EL MUNDO
› HABLA PHILLIP KNIGTHLEY, ESPECIALISTA EN INTELIGENCIA
“Los servicios son inútiles”
Los servicios de inteligencia de EE.UU. y Gran Bretaña fallaron o fueron politizados en las vísperas de la guerra a Irak. El autor de un libro altamente crítico habla aquí sobre cómo (no) funcionan.
› Por Marcelo Justo
Página/12
en Gran Bretaña
Desde Londres
Rodeados de un aura de misterio, considerados durante mucho tiempo virtualmente infalibles, los espías dan la impresión hoy de simples embusteros que han logrado montar una de las burocracias más exitosas de la historia. El 11 de septiembre y la guerra de Irak han dejado su reputación por el suelo y muchos cuestionan abiertamente su utilidad y futuro. En diálogo con Página/12, el autor de La segunda profesión más antigua del mundo, el especialista británico Phillip Knigthley, analizó la historia del servicio de espionaje y llegó a algunas sorprendentes conclusiones.
–¿Le sorprendió que no se hallaran armas de destrucción masiva en Irak?
–La historia de los dos servicios secretos más importantes de Occidente, la CIA y el MI6, está plagada de errores. En el caso de Irak, la mayoría de la inteligencia provenía de desertores y grupos políticos enfrentados. Ambas fuentes tenían intereses creados muy definidos: simulaban saber mucho más de lo que realmente conocían. El caso de Irak no es una excepción. El circuito clásico de la información de inteligencia es muy complejo, pero esconde una terrible pobreza de contenido. El primer eslabón es el espía que generalmente actúa con la cobertura diplomática de una embajada y se pone en contacto con colaboradores locales, a quienes paga por la información que le den. Esta es la materia prima de los servicios. Y está viciada por una secreta complicidad: tanto al agente como al colaborador les conviene que la información parezca importante. A uno para ganar más, al otro para justificar su trabajo. Esta información viaja a Gran Bretaña por valija diplomática. Ahí los superiores del agente la analizan y deciden si es relevante como para pasarla al Comité Conjunto de Inteligencia, órgano que coordina toda la información de inteligencia gubernamental. El Comité está formado por representantes de los distintos ministerios y fuerzas armadas, y decide si la información es valiosa o no. Si consideran que lo es, la hacen circular entre sus clientes: la oficina del primer ministro, la Cancillería, las fuerzas armadas. Es un largo proceso de filtración y evaluación de una materia prima que muy probablemente no tenga mucho valor.
–Pero, precisamente, ¿no le sorprende que con todos esos pasos se filtre información tan dudosa como la de que Irak podía activar algunas armas de destrucción masiva en 45 minutos?
–No, no me sorprende. El problema es que muy raramente la información es certera o realmente importante, porque la materia prima es casi siempre dudosa. De modo que la decisión de incluir una información en el documento final termina dependiendo de una intuición de los que evalúan la inteligencia: se la acepta porque hay una “sensación” que es correcta. Por eso, los informes clásicos de inteligencia son muy áridos, aburridos, llenos de condicionales, casi como la letra chica de una póliza de seguros. Esto cambió con Irak, porque de golpe todos esos informes casi ilegibles se convirtieron en un arma de propaganda para convencer al hombre de la calle de la necesidad de una guerra. Es lo que pasó con el famoso dossier de los servicios de inteligencia que Tony Blair presentó al Parlamento para justificar la guerra y, en especial, con la aserción de los 45 minutos. Esta información tenía una exactitud que era muy sospechosa. ¿Cómo sabían que eran 45 los minutos? En el documento clásico de los servicios se hubiera dicho “se cree que muy rápidamente” o en “menos de una hora”. Una de las explicaciones de la inserción de este dato en esta forma es que los servicios sabían que Blair estaba decidido ainvadir Irak, pero necesitaba una justificación. Ansiosos de complacer a su jefe, los servicios “desearon” ese dato, a partir de lo que era una fuente de información más que dudosa.
–Por su descripción, los servicios secretos se parecen mucho a Nuestro hombre en La Habana de Graham Greene y a El sastre de Panamá de John Le Carré.
–Greene y Le Carré fueron agentes de inteligencia, de modo que sabían de qué hablaban cuando inventaron esas ficciones sobre el mundo del espionaje. El sastre de Le Carré, el vendedor de aspiradoras de Greene inventan las historias que les piden los agentes de los servicios para sacar dinero. No se olvide que Gran Bretaña fundó en 1911 la primera agencia gubernamental de espionaje exterior basándose en la novela que inventó el género de los libros de espionaje: El enigma de las arenas, de Erskine Childers. El protagonista de la novela estaba obsesionado con la cuestión alemana. Alemania era la amenaza de Gran Bretaña. Ese fue el primer monstruo del espionaje occidental. Después vinieron los soviéticos. Cuando cayó el comunismo los servicios secretos anduvieron durante un tiempo a la deriva, a la busca del monstruo perdido. Primero lo definieron como el terrorismo, luego dijeron que era el narcotráfico. En el fondo son una burocracia que intenta perpetuarse a toda costa.
–¿Cuál es el futuro de los espías después de sus últimos estrepitosos fracasos?
–Si fuera por su utilidad, podrían desaparecer mañana sin que pasara nada. Un estudio que se hizo al final de la Guerra Fría para determinar la efectividad de los servicios halló que no eran mejores que muchas de las instituciones especializadas, los “think-tanks”, que estudian problemas de la guerra y la paz. Pero las burocracias tienen una gran resistencia. Los servicios tienen una serie de excusas listas para justificar sus fracasos. Que no tenían la información porque no tenían fondos suficientes para reclutar espías. Que tuvieron la información, la pasaron al gobierno y el gobierno la ignoró. Esta es una de las coartadas más útiles porque lo que muchas veces hacen los servicios es dar una advertencia muy general: tenemos información que va a haber un atentado en Londres. Si no ocurre, dicen que no sucedió porque los terroristas sabían que ellos tenían la información y suspendieron el atentado. De modo que es imposible supervisar su grado de efectividad, porque si se les pregunta sobre sus éxitos dicen que no pueden decir nada porque comprometerían sus fuentes. Y si se los critica por sus fracasos, tienen su juego armado de respuestas. Están siempre a cubierto. Y además son útiles para el gobierno de turno. En última instancia, el primer ministro Tony Blair puede decir lo siento mucho, fuimos a la guerra porque los servicios secretos nos dieron una información que era falsa, pero en la que en su momento nosotros creímos sinceramente. Es lo que hizo el primer ministro de Australia John Howard.