Mar 12.03.2002

EL MUNDO

Signos de neurosis de guerra

Por Suzanne Goldenberg *
Desde Jerusalén

Los israelíes están corriendo a comprar armas ante la repentina oleada de ataques palestinos a ciudades israelíes y la decisión de la semana pasada del gobierno de flexibilizar aún más las ya laxas leyes para portar armas. Hay 340.000 propietarios legales de armas en una población de 6,3 millones pero Vered Schnittman, el director de una armería en la ciudad central de Petah Tikva, dice que su clientela ha aumentado diez veces, llegando a tener 60 compradores por día. “Todos quieren una pistola. Nadie quiere tener miedo nunca más. Tengo gente que ha sacado las pistolas del ropero después de años, y ahora las están trayendo para controlarlas y comprar fundas. Es bastante triste”, dijo.
La corrida por las armas puede ser una reacción extrema, pero dos semanas de ataques aparentemente imparables de los militantes palestinos ha aumentado la sensación de inseguridad. “Empecé a llevar mi pistola todos los días para ir a mi departamento, y les puedo decir desde el fondo del corazón que me siento más segura”, dijo Schnittman. “No planeo matar a nadie, esa no es mi idea de la vida, pero en el caso de él o yo...”.
“Cuanto más poder usa, menos seguridad tienen los israelíes, y es por eso que la gente está pidiendo más bombardeos, más violencia”, dijo Ruchama Martin, un psiquiatra y fundador de Médicos de los Derechos Humanos. La mayoría de los israelíes confían en sus propias leyes para la seguridad: se sientan dentro de los cafés, no en las veredas, se acercan a los guardias de seguridad en las entradas de los shoppings para ver si están alertas. En los restaurantes, la llegada de una persona atrae las miradas.
En los barrios pudientes de Jerusalén, las familias se equipan con reproductores de DVD y sofisticados estéreos para mantener a los adolescentes en los hogares. En la línea de consulta Natal, un centro de crisis que trata a la gente con ansiedad sobre la situación de seguridad, el personal está recibiendo 50 llamadas diarias, que era el promedio semanal hace quince días. “Están preocupados, no pueden dormir, tienen visiones. Algunos han perdido el apetito, y otros no pueden dejar de comer. Algunos no pueden dejar de ver los noticieros por televisión, otros no los pueden aguantar,” dijo Sigal Haimov, el director del centro.
“Cuando uno va a trabajar, deja de pensar en esas cosas. Que alguien pueda entrar aquí y volarse en pedazos, él o ella y a todos nosotros, no tiene sentido”, dijo Sagit Amsalem, una camarera en un café que fue el escenario de un ataque suicida la semana pasada. “Hay peligros en todos lados, y si tuviera miedo, simplemente no podría vivir”.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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