Sáb 22.11.2003

EL MUNDO  › BUSH SE DESPIDIO DE LOS BLAIR COMIENDO EN UN “TIPICO” PUB DE CAMPO

Un almuerzo en La Vaca Marrón

Costó un millón de libras en seguridad y transporte y 13,99 en merluza y papas fritas. Bush llegó al pequeñísimo pueblito natal de Blair, tomó una cerveza sin alcohol y comió una “típica”
comida inglesa. Hubo 1300 policías y 300 manifestantes en contra.

Por Cahal Milmo *
Desde Sedgefield

En el siglo siete, el obispo San Cutberto profetizó que sus discípulos deberían enterrarlo donde encontraran una vaca marrón. La profecía se cumplió, y un pub rural –”La Vaca Marrón”– se alza no lejos de la abadía que guarda los restos del santo, pegada a la pequeñísima villa de Durham. En ese lugar idílico, con un vaso de cerveza sin alcohol en la mano, el presidente norteamericano George Bush terminó ayer su visita de cuatro días a Inglaterra en compañía del premier Tony Blair y de sus esposas.
La región de Sedgefield es la base territorial de Blair, que tiene una pequeña casa de fin de semana en otro pueblo ínfimo y proletario, Trimdom Colliery, de tradición minera. Allí comenzó la visita, a las 11.53 de la mañana, cuando cuatro helicópteros aterrizaron en la cancha de fútbol local y los Blair recibieron, de sport, a los Bush. Un selecto grupo de vecinos –todos laboristas y todos entrenados– fueron presentados a los visitantes norteamericanos. Bush, tal vez mareado por tres días de palacios y lacayos reales, abrazó a la primera que le presentaron –Jemma Grieves, de 26 años– y le agradeció sus servicios. No era la primera confusión de la visita: el servicio secreto le había preguntado a Blair cuántas hectáreas tenía su casa de fin de semana, que consiste en un chalecito con un jardín.
A la una en punto, la comitiva llegó a La Vaca Marrón, que lucía plantas artificiales tapando desagües enrejados y bocas de lluvia soldadas por el personal de seguridad. El pub estaba repleto de clientes, en rigor punteros laboristas locales rigurosamente seleccionados. El dueño del pub, Geoff Rayne, comentó después que “Bush estaba encantado con todo. Estuvieron charlando unos diez minutos con la gente y después se sentaron a comer”. Tras tres días de haute cuisine, el presidente texano y ranchero se sentó a una mesa con un simple mantel blanco a comer un almuerzo campesino de sopa de puerros, bastoncitos de pescado con fritas y arvejas. Bush tomó una pinta de Bitburger sin alcohol, y la cuenta fue de trece libras con 99 peniques.
El precio, sin embargo, es relativo. Para la visita se movilizaron 1300 policías y varios equipos de seguridad que peinaron finamente la región por días. El costo total, confirmó el condestable de la policía de Durham –una de las fuerzas más pequeñas del país–, fue de un millón de libras esterlinas o un millón seiscientos mil dólares. Por lo que, si se prorratea este costo en un almuerzo, las sopas costaron 247.000 libras, el pescado con fritas 670.000 y las cervezas 83.000.
A 300 metros del pub, en la plaza de la pintoresca villa, detrás de tres líneas de barreras antidisturbios y fuertemente custodiados, trescientos manifestantes protestaban por la visita. Jane Harmason, una activista de 37 años del vecino pueblo de Bishop Auckland, dijo que la visita era “un circo, otra coreografía para que el presidente salga en la televisión y se coma un almuerzo millonario. Todo es falso, sólo falta que el inspector Morse llegue en su Jaguar rojo a tomarse su pinta”.
Para Joan Smith, de 81 años y afiliada laborista por 65 años, fue “un día de tristeza”. Sentada en un cómodo sillón traído del pub de la villa, Smith repudió a los políticos por altoparlante y afirmó que “tengo el corazón roto porque Tony se haya unido a ese hombre en una guerra que no tiene razón ni justicia. Solía saludarlo con un beso, pero ahora no puedo ni mirarlo”.
Otras reacciones a la visita de los Bush al Reino Unido tocaron líneas similares. Para Tony Benn, el viaje fue pura pompa “y dejó al descubierto el vacío de ideas y la crisis creada por la invasión a Irak. Creo que ni vale la pena criticar a Bush y Blair, porque si se esfumaran el problema seguiría intacto”. El ex canciller Sir Malcolm Rifkind consideró que la visita no salió tan mal si se consideran las negras expectativas que habíadespertado de antemano. “Nunca podría haber sido una visita normal por la inmensa seguridad que requirió.”
Para el ex ministro de Finanzas Lord Healey, la esperanza es que la visita sirva “para que Bush perciba la infelicidad general hacia su política con Irak. Debe haberlo escuchado, debe haber visto su estatua siendo derribada por televisión. Creo que fue imprudente en venir, porque enfocó a la oposición en su figura e hizo que Blair fuera un poco menos popular”. El líder del grupo de derechos civiles Liberty, Shami Chakrabarti, mencionó un lado positivo: “Si Blair pudo persuadir a Bush de que los británicos encarcelados en Guantánamo sean juzgados en Gran Bretaña, la visita valió la pena”. La fundadora del Body Shop y acérrima enemiga de la guerra de Irak, Anita Roddick, subrayó “la perfección” de las manifestaciones, que “separaron su indignación con Bush del afecto por el pueblo americano. En esto las manifestaciones fueron brillantes, exactamente como deberían ser. Y solidificaron la sensación de que ese hombre y su gobierno de derecha son peligrosos”.

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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