Mar 20.01.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

El factor Laclau en la nueva izquierda española

› Por Jorge Alemán

La última vez que compartí unos días con Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, poco antes de su inesperada muerte en Sevilla, ya comenzábamos –y yo lo intentaba con un interés especial– a pensar en Podemos como una encrucijada diferente en la realidad política europea. Una de las diferencias más decisivas en la experiencia política de Podemos era precisamente el “factor Laclau”. Recuerdo aún aquellos días de Huelva, y las primeras aproximaciones teóricas que yo intentaba exponer frente a ellos y la habitual distancia irónica de Ernesto y el claro interés de Chantal Mouffe por los detalles más precisos y mejor definidos del asunto... Podemos. Este “asunto”, entre otras novedades, participaba de una singularidad que exigía su propia indagación, tal como yo ya había podido sugerirlo en el programa 6, 7, 8 de la televisión argentina.

A saber, Podemos era una construcción política que encontraba su especial inteligibilidad si se tenía como referencia teórica la obra de Ernesto, en particular su gran desenlace: La Razón Populista. Por supuesto no se trataba, como le gusta plantearlo a la derecha argentina en términos de “asesoramiento” de “intelectuales K”, era una cuestión mucho más verdadera y real, la propia realidad en el proceso de construcción de la experiencia Podemos reclamaba la lectura del texto de Laclau, porque sólo a partir de ella ciertos elementos constitutivos de la misma encontraban su explicación estructural. Sólo leyendo a Laclau y a Mouffe se puede ver en Podemos algo más que una estrategia política electoral. Y dada la gran complejidad de la obra de Ernesto, ya que la necesidad de conocer a Derrida, a Lacan, a Gramsci, a Heidegger, a Wittgenstein se presenta como exigencias previas en su abordaje, no es casual que haya sido en las nuevas generaciones post 15M que ese encuentro teórico haya sido posible. Por fin la nueva izquierda no retrocede en su mirada sobre Latinoamérica, ni con respecto a los desafíos de gran complejidad teórica que el término populismo implica, si se lo quiere pensar en su lógica pertinente; ni en volver a plantearse, vía Laclau, una verdadera “autonomía” de la experiencia política en tanto superficie de inscripción de distintas prácticas discursivas, susceptibles de vehiculizar una nueva “voluntad colectiva” experimentada por un sujeto, el pueblo, cuya existencia no está dada de antemano ni tampoco está garantizada su acción transformadora en el proceso histórico.

Salvo que la “cadena de equivalencias” como articulación de las diferentes demandas insatisfechas conquiste la situación hegemónica y su frontera antagónica en el “significante vacío” que amarra la totalidad heterogénea. Esta descripción típicamente laclausiana se percibe en distintas decisiones de Podemos: apartarse del imaginario tradicional de la izquierda y sus inercias históricas y ofrecer de entrada una opción antagónica que en Europa sólo suele manejar la ultraderecha, la Casta o el Pueblo; a la vez que generar la condición de que a partir de los Círculos sectoriales las diferentes demandas se vayan articulando, sin retroceder con respecto a los contradictorios y tensos juegos de la jungla mediática y reconociendo la dimensión “afectiva” que participa de un modo decisivo en las nominaciones y liderazgos de la política. Esta mezcla de insolencia plebeya y de desafío intelectual, y de audacia en el desencadenamiento de un poderoso dispositivo de resignificación de la transición española tuvo como condición de posibilidad, entre otros, pero de un modo singularmente privilegiado, el texto de Laclau. No se trata de una relación antecedente-consecuente, Laclau y Podemos es más bien un encuentro sincrónico que, a su vez y curiosamente, ha inducido a una cierta intriga mucho más respetuosa hacia el “peronismo” maldito y hacia Jacques Lacan.

A modo de recuerdo-homenaje, evoco aquí que cuando conocí a Ernesto, al estrechar su mano, me dijo sonriendo: “Lacan y Perón un solo corazón”. Por negarme a quitar ese chiste se estropeó, en una editorial argentina importante, la primera edición de Para una izquierda lacaniana. En cualquier caso, ese chiste vehiculizaba mucho más de lo que podía imaginar en aquel entonces. Lo cierto es que por primera vez un pensador argentino, cuyo núcleo de sentido en la política no fue sólo mayo del ’68 y sí Gramsci, la experiencia italiana, el exilio y el pensar de nuevo la Argentina y su movimiento popular, y Borges y Lacan, ha sobredeterminado al acontecimiento político más importante de las ultimas décadas en Europa.

El mismo lo tendría que haber visto.

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