EL MUNDO › OPINIóN
› Por Alfredo Serrano Mancilla *
El candado se ha vuelto a echar. Alemania quiere esta Unión Europea (UE) y no otra. Y no tolera ni permite que nadie le lleve la contraria. Por ejemplo, cuando en el año 2005 el pueblo francés y el holandés rechazaron el Tratado Constitucional, Alemania se las ingenió sacándose de la manga un Tratado de Lisboa que sustituía el anterior, pero sin necesidad de verse sometido al voto popular. En relación con lo de cumplir las reglas, tampoco es que Alemania sea el ejemplo a seguir. Por ejemplo, Alemania sigue sin cumplir el limite establecido en los Procedimientos de Desequilibrio Macroeconómico por la propia UE en relación con el superávit por cuenta corriente. Nadie puede ni alzar la voz. Otros ejemplos son las 14 veces que la misma Alemania ha incumplido los límites de déficit o deuda, que establece el Tratado de Maastricht, entre 2000-2010. Y tampoco pasa nada.
En estos años, Grecia le venía dando demasiados dolores de cabeza, y por eso esta vez Alemania se ha empeñado a fondo para que no haya nunca jamás ninguna vuelta atrás. La irreversibilidad de la Zona Euro ha de ser lograda cueste lo que cueste. Ya en el año 2011, el que era primer ministro griego, Papandreu, propuso que los ciudadanos griegos se pronunciarán en referéndum sobre el segundo rescate aprobado por Bruselas. Pero Alemania por ese entonces no dejó que eso llegara a su término. Su presión logró desconvocar la consulta popular. Eso de consultar al pueblo no está bien visto por la democracia made in Zona Euro. Alemania se impuso en Grecia y avisó a navegantes europeos que se permiten sólo aquellas consultas que tengan que ver con derechos y libertades civiles, pero que no afecten al ámbito de lo económico.
Esta vez, Alemania presionó para evitar que Tsipras preguntara a su pueblo; no lo logró y esto no le gustó. Pero esperó con la suficiente paciencia que le da tener la sartén europea por el mango. Alemania sabía que dentro de la Zona Euro la negociación tenía un margen excesivamente estrecho. La construcción de esta UE es un cerrojo en sí mismo; todo por afuera, nada por adentro. Lo de adentro, lo decide Alemania. Y así ha sido. Grecia, con el pueblo griego a su favor, pretendía poner encima de la mesa el siguiente trato: reestructuración de la deuda a cambio de aceptar algunas recetas de la política económica neoliberal. Por teoría de juego se sabe que solo es válida aquella opción que es verdaderamente creíble. Quizá sea ésta la razón de la dimisión de Varoufakis; él sabía que dentro de la Zona Euro no había propuesta en firme y creíble por parte de Grecia que no fuera la de aceptar lo que impusiera Alemania. En relación con la posible salida del euro, el mismo ex ministro de finanzas griego reconocía en su último artículo en The Guardian que “a falta de una infraestructura real para gestionar una inmediata salida, el Grexit sería como anunciar una enorme devaluación con 18 meses de anticipación: una receta para la liquidación de todo el stock griego de capital y su transferencia al exterior por todos los medios disponibles”. Esto es, que salir del euro tiene tanto costos ahora como los de quedarse. El acuerdo de Alemania, de lo tomas o lo dejas, exige a Grecia un fondo de 50.000 millones de euros a partir de las privatizaciones, subir el IVA para alimentos y otros bienes, congelar pensiones y aumentarlas a los 67 años, reforma del mercado laboral y seguir reduciendo la administración pública. Esto le permitiría un rescate de 86.000 millones de euros, que nada tiene que ver con la reestructuración pretendida desde el país heleno (que ha quedado para conversar en octubre, esto es, la nada misma).
La lección es contundente. Alemania jugó a sabiendas de que ganaba porque sabía que Grecia no iba a poner encima de la mesa la salida del euro. Como se conocía que Atenas quería quedarse adentro, entonces esto significaba negociar con las cartas desigualmente repartidas. Tsipras ganó en casa por goleada en votos, pero perdió afuera, donde manda el poder financiero. Siendo así, ya es hora de discutir seriamente sobre aquello que llaman democracia y no parece serlo.
* Doctor en Economía, Director Celag.
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