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El costo de la “guerra contra el terror”
Por Robert Fisk*
Este es el precio de unirse a la “guerra contra el terror” de George W. Bush. Mientras éste visitaba Londres en su gira triunfal, ellos no pudieron atacar a Gran Bretaña, así que fueron por la yugular en Turquía. El Consulado británico, la principal sucursal del banco británico HSBC, un shopping con supermercados Tesco y Marks and Spencer. Un Londres en el extranjero. Y, por supuesto, nadie –al menos ningún turco– imaginaba que iban a atacar dos veces en el mismo lugar. Turquía ya tuvo su dosis de ataques, ¿no? “Ellos” deben ser Al-Qaida. Y, por supuesto, van a atraer el veneno de siempre simplemente para indicar que nosotros, los británicos, ahora estamos pagando el precio del infantil intento de Bush para reformar Medio Oriente en beneficio de Israel. Contar la verdad brutal sobre el costo humano de la alianza de Tony Blair con el gobierno de Bush es “hacerles el trabajo a los terroristas”, ser su “propagandista”. Entonces, como siempre, todas las discusiones sobre la atrocidad de ayer se suspenderán.
Pero los gobiernos norteamericano y británico saben muy bien lo que esto significa. Los australianos pagaron el precio de la alianza de John Howard con Bush en Bali. Los italianos pagaron el precio de la alianza de Silvio Berlusconi con Bush en Nasiriya. Ahora es nuestro turno. Al-Qaida fue bastante claro. Los sauditas iban a pagar. Los australianos iban a pagar. Los italianos iban a pagar. Los británicos iban a pagar. Ya lo hicieron todos. De la lista de Al-Qaida queda Canadá. Hasta que, yo supongo, otra vez sea nuestro turno. Ya en 1997, Osama bin Laden me decía que Gran Bretaña sólo podría escapar a “la furia” islámica si se retiraba del Golfo.
Ninguno de estos asesinatos en masa tuvieron un único propósito. Turquía está aliada a Israel y Ariel Sharon ha visitado Ankara. Junto a gran parte del mundo árabe, Irak odia a Turquía por sus antecedentes otomanos. Turquía es una nación sunnita musulmana, donde la secta Wahabi del Islam mantiene a sus creyentes bien protegidos. Y Turquía es un país secular declarado, que está fuera de la “umma”, las fronteras de la “sharia”, la ley islámica. Y si los sauditas son atacados porque su régimen islámico está dirigido por una monarquía corrupta, Turquía es atacada porque no es lo suficientemente islámica. Destruyan Turquía. Destruyan las relaciones entre los musulmanes y judíos en Estambul, el fin del doble atentado suicida del sábado pasado. Y destruyan al gobierno “islámico”, la componenda que ahora gobierna Turquía. Todo esto debe haber pasado por la mente de Al-Qaida.
Tampoco deberíamos engañarnos sobre lo que siempre llamé “el cerebro”. Tenemos el hábito de pensar –cortesía, supongo, de la retórica “ahóguenlos”-”tráiganlos” de George W. Bush– que los terroristas no entienden al mundo exterior. Si están “contra la democracia”, no nos entenderían, ¿no? Pero sí nos entienden. Sabían exactamente lo que hacían cuando atacaron a los australianos en Bali. Sabían que la invasión a Irak era muy impopular en Australia y que Howard era, en definitiva, el único culpable. Sabían que la invasión era impopular en Italia. Entonces debía ser castigada por la alianza de Berlusconi. También sabían de las manifestaciones que esperaban a Bush en Londres. Así que ¿por qué no distraer la atención de este funcionario engreído atacando a Gran Bretaña en Turquía? ¿A quién le importa la visita de Bush a Sedgefield (el pueblo natal de Blair) cuando los británicos están tirados, muertos, en el piso de su consulado en Estambul?
Lo mismo pasa en Irak. A pesar de lo minúscula que acá pueda ser la participación de Al-Qaida, los insurgentes iraquíes están al tanto de la caída en picada de las encuestas sobre la popularidad de Bush en Estados Unidos. Saben lo desesperado que está por salirse de Irak para antes de las elecciones presidenciales del año que viene. E incrementan sus ataques contra las tropas estadounidenses y sus aliados iraquíes provocan represalias cada vez más feroces del ejército norteamericano. Tenemos una fatal ignorancia sobre aquellos contra los que fuimos a la guerra: que viven en cuevas, aislados de la realidad, que atacan a ciegas, “desesperadamente”, como Bush quiere hacernos creer. Mientras, ellos se dan cuenta de que el mundo libre está dispuesto a destruirlos. Ahora, sospecho que están resueltos a destruir a Bush no política, sino físicamente. Y a Blair también. En una guerra en la que todos vamos a destruir el liderazgo de nuestros antagonistas, sólo podemos esperar que ellos adopten la misma política.
Pero seguimos sin entender. Tomen los pesados discursos de Osama bin Laden. Cuando se transmiten sus casetes de audio, los periodistas siempre nos preguntamos lo mismo. ¿Es él realmente? ¿Está vivo? Esa es nuestra única narrativa. Pero la respuesta árabe es muy diferente. Saben que es él. Y escuchan lo que dice. Nosotros también deberíamos hacerlo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: M. B.