Dom 24.05.2015

EL MUNDO  › OPINION

Gran-gran acuerdo o cuento chino

› Por Eric Nepomuceno

El momento brasileño es especialmente delicado. Ahora mismo, el pasado viernes, el gobierno de Dilma Rousseff anunció recortes de gastos que alcanzan 70 mil millones de reales, o sea, unos 33 mil millones de dólares. Programas sociales sufrirán fuertes ajustes. La educación, lema de su segundo mandato presidencial, perderá 14 por ciento de recursos. El gobierno admite, por primera vez, que el PBI sufrirá, este año, una retracción de hasta 1,2 por ciento. La renta de los trabajadores enfrenta pérdidas, la inflación trepa a 8 por ciento al año, el fantasma del desempleo empieza a ganar consistencia. El clima de insatisfacción generalizada es más palpable que un adoquín. El cuadro es exactamente el inverso de lo que Dilma anunció en su campaña electoral del año pasado, y las medidas anunciadas son precisamente las que ella decía que su adversario, el neoliberal Aécio Neves, iría a adoptar.

En ese escenario surgen, fulgurantes, los chinos, sacudiendo un grueso manojo de 53 mil millones de dólares para invertir en proyectos grandiosos y grandilocuentes en Brasil.

No es la primera vez que, en América latina, los chinos surgen como santos milagrosos capaces de salvar pueblos del desastre. Así fue en Argentina, por ejemplo, hace poco. El gobierno de Cristina Kirchner, sumergido y ahogado en una crisis aún peor que la enfrentada por su colega Dilma Rousseff, se salvó de un nocaut económico gracias a vigorosas inyecciones de dinero chino.

Nada comparable, sin embargo, a lo que ahora se anuncia en Brasil. Si los argentinos recibieron promesas de 11 mil millones de dólares, Brasil oye promesas de casi cinco veces más. Pero toda moneda tiene dos caras. Y si los recursos destinados a Argentina suscitaron dudas en Brasil, lo que ahora se ofrece a Brasil tiene al menos cinco veces más razones para despertar sensaciones similares.

Los chinos tienen, en Brasil, su principal socio latinoamericano, y uno de los principales en todo el mundo. Brasil, a su vez, obtiene con China su más espectacular superávit externo.

Hace tiempo que persisten, entre ambos países, fuertes discusiones sobre el comercio bilateral. Los chinos resisten, impávidos, a las muchas presiones brasileñas para que, además de commodities, compren productos manufacturados, de mayor valor agregado. Cada tanto China emite señales de que podrá avanzar en esa dirección, pero a última hora pide más plazo para decidir. En pocas palabras: se trata de un socio comercial complicado, difícil, pero muchísimas veces multimillonario.

Brasil, por supuesto, lo sabe. Hace ya varios años que la Cancillería brasileña tiene equipos altamente especializados en estudiar cada paso de los chinos y de prepararse rigurosamente para negociar con ellos.

Pues ahora mismo acaba de pasar por Brasil una misión comercial de China, segunda mayor economía mundial. Encabezada por el primer ministro Li Keqiang, la comitiva incluye a otros cinco ministros y unos 120 empresarios de los más diversos ramos.

Resultado de la visita: fueron firmados nada menos que 35 acuerdos de cooperación, entre bancos y empresas chinas y gigantes locales como Petrobras, la minera Vale y la fabricante de aviones Embraer. Los sectores participantes de los acuerdos van desde telecomunicaciones hasta energía nuclear, pasando por bancos y empresas de aviación. En total, los acuerdos prevén recursos chinos de unos 53 mil millones de dólares.

Gran euforia en el gobierno, gran desconfianza de parte de analistas financieros y de relaciones internacionales.

China tiene, desde luego, sonoras y consistentes razones para interesarse por invertir en Brasil. Pero el tamaño y el volumen de las promesas surgidas en esta visita del primer ministro chino a Brasilia sorprendieron, a punto de despertar suspicacias y dudas.

Se da por segura la compra de 22 aviones fabricados por la Embraer, con un valor total de 1100 millones de dólares. La liberación de compras de carnes exportadas por Brasil y el aumento del procesamiento de granos también ocurrirán, aunque no se sepa todavía por cuál valor. La oferta china de créditos de hasta siete mil millones de dólares para la complicada situación de Petrobras tiene hartas posibilidades de tornarse realidad, tanto como una financiación de cuatro mil millones de dólares para que Vale aumente su producción de minerales. Ese recurso surgirá de la venta de buques transportadores para China.

Otros aspectos de los acuerdos, en todo caso, tienen toda la apariencia de poder transformarse en puros cuentos chinos.

La creación de un inmenso fondo de inversiones –que completaría los mencionados 53 mil millones de dólares– es considerada una quimera. La construcción de una ferrovía uniendo el Atlántico con el Pacífico, otra. En energía nuclear, no hay más que difusas intenciones de cooperación.

En resumen: la visita del primer ministro chino sirvió de aliento a un gobierno deshidratado y ávido por buenas noticias, pero de ahí a la realidad queda una distancia seguramente mayor que la abarcada por la Muralla China.

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