EL MUNDO › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Francisco sigue “haciendo lío”, como él mismo se lo pidió a los jóvenes en su visita a Brasil. De hecho, el papa argentino está decidido a jugar todo su prestigio y el poder simbólico que tiene, que no se mide apenas por las 44 hectáreas geográficas del estado Vaticano. El reconocimiento a Palestina, el encuentro de Bergoglio el domingo último con el presidente Mahmud Abbas y la canonización de María Baouardy (1846-1878) y Marie Ghattas (1843-1927), dos monjas palestinas que a partir de ahora son consideradas santas por la Iglesia Católica, son todos hechos que forman parte de la misma movida dentro del tablero estratégico que Francisco juega con astucia y precisión política.
El Papa le dijo al presidente palestino que “he pensado en ti como un ángel de la paz” y le entregó un medallón con la figura del Angel de la Paz, que “destruye el espíritu malo de la guerra”.
Francisco se ha fijado como propósito de su pontificado hacer contribuciones significativas a la paz mundial, sin atender a las dificultades y las circunstancias. Frente a las consideraciones que calificaron de “fracaso” el intento de acercamiento entre Israel y Palestina el año anterior –cuando reunió a Mahmud Abbas y a su par israelí Shimon Peres a rezar juntos por la paz en el Vaticano–, Francisco no detuvo su marcha hacia el objetivo trazado. Tampoco fue obstáculo la reacción del conservadurismo judío, representada por el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, claramente negativa a la acción de Francisco. El Estado israelí sigue considerando a Palestina como una amenaza y se opone a todo reconocimiento del Estado palestino.
Bergoglio actúa con los tiempos propios de la Iglesia. “Sin prisa, pero sin pausa”, suelen decir a su alrededor para describir la estrategia. Quienes lo conocen en Argentina saben además que el hoy papa Francisco no es un hombre al que le interese dar publicidad a sus acciones y movimientos antes de alcanzar los propósitos fijados. En consecuencia, todas las iniciativas, los encuentros, los diálogos, los movimientos diplomáticos transcurren con la mayor discreción, sin que nada trascienda y pueda perjudicar o echar a perder las negociaciones. La Iglesia cultiva este modo de actuar. Y Bergoglio es experto en la puesta en práctica de este estilo de gestión.
Buen ejemplo de lo anterior es la manera en que se manejó, desde Roma, el proceso de acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. El mayor sigilo, diálogos y contactos directos, sin intermediarios, yendo a la raíz de las diferencias. Y en esto Francisco, si bien delega en sus colaboradores, interviene de manera directa cuando él lo cree necesario y considera que puede generar saltos cualitativos. El reconocimiento dado ahora al Estado palestino, el encuentro con Abbas y la canonización de las monjas palestinas puede leerse también como una señal: el Papa no va a dejar de lado sus esfuerzos de paz entre las dos naciones, aun cuando haya quienes se oponen. “Que nuestras santas palestinas traigan solidaridad y convivencia fraterna”, dijo el Papa en la plaza de San Pedro durante la ceremonia de canonización.
Netanyahu acusó el golpe, pero prefirió no responder directamente. Eligió reafirmar que “Jerusalén es sólo la capital del pueblo judío y de ninguna otra nación”. Y agregó, ante las demandas de las diferentes religiones sobre la internacionalización religiosa de la ciudad, que “la libertad de culto sólo es garantizada a todas las religiones en la ciudad bajo el dominio israelí. Los creyentes rezan en sus sitios sagrados, no a pesar de nuestro control, sino gracias a él”, subrayó.
Francisco está dispuesto a seguir “haciendo lío” en el escenario internacional. Y al hacerlo –él lo sabe– consolida también su imagen como líder global y contribuye, a su vez, a recuperar el prestigio para la Iglesia Católica que hoy conduce. Sabe que tiene muchos frentes abiertos, pero no está dispuesto a renunciar a ninguno de ellos. El acercamiento a China sigue siendo uno de sus objetivos centrales. A quienes quieran oírlo, el Papa que sorprende hoy a muchos de los que conocieron tiempo atrás a Jorge Bergoglio, cardenal de Buenos Aires, sigue diciendo que su propósito es “globalizar la solidaridad, la justicia y la paz”.
Como parte de la misma estrategia, Francisco también “hace lío” en el interior de la Iglesia. Esta semana elevará a los altares como beato al obispo salvadoreño Oscar Romero. El mártir a quien los sectores más progresistas del catolicismo bautizaron hace mucho San Romero de América. No pasará mucho tiempo antes de que los argentinos vean también en los altares al obispo riojano Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura militar en 1976. Pero así como aparecen las resistencias en el escenario internacional, los conservadores de la Iglesia también trabajan hoy activamente para contrarrestar los cambios impulsados en el sínodo 2014. Buscarán su revancha en octubre próximo, cuando vuelva a reunirse la asamblea sinodal en Roma. Será ésa una prueba de fuego para Francisco. Una instancia a la que seguramente no llegará sin antes realizar algunos movimientos estratégicos que le permitan mejorar su posición relativa.
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