EL MUNDO › HABLA EL ANALISTA BARAH MIKAIL, A DOS DIAS DE LAS ELECCIONES EN ISRAEL
Mientras Irán aumenta su poder relativo por la aparición del Estado Islámico, las elecciones podrían terminar con el largo reinado de Netanyahu y dar paso a la alianza entre el Laborismo de Herzog y la fuerza centrista de Livni.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
El Medio Oriente es un tapiz político-diplomático capaz de entregar las más asombrosas figuras. ¿Quién habría imaginado la irrupción de Estado Islámico, que propone la creación de un nuevo califato o el acercamiento entre Irán y Estados Unidos que terminó en un enfrentamiento entre el premier israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente Barack Obama?
La necesidad de apuntalar a un Irak dominado por una mayoría chiíta ante el embate de Estado Islámico le ha otorgado a Irán una baza en medio de las negociaciones por su programa nuclear, fuente de pesadillas tanto para Netanyahu como para Arabia Saudita, máximo exportador petrolero del mundo y aliado histórico estadounidense en la región. A este complejo panorama se añaden las elecciones en Israel del 17 de marzo que podrían terminar con el largo reinado de Netanyahu y dar paso a la Unión Sionista entre el Laborismo de Yitzak Herzog y la fuerza centrista de la ex ministro Tzipi Livni, otra pieza más de este rompecabezas que Página/12 analizó con Barah Mikail, investigador senior del think tank europeo Fride.
–Comencemos por las elecciones en Israel. ¿Hay alguna diferencia fuerte entre la política que adoptarán los dos principales contendientes en relación con los palestinos?
–Está claro que Netanyahu, el Likud y los partidos aliados no están dispuestos a negociar con los palestinos. La Unión Sionista tiene una política más sutil. Herzog y Livni dicen que es importante llegar a un acuerdo con los palestinos porque no hacerlo atenta contra la seguridad de Israel. Pero esto no significa que estén dispuestos a hacer las concesiones necesarias para avanzar en una negociación. A esto se añade la dinámica parlamentaria. Por los sondeos parece muy difícil que Netanyahu o la Unión Sionista consigan una mayoría propia, por lo que ambos tendrán que hacer alianzas con otros grupos. Esto limitará el margen de maniobra de ambos. Esta fragmentación de la escena política israelí no es nueva y complica mucho la adopción de decisiones en temas delicados como el palestino.
–La elección tendrá un impacto regional. Netanyahu no ha dudado en enfrentarse con Barack Obama por la negociación con Irán de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad más Alemania, el llamado P5 más uno, por el programa nuclear iraní. ¿Habrá diferencias en la política israelí según quien gane?
–Ambos partidos perciben a Irán como una amenaza. Ninguno aceptará un acuerdo que le dé a Irán el derecho a desarrollar una capacidad nuclear, sea civil o militar. Si gana Netanyahu, Israel va a insistir con esta posición, aunque esto no quiera decir que estaría dispuesto a abrir un frente militar. Con la Unión Sionista habrá la misma preocupación, pero menos ruido, menos presión directa que la empleada por Netanyahu, como sucedió, por ejemplo, en su reciente viaje a Estados Unidos.
–Lo cierto es que las negociaciones del P5 más uno tienen el potencial de reconfigurar este mosaico regional solucionando uno de los grandes puntos de tensión de los últimos años. ¿Cree que es realmente posible un acuerdo con Irán?
–En el P5 más uno es fundamental lo que diga Estados Unidos. Rusia y China son aliados de Irán en cuanto a sus reivindicaciones nucleares.
Los otros no harán nada que contraríe a Estados Unidos. Si Estados Unidos decide firmar un acuerdo con Irán, el resto lo aceptará. A mí me parece que habrá acuerdo a largo plazo, pero a corto y mediano plazo todavía hay obstáculos. Obama habla por un lado de la importancia de un acuerdo y por el otro dice que no va a ceder a todas las demandas iraníes. Por parte de Irán, si bien es mucho menos crítico respecto de Estados Unidos que antes, tiene igual claras condiciones, como el control de su programa nuclear. A este panorama se añaden los obstáculos institucionales en ambas partes. Obama está condicionado por el Congreso. Habrá que esperar al nuevo gobierno estadounidense de 2017 para ver qué margen de maniobra tiene. En el caso iraní, puede haber cambios fundamentales como la posible muerte del líder supremo iraní. Si su reemplazante resulta ser más moderado, habrá más margen de negociación.
–¿Es posible llegar a un acuerdo que preserve la capacidad nuclear iraní con fines pacíficos y al mismo tiempo impida que esta capacidad se convierta en militar?
–No hay garantías absolutas, es decir, no se puede pensar en una ausencia total de riesgo por más promesas que hagan los iraníes, pero tampoco ha habido avances con la estrategia de tensión política entre Irán y Estados Unidos. Mucho menos lo habrá con una eventual intervención militar. De modo que me parece que la aspiración máxima y razonable es un acuerdo que permita a la Agencia Internacional de Energía Atómica que realice controles regulares para asegurar que no se está desarrollando un programa nuclear militar.
–Israel no es el único que está inquieto por un posible acuerdo con Irán. Entre los sunnitas hay también preocupación con el tema, algo que ha sido expresado más de una vez por el primer exportador de petróleo del mundo y aliado histórico estadounidense en la región, Arabia Saudita.
–Arabia Saudita estuvo claramente descontenta cuando se supo de las reuniones secretas entre Estados Unidos e Irán el año pasado. Lo vio como una traición y un peligro, pero su poder de influir en las negociaciones es muy limitado. Es cierto que es un aliado histórico con una fuerte relación bilateral, como se vio con la decisión de Barack Obama de asistir al funeral del rey Abdula, quien falleció en enero. De manera que seguramente Estados Unidos tendrá en cuenta a su aliado y procurará tranquilizarlo, pero se regirá por sus propios objetivos diplomáticos.
–Este papel de Irán parece inseparable de la irrupción de Estado Islámico como nueva fuerza en Siria, Irak y el Medio Oriente. Estados Unidos necesitó apuntalar al gobierno iraquí dominado por un aliado de Irán. Esto favoreció el acercamiento bilateral. Los recientes reveses sufridos por Estado Islámico en Irak, ¿son señal del éxito de esta estrategia?
–Los iraníes tienen su propio interés en apuntalar al gobierno iraquí y contrarrestar la influencia de Estado Islámico. Obama cambió la retórica que tenía George W. Bush respecto de Irán, pero necesitaba una oportunidad para traducir este cambio en política concreta. La oportunidad fue la elección del moderado Hassan Rouhani como presidente para reemplazar a Mahmud Ahmadinejad. Desde ya que Estados Unidos jamás va a decir que quiere una alianza con Irán para la lucha contra Estado Islámico. No es fácil vender al mismo tiempo una dura negociación por el tema nuclear junto a una alianza con Irán contra Estado Islámico. De modo que hay una cooperación que no será determinante para Estados Unidos, que tiene ya unos veinte países aliados en su lucha contra Estado Islámico.
–En los últimos días, aparentemente Estado Islámico perdió el control de Tikrit, una ciudad que además de su valor estratégico era un símbolo por ser el lugar de nacimiento de Saddam Hussein. ¿En qué situación se encuentra Estado Islámico hoy?
–Es difícil de evaluar porque la información que llega al respecto es muy cambiante y contradictoria. Está claro que Estado Islámico logró montar un modelo económico importante que le permitió desarrollarse, pero más allá de las dificultades que pueda tener a nivel de financiamiento, lo principal hoy son sus problemas en el terreno. En este sentido, lo económico pesa. La política impulsada por la ONU para cortar el flujo financiero a Estado Islámico está teniendo impacto, pero dada la política de expansión que sigue habiendo, creo que lo más importante será cómo resiste a nivel militar.
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