Sáb 14.03.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

Encantado de ser Papa

› Por Washington Uranga

En la entrevista concedida a la televisión mexicana, Francisco dijo que “no me disgusta” ser papa. Ratifica de esta manera lo afirmado ya en otras ocasiones respecto de la felicidad que le provoca ejercer la máxima responsabilidad institucional de la Iglesia Católica. Todo ello concuerda con las afirmaciones de muchas personas cercanas que lo han visitado en el Vaticano en los dos últimos años: coinciden en que Bergoglio está feliz en su función. Salvo algunas cuestiones formales que le impone el protocolo y que él mismo se encarga de transgredir en más de una ocasión, ejerce su tarea con libertad. “Lo único que me gustaría es poder salir un día, sin que nadie me conociera, e irme a una pizzería a comer una pizza”, sostuvo recordando sus días en Buenos Aires.

La entrevista sirvió para dejar trascender su intención de seguir el camino de Benedicto XVI y renunciar al pontificado cuando sienta que ha cumplido con lo que se propuso o no tenga condiciones para hacerlo. “Yo tengo la sensación de que mi pontificado va a ser breve. Cuatro o cinco años. Tengo la sensación de que el Señor me pone para una cosa breve, nomás y... Pero es una sensación. Por eso tengo siempre la posibilidad abierta ¿no?” Y para reafirmar el sentido de lo dicho elogió la “valentía” de Ratzinger de “abrir la puerta a los papas eméritos”. Es más. Dijo que lo hecho por Benedicto es una “puerta abierta institucional, no es una cosa rara”. Aunque descartó poner una edad precisa, está claro que la renuncia está en la mente de Bergoglio cuando entienda que ha cumplido con la tarea.

A la luz de lo hecho en estos dos años se pueden resaltar algunos puntos dentro de su programa de pontificado.

Entre los primeros está la de idea de mejorar la imagen de la Iglesia Católica y del pontificado. Para ello eligió ratificar la mirada del Vaticano II respecto de la opción por los pobres, buscar otra forma de presencia junto a los excluidos del mundo y proyectar una imagen de austeridad propia y del Vaticano. Hacia el mundo ello supone una mayor involucramiento en las causas por la justicia. Para eso no escatimó esfuerzos. En dos años Francisco se reunió con Barack Obama, Vladimir Putin, Angela Merkel, Ban Ki-moon, Mahmud Abbas y Benjamin Netanyahu, entre otros. Pero también hizo gestos por la paz entre palestinos e israelíes, colaboró en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos y se mantuvo activo en todos los frentes internacionales, incluyendo Siria, Irak, Nigeria y Ucrania.

Hacia el interior de la Iglesia se preocupó por sanear el banco del Vaticano, de condenar a los pedófilos (para lo cual creó además una comisión para investigar sobre los abusos sexuales en la Iglesia) y, sobre todo, de iniciar la reforma de la curia romana a pesar de las fuertes resistencias que hay sobre el tema. Una de los cambios más importantes fue la institucionalización del Consejo de Cardenales, un órgano nuevo, no previsto en el código eclesiástico, coordinado por un latinoamericano y que tiene la tarea de asesorar al papa.

Y abrió la discusión sobre todos los temas. Comenzando por los debates sobre la familia que se iniciaron en el sínodo del año anterior y que continuarán este año. Quedan muchos temas pendientes en la agenda, pero existe la impresión de que Bergoglio los tiene en cuenta y, a su manera, los irá planteando poco a poco. Quizás, cuando crea que no puede hacer más, tome la decisión de renunciar.

Mientras tanto, Francisco disfruta de ser papa.

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