Lun 18.05.2015

EL MUNDO  › ERIC FASSIN, SOCIóLOGO FRANCéS, SOBRE LOS EFECTOS DEL NEOLIBERALISMO EN EUROPA

“Es la victoria póstuma de Thatcher”

Fassin analiza las dificultades para construir una alternativa al neoliberalismo y la relación entre las políticas de austeridad y el racismo. El analista también reflexiona sobre la situación en Francia tras el atentado a Charlie Hebdo.

› Por Javier Lorca

“Hay que reconstruir una alternativa a partir de la batalla ideológica, criticar los términos que nos son impuestos y proponer otro lenguaje, en lugar de combatir en el terreno del adversario.” Para Eric Fassin, sociólogo y profesor de la Universidad de París 8, el adversario es el neoliberalismo hegemónico en Europa, entendido no sólo como un régimen político y económico, sino también como un modelo que produce sujetos y obtura alternativas. Fassin estuvo en Buenos Aires invitado por el Centro Franco Argentino de la UBA. Sus últimos libros son Izquierda: el futuro de una desilusión y, en coautoría, Gitanos y residentes. Una política municipal de la raza.

–¿Por qué en su último libro reflexiona sobre la izquierda como “el futuro de una desilusión”?

–Ese libro se inscribe en primer lugar en la actualidad de Francia: la izquierda se había movilizado contra la derecha encarnada en Nicolas Sarkozy, cuya presidencia (2007-2012) conjugaba políticas neoliberales y xenófobas. François Hollande había sido elegido en 2012 con el slogan “el cambio es ahora”. Pero las políticas no cambiaron ni para la economía ni para la inmigración. Desde entonces ha habido un proceso de desmovilización de la izquierda: es la victoria póstuma de Margaret Thatcher. La consigna de la derecha “no hay alternativa” se ha convertido en un lema para los socialistas en el gobierno. La desmovilización genera desmoralización: ¿cómo creer en la democracia si un cambio de presidente no cambia nada? Para algunos, esto funciona como un impulso para retirarse a la vida privada; para otros, como la tentación antidemocrática con la extrema derecha; para otros, en particular para los militantes, la dificultad para pensar políticamente en la impotencia va a veces hasta la depresión. Es para evitar esto que hablo no sólo de desilusión, sino también de futuro: hay que reconstruir una alternativa a partir de la batalla ideológica, criticar los términos que nos son impuestos (como el “realismo”, tantas veces desmentido por la realidad...) y proponer otro lenguaje, en lugar de combatir en el terreno del adversario.

–¿Es un diagnóstico acotado a su país o lo extiende a Europa en su conjunto?

–No se trata solamente de Francia. Cuando el primer ministro Manuel Valls advierte que “la izquierda puede morir”, sabemos que también es el caso de Italia. Toda Europa está amenazada por esta desilusión. Es un efecto del neoliberalismo, cualesquiera sean los partidos en el poder. Si se vuelve difícil toda oposición, es porque el neoliberalismo gana los corazones y transforma nuestra relación con el mundo. Es un régimen que no sólo nos impone contra nuestra voluntad restricciones externas, también contribuye a definirnos como sujetos, desde adentro. La subjetivación neoliberal nos introduce, lo querramos o no, en su lógica. Así, procuramos aumentar nuestro valor, no solamente nuestro capital económico, sino todo ese “portafolio” –según el término del filósofo Michel Feher– que valoramos, nuestro capital escolar, relacional, físico, etc. Aceptamos el juego. Bajo esas condiciones, ¿cómo seguir pensando que “otro mundo es posible”?. Por lo tanto, no es sorprendente que se desvanezca la frontera entre derecha e izquierda en los partidos de gobierno. Aun así, hay mucho de resignación en ese aparente consentimiento a lo que parece inevitable.

–¿Cómo se enmarca en ese análisis el avance de fuerzas de izquierda en países como Grecia o España? ¿Por qué el surgimiento de ese tipo de movimientos o agrupaciones no se ha replicado en otros países, como Francia?

–Grecia ofrece hoy una esperanza a cualquier persona que se resista a la desesperación. Y tal vez mañana España... resta saber si Podemos logrará reproducir el éxito de Syriza, y si la batalla que libra la Unión Europea contra el gobierno de Tsipras acabará como aquella fábula de la olla de barro y la olla de hierro, o como la historia de David contra Goliath. ¿Por qué en Francia la derechización del paisaje político, que empuja a la derecha a correrse hacia la extrema derecha y al gobierno socialista hacia la derecha, no ha abierto un espacio para la izquierda? ¿Por qué “la izquierda de izquierda” no se beneficia de esta deriva derechista? Mi hipótesis es que, si la hegemonía de los partidos en el gobierno impuso su discurso económico, el Frente Nacional (Marine Le Pen) ha logrado imponer el discurso de la identidad nacional, un discurso xenófobo e islamófobo. La “izquierda de izquierda”, que rechaza el discurso económico sin unirse al discurso de la identidad nacional, resulta así inaudible o casi. No obstante, la comparación con Grecia y España lleva a preguntarme ¿no es la extrema dureza de la crisis y de las medidas de austeridad adoptadas en esos dos países lo que fuerza una reacción, mientras que en Francia la degradación más progresiva y menos brutal de las condiciones de vida adormece los intentos de protesta? En lugar de decir que no tenemos nada más que perder, y que por lo tanto hay que luchar, tratamos de salvar lo que todavía subsiste. Así, la solidaridad cede paso al egoísmo.

–¿Qué relación observa entre la hegemonía neoliberal en Europa, las políticas de austeridad, y ese discurso de la xenofobia y el racismo?

–La Europa cerrada como una fortaleza es la Europa neoliberal. La libre circulación económica tiene como su revés a la clausura de las fronteras y también, más allá de la xenofobia, al racismo. En efecto, más es presentada la inmigración como un problema, más se extiende la sospecha hacia quienes parecen de origen inmigrante, aunque hayan nacido en Europa. ¿Por qué se produce esta racialización de Europa? Los dirigentes europeos afirman que la xenofobia de Estado sólo respondería a una demanda popular, de la que el ascenso del populismo sería un síntoma. En realidad, hay que invertir la perspectiva. La xenofobia desde arriba no refleja la xenofobia desde abajo, sino que la promueve y la legitima. Y lo mismo sucede con el racismo. Veamos dos ejemplos. En 2005, un referéndum rechaza en Francia (y luego en los Países Bajos) el tratado constitucional europeo. En lugar de reconocerlo como un repudio a las políticas neoliberales, Sarkozy culpa por el resultado a... la inmigración. En 2012, apenas elegido, Hollande hace adoptar sin debate el tratado de estabilización europea; Valls desvía la atención mediática hacia la “cuestión gitana”, como si el “verdadero problema” fueran unos 18 mil inmigrantes pobres... Todo el discurso sobre “la inseguridad cultural” viene así a responder al descontento popular en términos populistas, e identitarios, para evitar poner en cuestión a las políticas de austeridad.

–¿A qué se refiere cuando señala que “la lógica de clase ha sido substituida por una lógica racista”?

–Por supuesto, la cuestión de la raza no ha reemplazado a la cuestión social. Pero el neoliberalismo propone un juego de oposición, donde la primera sirve para distraer la atención de la segunda. Opone “las clases populares” a “las minorías raciales”, ¡como si los integrantes de las clases populares fueran uniformemente blancos, y como si los integrantes de las minorías raciales no formaran parte del pueblo! Esta racialización neoliberal permite a cada uno sentirse valorado. Negarles a otros todo valor es, por comparación, convencerse de que uno vale algo. Así, el racismo también puede jugar entre minorías raciales; por ejemplo, los negros contra los gitanos. La respuesta a esta instrumentalización, por parte de la izquierda y por parte de las ciencias sociales, no puede ser negar la discriminación racial y la racialización resultante. Un universalismo daltónico, ciego al color, aparece en efecto como una negación de esta realidad, desarmando así a las minorías raciales. No es suficiente para volver a la clase social “en última instancia”. Ciertamente, en Francia, el racismo apunta sobre todo a los negros y los árabes de las clases populares; pero aquellos de clase media son igualmente víctimas de discriminación. Hay una lógica propiamente racial, al mismo tiempo que de clase. Esa es la complejidad que tenemos que analizar, medir cómo esta racialización naturaliza las jerarquías sociales, a las que finalmente encontramos naturales...

–Pasados ya cuatro meses del atentado, ¿cuáles han sido, a su juicio, las consecuencias políticas del ataque a Charlie Hebdo?

–Cuando el terrorismo apuntó contra la libertad de prensa y los judíos como tales, la reacción democrática se expresó en la marcha del 11 de enero. Pero la participación de dictadores que reprimen la libertad de expresión dio una sensación de hipocresía. A la inversa, la ausencia relativa de minorías raciales en las calles hizo temer que las divisiones se estuvieran ampliando de nuevo. De hecho, ¿no fueron invitados los musulmanes franceses a tomar distancia de los terroristas, como si tuvieran que justificarse? En todo caso, los actos islamófobos se han multiplicado sin provocar sorpresa. ¿Qué pasa hoy? En primer lugar, el Parlamento está a punto de aprobar un Patriot Act a la francesa. Con el pretexto de proteger las libertades, las ponemos en peligro. Luego, cuando el gobierno anuncia un plan de lucha contra el racismo y el antisemitismo, tenemos la impresión de que los culpables serían... los racializados. Pero las encuestas muestran que eso es falso. El beneficio, entonces, es para el Frente Nacional. Al final, una cosa es cierta: la política de austeridad continúa y las reformas neoliberales prosiguen. Y eso también beneficia a la extrema derecha, Marine Le Pen lo repite sin cesar: ¡derecha e izquierda son lo mismo!. La responsabilidad de los gobernantes socialistas debería ser demostrar que ella está equivocada. Pero hoy, por desgracia, le dan la razón.

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