Jue 15.01.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

El Islam no es violento, los islamistas sí

› Por Norberto Méndez *

El salvaje atentado contra los periodistas del hebdomadario francés trae nuevamente a la palestra una polémica que parece interminable, pero que aflora ante cada acción feroz perpetrada en nombre de la religión islámica: ¿es inherente al Islam la violencia contra los infieles?

Los musulmanes devotos y sus dirigentes repiten que estas acciones son ajenas al Islam y apelan al propio Corán para reafirmar que esta religión condena la fuerza como medio para imponer su credo. Pueden mencionarse infinidad de suras coránicas en este sentido. Sin embargo, tanto en el Islam como en sus hermanas del mismo origen abrahamánico (judaísmo, cristianismo) se entrecruzan en sus libros sagrados las alabanzas a la paz y las convocatorias a la guerra. Habitualmente se aclara desde Occidente que el cristianismo y el judaísmo han hecho letra muerta de esas exaltaciones virulentas, porque el proceso de secularización de la modernidad y el Iluminismo transformaron a la religión en una serie de normas morales que fueron decisivas en la construcción de la sociedad capitalista. No obstante, en la mayoría de sus prosélitos permaneció la creencia, pero su práctica se apartó del fanatismo y se recluyó en el ámbito privado.

Pero la cuestión más controversial del Islam sigue siendo la Jihad, instituto importante del Corán pero que ha sido mal o aviesamente traducido por muchos occidentales como “guerra santa”, tomando una sola de sus acepciones, la “pequeña Jihad”: el combate por la causa de Dios, que en realidad desde la escritura sólo es habilitada cuando todo creyente musulmán debe defender su fe frente a los ataques de sus detractores pero nunca es permitida en una posición ofensiva. Pero la llamada “gran Jihad”, el esfuerzo individual en el camino de Dios, la lucha interna contra las tentaciones, contra el egoísmo, es soslayada por las fuentes occidentales. Ocurre que quienes asesinaron a los redactores de Charlie Hebdo lo hicieron al grito de Allah hu Akbar, (Dios es grande), frase repetida en la liturgia musulmana cotidiana pero que los islamistas (llamados fundamentalistas en Occidente) han adoptado como grito de guerra. De igual manera legitiman sus actos de barbarie apelando a una Jihad combativa, dejando de lado a la Jihad interna. Estos combatientes acomodan y manipulan selectivamente todas las concepciones coránicas que sirven a sus proyectos políticos anti-occidentales y atrasadistas, basándose en la idea de un Occidente unívocamente satánico. O sea que finalmente terminan avalando las posturas occidentales anti-islámicas que presentan por su lado un Islam sólo como bárbaro, imposible de desenvolverse en un supuesto Occidente civilizado y tolerante. Todas estas deformaciones y transmutaciones del tronco central de la fe islámica son facilitadas por la ausencia en el Islam de una iglesia, de una autoridad central que ordene o castigue a quien se aparte del mensaje profético, por lo cual estos militantes echan mano de la Ijtihad, la interpretación independiente, tan válida como el Taqlid (imitación, emulación). Ambas amparadas en la Sharía, la ley islámica. Contra lo que comúnmente se cree, el Islam es una religión muy maleable: por más que algunos ulemas (estudiosos que emiten consejos religiosos) expresen rechazo al uso de la fuerza, sus opiniones no tienen suficiente peso de ley para todos los musulmanes y por ello los islamistas sostienen que en el Islam nadie tiene el monopolio de la interpretación. En verdad la historia del Islam está plagada de enfrentamientos por la vigencia de una u otra. Evidentemente, esto abre la puerta a la opción por la violencia.

Los franceses de origen musulmán del siglo XXI, de cuarta o quinta generación, descendientes de migrantes provenientes de las colonias de Argelia, Marruecos, Túnez, Senegal, etc. ya no siguen los objetivos asimilacionistas de sus padres o abuelos, quienes se sometían de buen grado a la presión integradora de la metrópoli. Estos buscaban ser tan franceses como los naturales de París, Reims o Marsella. Estaban orgullosos de las medallas obtenidas por ser carne de cañón en las guerras coloniales e incluso cuando combatieron en el bando de sus mandantes contra sus propios correligionarios independentistas. Las nuevas generaciones sienten de otro modo, creen que han sido engañados y viven como una farsa los valores de libertad, igualdad y fraternidad que les inculcaron en las escuelas laicas del Estado francés. Para ellos ser musulmán es ser pobre o desocupado. Sienten que los sueños de sus antepasados no fueron realizados y por ello refuerzan sus identidades particulares, especialmente la religión, como una forma de resistencia. Los más desesperados escuchan a los jihadistas recién venidos de Siria o Libia que les prometen la redención, que les devuelven el orgullo de ser musulmanes. Algunos no trepidan en convertirse en terroristas, en matar franceses que no les permiten ser franceses.

* Profesor, UBA.

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