Sáb 11.04.2015

EL MUNDO  › OPINION

Dilma y los chacales

› Por Eric Nepomuceno

Acosada por el Congreso, controlado –tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado– por dos parlamentarios altamente especializados en chantaje político, enfrentando un difícil y complejo cuadro económico, con impactantes caídas en los índices de popularidad, viendo cómo los sectores más conservadores de la sociedad civil, fuertemente insuflados por los grandes conglomerados de comunicación, se lanzan en campañas descomunales para destituirla, Dilma Rousseff parecía atónita y sin capacidad de reaccionar.

Para enturbiar aún más el escenario, su equipo de articulación política no hizo más, a lo largo de los últimos tres meses –exactamente los tres primeros de su segundo mandato presidencial–, que dar amplias y robustas muestras de una ineficacia sideral. Y, para colmar un vaso ya demasiado lleno,, sigue la tensión provocada por una oleada de denuncias de corrupción, especialmente en Petrobras, con todo lo que significan sesiones de una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) transmitida en vivo, escenario perfecto para que la oposición, que no tiene ninguna otra propuesta de cambio que destituir a la presidenta y a fulminar el PT, luzca sus patéticos talentos histriónicos.

Luego de ser muy presionada por el ex presidente Lula da Silva y frente a un indiscutible cuadro problemático y sin solución aparente, Dilma decidió, a principios de la semana, invitar a Eliseu Padilha, un experimentado político, su actual ministro de Aviación Civil, a cambiar su insulsa cartera por la de Relaciones Institucionales, o sea, ocuparse de coordinar las relaciones con el Congreso, con movimientos sociales y con todo lo que significa como fuente de reivindicaciones y problemas.

La reacción de los caciques del PMDB, léase del partido aliado que de manera increíblemente infiel controla el Congreso, fue inmediata. Y forzaron su colega de siglas a rechazar la invitación.

Es algo insólito: un ministro que se niega a atender a un pedido de la presidenta y, peor, logra mantenerse al frente de su puesto. Resultado: nuevo desgaste para una más que desgastada mandataria, nueva iniciativa desastrada de un gobierno desastrado.

Dilma decidió, entonces, quemar uno de sus últimos cartuchos: convocó a su vicepresidente, que a la vez preside el rebelde e infiel PMDB, a asumir la articulación política de su gobierno. Michel Temer, que poca o inexistente atención recibió de Dilma especialmente a partir de su reelección (ya era el vicepresidente de la república en el primer mandato), es un negociador hábil, profundo conocedor de los vericuetos de la Cámara de Diputados (donde ocupó un escaño de 1987 a 2010, cuando se tornó vicepresidente de Dilma) y ex presidente de la casa. Y, viejo zorro político, aceptó. Diplomático y elegante, no exigió nada: “Sugirió” a la mandataria que suprimiese sumariamente la cartera de Relaciones Institucionales. De esa forma, la articulación política del gobierno se trasladó directamente a la vicepresidencia de la república.

Otra “sugerencia”: poder contar con “un bolígrafo nuevo”, es decir, con tinta suficiente para firmar nombramientos tanto en el segundo y tercero escalón del gobierno como en las estatales. De inmediato, empezó a negociar puestos y presupuestos.

Lo que se vio en seguida deja bien claro hasta qué punto es confuso, contradictorio y desvirtuado del sistema político (más allá de escenarios circunstanciales, por complejos que sean) brasileño. La noticia de que su presidente, y que a la vez ocupa la vicepresidencia del país, haya sido convocado para ayudar a superar una seria crisis de interlocución entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo causó profundo malestar en el PMDB. En lugar de entender que se abre un amplio espacio de poder para el principal (y, nunca es demasiado reiterar, desleal) aliado, los caciques que controlan el Congreso entendieron que aumentó de manera exponencial la posibilidad de que pierdan poder de chantaje.

Ambas interpretaciones son correctas: el PMDB gana poder, mientras que Eduardo Cunha, en Diputados, y su colega Renan Calheiros, en el Senado, algo pierden. Seguirán demonizando al gobierno, pero ahora con menos fuerza.

Hay un tercer aspecto: al ser atraído para la articulación política, o mejor dicho, para por fin instaurarla, el PMDB se hace socio del PT en la crisis. Soluciones, ahora, dependen directamente de que ambos partidos se entiendan. Los berrinches desleales de Cunha y Calheiros se debilitan.

No hay que dejar de observar que, una vez más desde su asunción para el segundo mandato presidencial, Dilma tardó demasiado para reaccionar. Por primera vez, sin embargo, reaccionó de manera hábil. Hasta ahora, además de tarde, reaccionaba de manera torpe.

Los críticos a su gestión –y los hay por doquier– se apresuraron a decir que ella ahora está en manos de dos ministros de los cuales no puede, al menos por ahora, librarse: el neoliberal Joaquim Levy, en Hacienda, encargado de hacer, en el campo de la economía, todo aquello que Dilma dijo que harían sus adversarios en caso de que llegasen el poder, y Michel Temer, del mismo PMDB, que no hizo más que sabotear su gobierno.

Las medidas económicas anunciadas, y que despertaron fuerte reacción negativa en la izquierda y en el electorado de Dilma, tendrán necesariamente que ser negociadas por Levy, cuya torpeza a la hora de pronunciarse casi equivale a la intransigencia a la hora de defender su proyecto extremista. A Temer le tocará buscar espacios para maniobrar tanto entre parlamentarios como en el equipo económico.

Dilma no puede librarse de Temer porque él es, al fin y al cabo, un vicepresidente electo por el voto popular. Le queda el consuelo de saber que es impensable, en Brasil, un mandatario tener a su vice como opositor. Bastaría con vaciar su bolígrafo. Pero, además, confía en sus habilidades.

Con relación a Levy, reemplazarlo para retomar algo parecido (igual, ni hablar) a la política económica de su primer mandato correspondería a abrir las jaulas donde el sacrosanto mercado financiero nacional e internacional encierra sus más abominables y perversas fieras.

La mandataria, en todo caso, parece estar absolutamente segura de la imperiosa necesidad de implementar medidas que, por más que sean impopulares, son las únicas que podrán asegurar la recuperación económica que le urgen al país. Al mismo tiempo, tiene plena conciencia de que está acorralada por expertos en negociados y chantajes, los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, y que Temer tiene experiencia y firmeza suficiente para domarlos o al menos debilitarlos.

Habrá entendido, además, que cada paso dado desde el estreno de su segundo mandato (por no mencionar todos los dados en la política económica de los últimos dos años del mandato anterior) ha sido desastroso. Que el núcleo que asesores políticos que armó, contrariando a Lula da Silva, la llevó directamente al borde del precipicio. Que será muy difícil, aunque no imposible, recuperar a mediano plazo parcelas significativas de su popularidad, que, acorde con los últimos sondeos, bajó a tenebrosos 12 por ciento.

Dilma, una mujer valiente, detesta las menudencias del juego político pequeño y casi siempre sucio del cotidiano. Pero parece haber empezado a conformarse frente a la realidad: llevar adelante un proyecto osado y ambicioso como el iniciado hace doce años es imposible si se ignora que los chacales acosan por todos lados.

Hay que aprender a neutralizarlos al máximo: ignorarlos es una especie de suicidio.

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