EL MUNDO › OPINIóN
› Por Gabriel Puricelli *
A primera vista, las elecciones del pasado domingo en Grecia dejaron todo como estaba. El primer ministro seguirá siendo Alexis Tsipras. La coalición de gobierno seguirá uniendo en un matrimonio de circunstancias a la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) y a la derecha euroescéptica de los Independientes Griegos (Anel). Los términos a los que tendrá que ajustarse la política económica de ahora en adelante son los incluidos en el acuerdo de agosto con los acreedores del país. La única bandera que queda incuestionablemente en pie del programa económico original de Tsipras es el reclamo de una quita de la deuda: veremos si el Eurogrupo se aviene a satisfacerlo.
Semejante continuidad resultaría incompatible con la necesidad de llamar siquiera a nuevas elecciones, si no fuera porque el jefe de gobierno se vio obligado a reconstruir su base parlamentaria después de que la cuarta parte de los legisladores electos en las listas de su partido lo abandonara tras la aceptación in extremis de aquel acuerdo y sus condiciones crueles de ajuste. Tsipras no podía seguir gobernando así, al borde de sufrir una moción de censura cada vez que sesionara el Parlamento. Por otra parte, el mandato recibido en las elecciones de enero se había revelado de imposible cumplimiento: no era posible rechazar en sus términos principales el acuerdo con los acreedores y al mismo tiempo seguir en el euro. Lo que Syriza había prometido como dos objetivos compatibles entre sí fue devuelto en forma de dilema y ultimátum por los acreedores.
El partido pudo haber enfrentado esta situación unido, pero el mandato de los electores ya no iba a poder cumplirse en ningún caso. La minoría planteó abandonar la promesa de mantenerse en el euro y encarar la aventura de restablecer el dracma como moneda. La mayoría planteó mantenerse en el euro y realizar correcciones minimalistas al ajuste puesto como condición por el Eurogrupo. Sin unidad política y con un programa que difería del convalidado por los griegos a principio de año (se tomara la ruta que se tomara), volver a consultar a los griegos era indispensable: la renuncia de Tsipras no encerró ninguna sorpresa.
La apuesta de llamar a nuevas elecciones era tan arriesgada como obligada. Entre los riesgos estaban el de volver al llano y el de cansar a un electorado al que se lo convocaba a votar por tercera vez en el año (contando el referéndum de julio). El primero quedó descartado por el resultado electoral, que fue casi un calco del de enero, echando por tierra el “empate técnico” con los conservadores de Nueva Democracia que pronosticaban las encuestas. El segundo asomó su cabeza bajo la forma de 750.000 griegos que habían votado hace ocho meses y que esta vez decidieron quedarse en su casa. A la hora de la verdad, Tsipras perdió los 150.000 votos que se fueron con los disidentes, pero mantuvo casi el mismo porcentaje electoral con que fue elegido la primera vez.
Quienes prefieren que el pueblo sólo gobierne a través de sus representantes criticaron el llamado a elecciones por innecesario. Con los resultados en la mano, podrían sostener que tenían razón. Sin embargo, la elección era crucial para zanjar con la opinión ciudadana una discusión que no había ya modo de resolver puertas adentro de Syriza. Las preguntas a responder eran dos. Por un lado: ¿la izquierda debe aceptar el encargo de gobernar cuando los ciudadanos así lo deciden o sólo cuando el partido estima que las condiciones lo favorecen? Por el otro: ¿la izquierda debe llevar adelante su programa como si fuera un experimento, aun si no está segura de que hacerlo no les cause más dolor a sus ciudadanos que el que se les quiere evitar? Tsipras se había decantado por decir sí a lo primero y no a lo segundo. Los disidentes de Syriza, por decir que no o ignorar lo primero y por decir sí a lo segundo.
Una minoría (no hay que olvidarlo) de los griegos, los suficientes como para darle la posibilidad de formar una mayoría parlamentaria, estuvo esta vez de acuerdo con Tsipras. Hizo de Syriza el nuevo eje de la izquierda griega, confirmando el reemplazo del Pasok en esa función.
La situación económica precaria impide dar por hecha la emergencia de un nuevo bipartidismo. Los números tampoco lo certifican: la suma de Syriza y Nueva Democracia no alcanza ni el 65 por ciento. El propio Tsipras no prioriza un reordenamiento sobre el eje izquierda/derecha: al elegir a Anel para alcanzar la mayoría que también podría haber alcanzado eligiendo a los diputados del Pasok y de Izquierda Democrática (DA), busca un gobierno de “lo nuevo” en lugar de un gobierno incuestionablemente ubicado a la izquierda del centro. Da prioridad a una dicotomía que surge de la crisis económica del país, postergando (tal vez) una geometría más perdurable de un sistema político que sin duda seguirá en crisis mientras el país no haya recuperado la senda del desarrollo y reparado su maltrecho estado de bienestar.
* Vicepresidente del Laboratorio de Políticas Públicas (http://lppargentina.org.ar/)
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux