EL MUNDO › MULTITUDINARIA MARCHA DE LA OPOSICIóN BRASILEñA EN LAS PRINCIPALES CIUDADES DEL PAíS
La magnitud de las marchas sorprendió a muchos. El gobierno de Dilma Rousseff admite que ha sido una señal clarísima de un cuadro adverso, pero asegura que tiene todas las condiciones para mantenerse en pie y reaccionar.
› Por Eric Nepomuceno
Página/12 En Brasil
Desde Río de Janeiro
Como suele ocurrir en ocasiones semejantes, hay discrepancias sobre el número de los manifestantes que ayer coparon calles en las 26 capitales provinciales de Brasil, además de Brasilia, capital federal, y por lo menos otro largo centenar de ciudades. Los organizadores hablan de dos millones. La suma de los datos de las respectivas policías locales llega a un millón y medio. Algunos diarios, a un millón ochocientos mil.
De todas formas, el número de manifestantes superó holgadamente la cifra del millón, como admite el mismo gobierno. Hasta el más optimista de los organizadores se sorprendió. Y hasta el más pesimista del gobierno se asustó. Ha sido una indiscutible manifestación de insatisfacción generalizada.
La gran sorpresa, en todo caso, fue Sao Paulo, principal bastión anti-PT y nicho más importante de los que se oponen radicalmente al gobierno de Dilma Rousseff. Asesores de la presidenta decían temer que el número de manifestantes superarse la marca de los cien mil y se acercase a la cifra esperada por los organizadores de la marcha, doscientos mil. Institutos de sondeo de opinión pública calcularon, terminada la marcha, que al menos un millón de personas desfiló por la avenida Paulista, corazón financiero no sólo de la ciudad, sino del país. Y la Policía Militar, encargada de mantener el orden, aseguró que marchó un millón y medio de personas. Es decir: como mínimo, algo así como una Montevideo, poco más de una Rosario, poco menos de una Córdoba entera en una sola avenida. Nadie, ni en sus más grandes delirios (o peores pesadillas, según quién), esperaba tanto.
Hasta que la marcha de Sao Paulo saliese a la avenida, las mayores concentraciones habían sido registradas en Brasilia y Belo Horizonte, con alrededor de 45 mil manifestantes. Río reunió entre 15 y 20 mil. Luego vino la primera sorpresa, en Porto Alegre, ciudad que desde hace décadas tiene al PT como principal partido preponderante y donde Dilma Rousseff hizo casi toda su trayectoria política desde que salió de las mazmorras de la dictadura: cien mil personas salieron a protestar.
El gobierno de Dilma, como se dice en el léxico del boxeo, sintió el golpe, pero trató de asimilarlo. O sea, admite que ha sido una señal clarísima de un cuadro adverso, pero asegura que tiene todas las condiciones para mantenerse en pie y reaccionar a la altura de lo que la circunstancia requiere.
A principios de la noche dos ministros, Miguel Rossetto, secretario general de la Presidencia, y José Eduardo Cardozo, de Justicia, ofrecieron una conferencia de prensa. Trataron de pasar la imagen de un gobierno que tomó muy buena nota de las dimensiones de las marchas, aseguraron que el combate a la corrupción –uno de los motores de las palabras de orden– seguirá siendo combatida tal como está, por todos los medios pero siempre respetando las bases esenciales del Derecho. Otro argumento fuerte fue que el mismo día en que se celebraron 30 años de la vuelta de la democracia (un 15 de marzo, de 1985, el último general-presidente, o sea, el último dictador, abandonó el palacio presidencial por la puerta de los fondos), el país vive tal estabilidad que más de un millón de personas fueron a las calles a protestar y no pasó nada.
Rossetto, un articulador hábil, destacó esa estabilidad y reiteró la necesidad de que sean implantadas medidas de ajuste fiscal, pero a la vez resaltó que el gobierno está completamente abierto al diálogo con todas las fuerzas políticas, la oposición inclusive.
Es un giro importante en la actitud hasta aquí mantenida por Dilma desde que logró su reelección, el pasado octubre, e inició su segundo mandato presidencial, el primer día del año. Luego de cosechar seguidas e importantes derrotas en el Congreso, debidas principalmente a la deslealtad de los aliados, que la acusaban de no negociar antes las medidas enviadas a la aprobación parlamentaria, ahora parece que cambiará de método.
No hubo incidentes, lo que ha sido un alivio para el gobierno. En São Paulo, la policía detuvo a un grupo de radicales que cargaba cohetes en mochilas. En Río, el único registro fue bastante más suave: la policía detuvo a media docena de ladrones de teléfonos celulares, y eso fue todo.
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