EL MUNDO › OPINIóN
› Por Alfredo Serrano Mancilla *
Parece haber transcurrido más de un siglo desde aquellos momentos en los que el presidente boliviano Evo Morales estaba sometido a eso que el mismo vicepresidente Alvaro García Linera llamara el “empate catastrófico”. Se habían ganado las elecciones de finales del 2005 por mayoría absoluta y las elecciones a la Asamblea Constituyente del 2006, pero esto, de ninguna manera iba a significar que la disputa política se hubiese decantado definitivamente a favor de la Revolución Democrática y Cultural propuesta por el MAS. Eran meses en los que los constituyentes masistas tuvieron que salir literalmente huyendo después de ser perseguidos en Sucre o en los que el propio presidente no podía ni aterrizar en aeropuertos del propio territorio nacional. Eran años difíciles en los que la otra mitad del país, esa llamada media luna, desconocía a un presidente que había llegado para iniciar un proceso acelerado de cambio a favor de la mayoría social boliviana. Fueron momentos complicados propios de la política, con su esencia confrontativa, en esa etapa inicial en la que Bolivia venía mal acostumbrada, de una larga época donde el consenso venía a ser realmente un disenso, en los que una minoría imponía cualquier “acuerdo” en contra de la mayoría.
Con buena letra y a fuego lento, Evo Morales fue logrando que una propuesta contrahegemónica fuese transitando hacia una sólida hegemonía posneoliberal en múltiples dimensiones. En lo económico, se cuestiona el modelo venido de afuera al mismo tiempo que se viene construyendo otra organización económica en base a la recuperación de los sectores estratégicos; se fueron sustituyendo paulatinamente a los Chicago Boys por los Chuquiago Boys (economistas formados en las universidades bolivianas). En estos años, la democratización económica y la mejora microeconómica han venido acompañadas de una incuestionable bonanza macroeconómica. En lo social, Morales trajo consigo una política de redistribución que abandona la vieja e ineficaz teoría del goteo; fue enterrando el viejo Estado aparente (un Estado de Bienestar en miniatura) a cambio de un nuevo Estado integral del Vivir Bien que ha centrado toda su atención en erradicar la deuda social heredada a la mayor velocidad posible. Cuando las urgencias coyunturales son tan destructivas para la vida cotidiana del pueblo boliviano (hambre, desnutrición), éstas no pueden ni deben tener demasiada paciencia para ser resueltas. En este sentido, el presidente aymara planteó desde el primer momento una economía humanista del ahora, economía del ya, en la que los derechos sociales constituyen la centralidad innegociable de la nueva política económica del Estado. Y en relación con lo internacional, el nuevo proceso de cambio ha considerado desde siempre que sólo es posible una transformación adecuada hacia adentro si ésta viene acompañada por una reinserción afuera a partir de criterios reales de soberanía, con una clara apuesta por una emancipada integración latinoamericana y buscando resituarse virtuosamente en la actual transición geoeconómica que permita definitivamente revertir los patrones de intercambio desigual del pasado.
Es así como Morales afronta el reto de asumir un nuevo mandato presidencial tanto simbólicamente en Tiwanaku como institucionalmente. Este período no puede ser concebido como un período cualquiera; Evo Morales será el presidente que habrá estado más tiempo ininterrumpido como presidente a partir de finales de año llegando a superar a Andrés de Santa Cruz (entre 1829 y 1839). No es un dato menor en un país que presumía de tener el record en el número promedio de presidentes por año en las últimas décadas. Es realmente una muestra inequívoca del nuevo sentido común en Bolivia, propio de un cambio de época en el que se avanza de forma irreversible. No hay marcha atrás; el neoliberalismo está muerto en Bolivia. Y desde ese logro, en adelante, Morales encara estos próximos años con renovados desafíos en lo productivo y en lo tecnológico, con la necesidad de ir sorteando el amenazante rentismo importador del siglo XXI que constituye una nueva forma de neodependentismo del capitalismo mundial. Seguramente también será necesario anticiparse a las nuevas preguntas que vendrán de un sujeto social mayoritario cambiante que ya no es aquel de las décadas perdidas; esta década ganada en curso afortunadamente comienza a enterrar viejas demandas para reabrir nuevos horizontes. Y será Evo Morales, con amplio respaldo popular, quien tenga que pilotear este camino con el objetivo de que el “vamos bien” de la última campaña electoral pueda volver a repetirse en la próxima contienda.
* Director del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag). Doctor en Economía.
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