del derecho y de los valores”. Manuel Valls admitió con todo que “Francia está en guerra contra el terrorismo, el jihadismo y el islamismo radical. Francia no está en guerra contra el Islam y los musulmanes”.
En este contexto, el gobierno se prepara a reforzar los medios humanos y materiales de los servicios encargados de la lucha antiterrorista así como la creación de “zonas específicas” en las cárceles para los detenidos que se han radicalizado. El primer ministro va a instaurar un nuevo fichero que incluirá a las personas condenadas por terrorismo o que han sido miembros de un grupo de combate. Y en lo que atañe a Internet, el ministro de Interior, Bernard Cazeneuve, presentará de aquí a ocho días una serie de propuestas destinadas a regular “Internet y las redes sociales que son, más que nunca, utilizadas para reclutar, poner en contacto y adquirir técnicas que permiten pasar al acto” (Manuel Valls). El primer ministro fue aplaudido de pie por el conjunto de los parlamentarios sin que este gesto oculte la confrontación entre el gobierno y la oposición conservadora, a propósito del carácter de las medidas que deben adoptarse. La derecha pugna por un endurecimiento mayor de la represión e, incluso, según declaró el jefe de grupo parlamentario de la derechista UMP, Christian Jacob, por “la restricción de las libertades públicas e individuales de algunas personas”.
El Estado explora la dosis necesaria para enfrentar una encrucijada semejante evitando, en el plano nacional, caer en la tentación de un arsenal represivo y violatorio de todas las libertades semejante al que adoptó Georges Bush con el Patriot Act. No se trata de responder “terror contra terror” como lo hizo Bush. En lo que toca al campo internacional, Francia tiene que decidir también cómo gestiona los lazos entre lo que ocurre dentro del país y la situación en Siria, Libia, Irak, Afganistán, Mali o Palestina. La política de las potencias occidentales en estos países tiene un impacto muy fuerte en las comunidades musulmanas. Recordemos los desastres que provocó la administración norteamericana con su diseño de un “eje de mal” cuyas consecuencias se siguen pagando hoy: deshizo Irak, desplomó a Siria, desestabilizó a Pakistán y Yemen, arruinó a Afganistán, aisló a la Autoridad Palestina y terminó provocando una radicalización mucho mayor de la que existía. El “terror contra el terror” engendró más terror, más incomprensión, más odio y, colmo de la inoperancia, condujo a que grupos jihadistas rivales (Al Qaida en la península Arábiga y el Estado Islámico) hicieran causa común.
La movilización del Estado se hace igualmente extensiva hacia otros campos ya que, pese a la testarudez de muchos analistas de todo el mundo que insisten en obviarlo, los jihadistas eran franceses, habían nacido aquí y cursaron sus estudios en ese modelo de escuela republicana que distingue a Francia. En un texto publicado por la prensa, un grupo de profesores de la localidad de Seine-Saint-Denis, en las afueras de París, se pregunta “¿cómo hemos podido dejar que nuestros alumnos se vuelvan asesinos?”. Los profesores agregan: “Si los crímenes cometidos por estos asesinos son odiosos, lo terrible es que esos asesinos hablaban francés, con el acento de nuestros suburbios. (...) Nuestros hijos mataron a nuestros hermanos. Esa es la exacta definición de la tragedia”.
La fase post Charlie se despliega en una marea de debates, testimonios y contradicciones y con una clase política que avanza al tanteo debido a que la movilización ciudadana se apoderó de la agenda. La respuesta masiva de la sociedad, su mensaje en bloque y sin ambigüedad trastornó las estrategias y los tiempos de los partidos políticos que, por una vez, están obligados a mirar hacia el pueblo y no hacia la mera conquista ciega del poder. De pronto, los políticos son conscientes de que no tienen ni la más mínima idea de quiénes son esos millones y millones de Charlie que salieron a la calle. No estaban en los sondeos de opinión, en las radiografías de la opinión pública. Salieron de un relámpago y desestabilizaron un sistema político que lo tenía todo regulado, pensado. Ni la mayoría socialista ni los ecologistas, ni la extrema derecha ni el Frente de Izquierda, ni la derecha de la UMP pueden ignorar ese pueblo silencioso y respetuoso que, sin el más mínimo slogan partidario, hizo temblar los cimientos del país. La especialista en terrorismo Anne Giudicelli anota a este respecto: “El estado de gracia del momento, llamado espíritu del 11 de enero, cristalizó una oposición, un rechazo de ver que nuestro modelo de sociedad no es capaz de defendernos, que nosotros generamos los enemigos que nos golpean”.
La emoción sigue todavía a flor de piel, tanto más cuanto que, con el correr de los días, los sobrevivientes de la matanza de Charlie Hebdo entregan nuevos testimonios. Sigolène Vinson, cronista judicial en Charlie Hebdo, contó al diario Le Monde los minutos del drama y cómo sobrevivió. “No fueron ráfagas –cuenta la mujer– sino bala tras bala, lentamente. Nadie gritó.” Escondida debajo de una pileta para lavarse las manos, Sigolène Vinson vio a uno de los hermanos Kouachi acercarse a ella y apuntarle con un arma. Era Said. El hombre le dijo, siempre apuntándola: “No tengas miedo. Cálmate. No matamos a las mujeres. Pero reflexiona en lo que haces. Lo que estás haciendo está mal. Te dejo la vida, y porque te la dejo vas a leer el Corán”.
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