EL MUNDO › HOY TERMINA LA CUMBRE MUNDIAL DE ARTE Y CULTURA PARA LA PAZ EN BOGOTA
Hasta hoy los artistas, campesinos, políticos, estudiantes, indígenas, afros y hasta deportistas se siguen encontrando para decirle al mundo que necesitan y apoyan la paz en Colombia. El mayor punto de encuentro es Bogotá.
› Por Katalina Vásquez Guzmán
Desde Bogotá
Marlon tiene 27 años. De un barrio popular en Medellín viajó a Bogotá para, durante toda esta semana, unirse al grito por la paz que artistas, víctimas, líderes populares y ciudadanos del común fabrican contra la violencia. Los jóvenes, dijo una delegación de ellos en el Concierto por la Paz, le declaramos la paz a la guerra. En los ojos de Marlon se asomaron las lágrimas. También se conmovió con cada película del Festival de Cine y Derechos Humanos que continúa hasta hoy y en el que participó. Y halló la esperanza de un país mejor en las indígenas ancianas con las que compartió en la marcha que movilizó a 30 mil personas. No pudo, eso sí, llegar hasta el partido de fútbol para la paz. Maradona y otros futbolistas internacionales, sumados a las movilizaciones de a pie y decenas de eventos por todo Bogotá, conmocionaron la capital y el caos vehicular se lo impidió. Como artista urbano, más bien participó en uno de los más de 300 eventos académicos de la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz que culmina hoy con un gran concierto y, una vez más, la reunión de hombres y mujeres de todo el país que se abrazan en la capital con el corazón a mil. Ni Marlon ni su hermano, ni sus compañeros activistas vivos y asesinados, ni su madre, ni su abuela siquiera, han vivido en una Colombia en paz. Por eso él –artista sensible y comprometido que trabaja con niños y niñas en una barriada popular de Medellín, enamorándolos con grabadoras y cámaras fotográficas para que no empuñen un arma– sabe que la movilización de esta semana, de verdad, podría significar un cambio de rumbo en la historia de Colombia, como lo fue la segunda semana de abril de 1948.
Hasta hoy, los artistas, campesinos, políticos, estudiantes, indígenas, afros y hasta deportistas se siguen encontrando para decirle al mundo que necesitan y apoyan la paz en Colombia. El mayor punto de encuentro es Bogotá. Allí, el 9 abril de 1948, la historia de Colombia tomó dramáticamente el rumbo de la violencia que aún no termina y ya hastió al pueblo colombiano. Esta semana, cuando se cumplen 67 años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en la capital, la sociedad se movilizó como nunca antes para recordar el hecho y rendir homenaje a las víctimas de la guerra, manifestar su respaldo al proceso de paz entre las FARC y el gobierno en La Habana, Cuba, y exigir de los demás grupos insurgentes que se sienten pronto en la misma mesa de negociación.
Desde la sede de los diálogos de paz, que comenzaron hace dos años en la isla de la revolución, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) enviaron un mensaje en video a las 30 mil mujeres, hombres, niños y jóvenes que estaban reunidos en el Parque Simón Bolívar durante el Concierto por la Paz. “Creemos que es ésta una de las más grandes, representativas y significativas expresiones del compromiso que la mayoría de los colombianos tienen con la solución dialogada a la más larga confrontación política, social y armada que haya padecido el continente”, dijo el jefe de la Delegación de Paz de la guerrilla en La Habana, Luciano Marín, en un video divulgado en pantallas gigantes. Marlon lo miraba y guardaba silencio.
De pronto, un chillido y el número uno de los rebeldes salió del aire. “Queremos escuchar”, gritaba un sector del público. Por primera vez, observó el joven, en un espacio masivo no se chifla a las FARC. Sus coches bomba, bicicletas bomba, burros bomba y diversas formas en las que la lucha insurgente ha causado sufrimiento al pueblo colombiano, sumadas al secuestro y la participación en el negocio del narcotráfico, generaron por años un rechazo hacia los rebeldes, en especial de las nuevas generaciones, que no conocieron su origen campesino en defensa de las tierras que el Estado se apropió. Ahora sí, dijo el joven, parece que el país está cambiando.
Durante los paneles, proyecciones de cine, conversaciones de bares y movilizaciones de a pie, en las que anduvo por la capital, el muchacho pudo ver, por primera vez, al país diverso unido: los “burgueses” de barrios ricos de la capital abrazándose para las selfies con indígenas del Cauca (Sur); los barristas del fútbol pidiéndole un abrazo al profesor Moncayo, padre de un militar secuestrado por las FARC que recorrió el país encadenado exigiendo la libertad de su hijo; Piedad Córdoba viéndoselas con la multitud que, al cierre de un discurso emotivo y fuerte sobre la llegada de la paz, fue aplaudida como hace rato no; y a los militares de uniforme sentados junto a las víctimas más humildes durante la inauguración del predio del Museo Nacional de la Memoria. Ahí compartió asiento con su compañero Jeihhco, cantante de rap y gestor social del mismo sector popular de Medellín que con graffitis, fotos, rimas y emisoras cada vez es más noticia en el mundo por mostrar que la sociedad civil, aun cuando el Estado mismo ha sido terrorista y en medio todavía del fuego cruzado, resiste a la guerra y construye paz sin una sola arma.
Las víctimas de la guerra narco, rebelde y paramilitar, que suma más de medio siglo, se juntaron con los artistas bajo una carpa grandota en el ahora llamado Eje de la Paz y la Memoria. En la calle amplia que conduce al aeropuerto, ahora no sólo habitarán los murales coloridos y extensos que denuncian la violación de derechos humanos y exigen justicia y memoria, sino que también el Estado construirá un Museo de la Memoria. Las voces predominantes serán –según enfatizaron el mismo presidente Juan Manuel Santos, que inauguró los terrenos, y Gustavo Petro, alcalde de Bogotá– las de quienes han vivido el horror en cuerpo propio.
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