Mié 15.04.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

La situación cambia y la oposición no se da cuenta

› Por  Emir Sader

Confiada por las movilizaciones de hace un mes, la oposición convocó a nuevas manifestaciones el domingo pasado, pero ha fracasado. Todo había sido preparado de la misma manera, con el rol determinante, una vez más, que desempeñaron los medios de comunicación.

TV Globo no transmitió el partido de fútbol como tradicionalmente lo hace, en San Pablo, para dejar espacio para la cobertura de lo que creía sería una manifestación todavía más grande que la anterior. Folha de S. Paulo publicó una cuestionable encuesta, justo en vísperas de las manifestaciones, intentando animar a los opositores a seguir movilizados.

Pero el fracaso fue rotundo. No hubo nada que se pareciera a lo de hace un mes. En ciudades donde docenas de miles se habían movilizado –como Brasilia o Belo Horizonte o Río de Janeiro– poca gente se ha dispuesto a hacerlo de nuevo. La agencia Reuters calculó en 140 mil personas los manifestantes del domingo 12, cifra muy por debajo de lo que había sido calculado un mes antes. La repercusión general demuestra que el momento más fuerte de la oposición ha quedado atrás.

¿Qué es lo que ha cambiado en este último mes para que las cosas se muestren ya distintas en Brasil? En primer lugar, el gobierno ha retomado la iniciativa política, avanzando en la recomposición política de sus alianzas. Si hasta ahora el PMDB se acercaba a la oposición, el nombramiento del presidente del partido y vicepresidente de la república, Milton Temer, como coordenador político del gobierno, ha revertido la correlación de fuerzas interna a esa formación, que así se reposiciona dentro de la base política del gobierno.

Por otra parte, con respecto a la situación económica, si bien todavía no hay señales de que retomó el crecimiento, el estancamiento va quedando atrás y aparecen perspectivas de reactivación en varios sectores importantes. Incluso los niveles de inflación señalados –muy por debajo de los que Fernando Henrique Cardoso heredó a Lula– no están descontrolados y, sobre todo, el nivel de empleo, a pesar de actitudes de sabotaje de sectores del gran empresariado, no se ha alterado. A pesar del terrorismo económico de los medios, las mismas agencias de riesgo han manifestado que la economía brasileña no presenta las fragilidades que la oposición insiste en destacar.

El gobierno, a su vez, ha tomado medidas de simpatía popular, sea respecto de los descuentos del impuesto a la renta, sea en la conformación de la política salarial de aumento por encima de la inflación, reequilibrando respecto de las medidas de ajuste de las cuentas públicas.

Por su parte, el movimiento popular vuelve a ocupar las calles, con movilizaciones nacionales previstas para hoy y una huelga general contra el proyecto de ley de tercerización de la mano de obra que la Cámara de Diputados ha aprobado en primera votación.

Como factor que ha contribuido al cambio de la situación está el regreso de la participación constante de Lula como coordenador ad hoc del gobierno y movilizados del PT y de los movimientos sociales. Al mismo tiempo, el gobierno ha hecho nombramientos –en al Ministerio de Educación, en la Secretaría de Comunicaciones y en el Instituto de investigaciones llamado Ipea– de personas claramente identificadas con la izquierda, atendiendo a demandas de ese sector.

El otro factor nuevo ha sido la explosión de los casos de corrupción –cada uno muy por encima de los costos que envuelven las denuncias sobre Petrobras—, tanto del HSBC como de una gran cantidad de empresarios que han logrado evitar pagar impuestos con propinas millonarias a funcionarios del impuesto a la renta. Así, parte importante de los opositores que estaban promoviendo y financiando las movilizaciones en contra de la corrupción se han visto comprometidos con casos mucho más abultados de corrupción, debilitando el ímpetu de la oposición y de las movilizaciones.

El gobierno de Dilma ha completado sus primeros 100 días, atravesando crisis de distinto tipo: de alianzas políticas, de enfrentamiento con los medios y con el gran empresariado. Ha enfrentado su peor momento, porque la arquitectura que Lula había montado se estaba deshaciendo. La recomposición de las alianzas con sectores partidarios de centro y con sectores del gran empresariado es lo que está cambiando, permitiendo que el gobierno salga del asedio al que ha sido sometido en su primer momento. El fracaso de las manifestaciones de esta semana confirman las señales de cambio favorables al gobierno.

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