EL MUNDO › OPINIóN
› Por Emir Sader
El lema de una campaña electoral de hace poco tiempo del Partido Popular (PP), el partido de derecha español, en Cataluña, resume la esencia de la filosofía del neoliberalismo. En primer lugar, somos demasiados. ¿Respecto de qué? De lo que hay. Es como decir: hay demasiadas cabezas para pocos sombreros.
Pero el neoliberalismo no se dispone a producir más sombreros para superar este desequilibrio, sino a cortar cabezas. Podría dividir mejor lo que hay, o rotar los sombreros que hay entre varias cabezas. Pero no. Hay que reducir la demanda de sombreros por el exceso de cabezas.
¿Y quién decide que hay que cortar cabezas y qué cabezas deben ser cortadas? ¿La población, reunida democráticamente en asambleas o en carnicerías gigantes? No. Es el mercado, ese gran carnicero.
Las cabezas han vivido por encima de sus posibilidades de tener sombreros para todas, uno para cada una. Ahora hay que cumplir con el deber de cortar, austeramente, las cabezas sobrantes.
¿Cómo decide el mercado cuáles son las cabezas sobrevivientes para los insuficientes sombreros? Por la acción mágica, sabihonda y equilibrada de su mano oculta.
Así, sobrevivirán las cabezas mejor calificadas por la inevitable ley de la oferta y la demanda. Malthusianamente. Para la gloria de los sacrosantos equilibrios macroeconómicos.
¿Y si, violando esas normas, se produjeran más sombreros para atender la demanda de todas las cabezas?
¡No, no y no! Por Dios, ni pensar en los disturbios macroeconómicos que se producirían, con la tenebrosa venganza del mercado, que enviaría rayos y centellas sobre las cabezas de todos, como castigo por no haber obedecido las leyes de la oferta y la demanda. Cualquier cosa menos eso.
La inflación se dispararía a cifras de no sé cuantos dígitos. Los capitales huirían a cualquier agencia del HSBC todavía abierta o buscarían refugio, atraídos por la ley de atracción universal, si no hay ningún obstáculo que los desvíe, hacia el dulce y justo reposo de los paraísos fiscales. El Fondo Monetario Internacional encenderá todas sus luces rojas y nos considerará un caso execrable, infradotado de los criterios mínimos de confianza para recibir un céntimo siquiera de préstamos o de capitales. ¿Vale la pena todo eso simplemente para satisfacer algunas cabezas, cuya insistencia en sobrevivir nos puede exponer a todos los fuegos del infierno? ¿Para ser declarados países no confiables frente a los confiables organismos internacionales de la finanza y del poder?
Quedarán menos cabezas, pero mejores, porque saben que tienen que meter sus cabezas en los pocos sombreros que van quedando. Que de eso se trata para países, gobiernos, partidos serios: si no hay para todos, tiene que haber para algunos, que sean los que el mercado dice que son los que merecen tener sus cabezas cubiertas.
Esa es la filosofía del neoliberalismo, de la austeridad: “No hay para todos”.
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