EL MUNDO › EL SEMANARIO SATíRICO FRANCéS ATRAVIESA TURBULENCIAS INTERNAS
Renunció Luz, el dibujante más emblemático de la revista y uno de los sobrevivientes del ataque de enero. La diezmada redacción está dividida en torno del principio de llevar a cabo una gestión más colectiva y transparente.
› Por Eduardo Febbro
Charlie Hebdo se zambulló en una fuerte crisis. El semanario satírico francés atraviesa un pasillo de turbulencias internas muy alejadas de los valores históricos del semanario y de ese planetario “espíritu Charlie” que nació luego del atentado terrorista que, en enero 2015, diseminó la redacción de esta publicación irreverente. Los 30 millones de euros colectados después de la matanza de los hermanos Kouachi han acelerado la crisis que fue subiendo de tono hasta su desenlace más paródico: la renuncia, ayer, de Luz, el dibujante más emblemático de los que sobrevivieron al ataque y el que realizó el dibujo de Mahoma en el mundialmente conocido número que salió tras el atentado (14 de enero). Luz, en una entrevista publicada por el matutino Libération, anuncia que “ya no seré más Charlie Hebdo pero siempre seré Charlie”. Luz asegura que se trata de una “decisión muy personal”, meditada “desde hace mucho”, que ya estaba entre sus opciones antes del atentado pero que permaneció en la publicación “por solidaridad, para no abandonar a nadie porque no había mucha gente para dibujar”.
Su renuncia cae como una guillotina en medio del debate que agita al semanario desde hace varios meses sobre la forma de reconstruir una redacción diseminada pero con un tesoro de 30 millones de euros y dividida en torno del principio de llevar a cabo una gestión más colectiva y transparente de Charlie Hebdo. El antagonismo conoció a principios de mayo un episodio más digno de la metodología de un banco internacional o de una empresa con miles de empleados que el de una publicación “familiar” y anticonformista. La periodista Zineb el Rhazoui recibió una carta donde la jefa de personal la citaba para despedirla con la excusa de que había cometido “una falta grave”. El problema es que ese tipo de convocatoria, el estilo utilizado y los motivos invocados para el despido no concuerdan con la cultura interna de la revista ni con la trayectoria de Zineb el Rhazoui. La periodista de origen marroquí vive de hecho en estado de nomadismo, amenazada por los islamistas, protegida por la policía y con un marido que, según contó, “perdió su trabajo porque los jihadistas revelaron el lugar en el que trabajaba”. Según el portal Mediapart, la amenaza de despido se debe a que la periodista, debido a las amenazas, ha acumulado muchas ausencias.
Estos conflictos son, sin embargo, el segmento emergente de una confrontación interna que tomó cuerpo cuando, en marzo pasado, varios sobrevivientes del atentado pidieron públicamente que se refundara el semanario siguiendo la línea genuina y con mucha más transparencia en la gestión. Entre los firmantes de este manifiesto publicado por el vespertino Le Monde estaban la misma Zineb el Rhazoui, Luz y Willem. El texto dejaba claramente percibir tanto la crisis como el insuperable trauma que hunde a lo que se conoce como la “redacción de los sobrevivientes”. El manifiesto se preguntaba “¿cómo escapar al veneno de los millones que, con ventas enormes y también con donaciones y abonos, cayeron en los bolsillos de Charlie? ¿Cómo continuar fabricando este diario de espíritu libre que tanto queremos, un diario satírico y orgulloso de las ideas que trata de defender?”. Todo apunta a probar que la “economía social y solidaria” con la que Charlie funcionaba quedó entorpecida por el vals de los millones, las ambiciones de unos y otros y la lenta deriva hacia un estatuto de “empresa comercial” en desmérito de una gestión colectiva e igualitaria. En el manifiesto de marzo, los firmantes ponían en tela de juicio la forma en que Charlie Hebdo empezaba a ser administrado y la manera empañada con que se tomaban las decisiones. El texto, por ejemplo, alegaba que “hoy asistimos a decisiones importantes para nuestro diario, decisiones tomadas a menudo por abogados, cuyas motivaciones y metas son opacas. Hemos oído que se prepara una nueva fórmula de la que hemos sido excluidos”.
El Charlie Hebdo de la sátira feroz de los años ’70, el que renació tras los atentados de enero como el símbolo de la libertad de expresión y de los valores de tolerancia, parece hoy esfumarse en las tinieblas de un nuevo Charlie reinicializado con los valores de las empresas modernas. Aunque había sido también muy criticado en los meses pasados, la salida de Luz es como la sombra de un portón que se cierra dejando atrás toda una época, toda una cultura contestataria, anárquica e insolente. Charlie Hebdo es hoy tanto una marca como un signo universalizado. Ambas dimensiones pesan más que la originalidad que lo hizo sobrevivir durante los años en los que, con las transformaciones tecnológicas, la cultura de las redes y el tecnoconsumo, el semanario se fue extinguiendo poco a poco, cada vez con menos lectores y más deudas. Ahora tiene a ambos, una masa gigantesca de lectores y de dinero lo propulsaron a un renombre mundial. Los jihadistas que asesinaron a los periodistas están a punto de cometer un segundo crimen: borrar de la cultura una voz insurrecta cuyos protagonistas vivían y pensaban de esa forma. Demasiada fama, demasiada herencia macabra, demasiadas representaciones –la libertad, la justicia, la solidaridad, la libertad de expresión– y demasiado dinero.
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