EL MUNDO › OPINION
› Por Washington Uranga
El papa Francisco está culminando hoy su visita a Estados Unidos participando de un acto en el marco del Encuentro Mundial de las Familias. Será un encuentro eminentemente religioso después de días muy intensos que tuvieron, tanto en Cuba como en territorio norteamericano, una fuerte marca política. El hecho de que Jorge Bergoglio haya elegido cerrar su periplo con una celebración de tono religioso, que además será la más masiva de todas, también debe leerse como parte de la estrategia del Pontífice. En Filadelfia se dará el más grande “baño de masas” (se esperan más de dos millones de personas) y se referirá a cuestiones claramente “pastorales”. Un doble límite para aquellos que critican su perfil “político” pero al mismo tiempo una nueva manifestación de respaldo popular que lo reafirma en su rol de liderazgo. Un broche de oro para un periplo exitoso que comenzó en Cuba y que culmina en Estados Unidos después de haber pasado en Nueva York por la Asamblea de las Naciones Unidas.
Para muchos analistas, este Papa se está convirtiendo en una figura indescifrable en términos políticos e ideológicos clásicos. ¿De derecha? ¿De izquierda? ¿Liberal? ¿Marxista? Dependiendo del lugar en que se ubique quien está haciendo el análisis, cada uno, más de uno y todos estos calificativos valen para Francisco. Es más. Si alguien se pone a analizar su historia personal y sus pronunciamientos en la Argentina sobre muchos de los mismos temas que ahora aborda (desde la diversidad sexual hasta su posicionamiento político) seguramente podrá leer contradicciones. Salvo en un punto: la defensa de los pobres que ha sido una constante siempre, antes y ahora. Los admiradores y defensores de Bergoglio sostienen que no hay ni en sus manifestaciones ni en sus prácticas ningún tipo de diferencias o contradicciones. Francisco, para ellos, es un auténtico Bergoglio. Existen otras miradas.
El periodista norteamericano Rush Limbaugh, habitual vocero de la derecha de aquel país, sostuvo sin pelos en la lengua que la exhortación apostólica Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), documento papal difundido en el 2013, es “puro marxismo”. El texto, mucho más “religioso” que la reciente encíclica Laudato si (Alabado sea) sobre la cuestión ambiental, incluía sin embargo una dura crítica al capitalismo salvaje. Stephen Moore, economista de The Heritage Foundation, dijo en Washington que el Papa “se ha mostrado muy escéptico con el capitalismo y el libre mercado y creo que eso es preocupante” y coincidió en que Francisco tiene “claramente tendencias marxistas”. George F. Will escribió en The Washington Post que “con el celo indiscriminado de un converso, (el Papa) abraza ideas impecablemente de moda, demostrablemente falsas y profundamente reaccionarias”. Y remató diciendo que sus propuestas “arruinarían a los pobres en cuyo nombre pretende hablar”.
Parte de la izquierda, sobre todo la de tradición marxista más ortodoxa, sigue recelando de Francisco. No termina de creer en la sinceridad de sus propuestas aunque los temas de agenda y también muchas de las posiciones coincidan con sus propios postulados. Existe casi una cuestión visceral de rechazo a la Iglesia Católica y a su institucionalidad. Y más allá de lo que diga, Bergoglio es el Papa del catolicismo, al que se considera retrógrado, reaccionario y aliado al poder antipopular. Para quienes así lo miran no bastan los “baños de masas” ni el respaldo popular que probablemente se leen como una expresión más de “alienación” religiosa.
Las manifestaciones de entusiasmo frente a las posiciones del Papa expresadas por el presidente Barack Obama y otros voceros norteamericanos operan a favor y en contra, según los casos. John Kerry, el secretario de Estado norteamericano, dice estar “profundamente satisfecho porque las prioridades de política exterior de Estados Unidos y los buenos oficios de la Santa Sede coinciden en muchos temas”. Y no se cansa de agradecerle a Bergoglio, como también lo hace Raúl Castro, la colaboración para el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. Bergoglio reedita con Obama y desde otro lugar ideológico, el diálogo y las coincidencias que en los años ochenta unieron a Juan Pablo II y Ronald Reagan, entonces para luchar contra el comunismo.
Frei Betto, un sacerdote católico brasileño identificado con la teología de la liberación y un gran aliado de Cuba y de Fidel Castro, sostiene en cambio que “toda la izquierda latinoamericana que conozco está muy feliz con el papa Francisco” porque “es el primer Papa que tiene claramente una opción con los pobres y que denuncia las causas de las injusticias, no solamente los efectos”.
Pero volviendo a lo anterior. ¿Se puede ubicar con sensatez al papa Francisco en algún “casillero” político ideológico? Fortunato Mallimaci, reconocido y prestigioso sociólogo de la religión argentino, dijo en declaraciones a la agencia Paco Urondo, que “un periodista del New York Times me preguntó si el Papa era liberal, conservador o de izquierda. Nada de eso. Es católico, porque es la catolicidad como otra manera de enfrentar esa concepción liberal y la marxista. Acabado hoy ese marxismo la Iglesia retoma su discurso antiliberal, anticapitalista para catolizar”, agregó. Y sostuvo que “el catolicismo no piensa la política alejada de la religión”. Para Eduardo Valdes, embajador argentino ante la Santa Sede, “el Papa no es marxista, ni populista, ni peronista. Es un cristiano en el sentido más profundo y quiere llevar adelante la palabra de Cristo y la conducta de San Francisco de Asís”.
Lo real es que el papa Jorge Bergoglio se ha transformado en una figura política de relevancia internacional que participa activamente de la agenda política, introduce temas en la misma, y fija posiciones desde una perspectiva católica, cristiana, pero también humanista e interreligiosa. Para hacerlo pone el acento en la defensa del hombre y de la vida, y muy especialmente en el cuidado de los pobres, los excluidos, los desplazados de cualquier tipo. El cuidado de las personas y sus derechos, es el punto que conecta todas las preocupaciones. Y su eslogan político son las tres T: techo, tierra y trabajo.
Puede ser prematuro hablar de Francisco como líder mundial. Pero nadie puede negar ya su incidencia. Por méritos propios para leer la coyuntura internacional y, desde allí, interpretar cuál puede ser el aporte de la Iglesia y el suyo personal. Pero además por la importancia que la religión (las grandes religiones) juegan en concierto mundial en el resquicio que dejan las crisis políticas e ideológicas.
Dentro de la Iglesia Católica también hay temblores de cambio. Muchos conservadores están “decepcionados”. Probablemente porque a la luz de algunos antecedentes (de los anteriores papas y los de Bergoglio obispo) esperaban otro discurso y mayor cercanía al poder hegemónico. No conciben una Iglesia enfrentada al poder. Lo dicen pero también recelan de lo que llaman “relativismo doctrinal” aludiendo a las aperturas de Francisco ante temas que habían sido tabú para la Iglesia (aborto, diversidad sexual, matrimonio) así el Papa hasta ahora no se haya movido un milímetro de la ortodoxia doctrinal. Lo que ha cambiado es la actitud pastoral poniendo el acento en el acercamiento a las personas concretas, a sus problemas y angustias.
En el aparato de la Iglesia hay quienes se preocupan porque ven llegar aires nuevos que quizá les hagan perder poder. Algunos, incluidos muchos obispos, prefieren no darse por enterados de que algo está cambiando o que cambió ya. Otros, en cambio, señalan que “hasta el momento Bergoglio no hizo nada” argumentando que habrá verdaderos cambios cuando se modifique la forma de gobierno y la estructura de poder todavía vigente y se avance hacia una conducción colegiada. Para ello se necesitan iniciativas muy fuertes de Francisco que, si bien ha dado indicios de caminar hacia allí, todavía están lejos de concretarse. Los “progresistas”, por calificarlos de alguna manera, están satisfechos con la agenda de Francisco y sus pronunciamientos. Confían en que se está produciendo un cambio que, admiten, era inesperado para ellos en el momento en que Bergoglio inició su pontificado. Basta escuchar las lisonjas hacia Francisco de teólogos como Leonardo Boff o Gustavo Gutiérrez.
Se sabe que los contenidos no son separables de las formas. Menos en este tiempo en que la cultura de la comunicación todo lo traduce en símbolos, en gestos, en imágenes. Y Francisco apoya su discurso en una gestualidad de cercanía, de jovialidad, de sencillez y austeridad que repercute muy positivamente en las audiencias en general, católicas o no. A tal punto es así que L’Osservatore Romano, diario oficial del Vaticano, ha comenzado a publicar, por primera vez en la historia de la Iglesia, caricaturas del Papa. Como el hecho de que el Bergoglio hay elegido vivir en una residencia austera este también es un símbolo de una nueva época.
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