Sáb 22.11.2003

EL MUNDO

En la golpeada Estambul hay más enojo que miedo a las bombas

Mientras el gobierno anunciaba que ya había detenidos por los atentados contra el HSBC y el consulado británico, la ciudad trataba de volver a la normalidad y se respiraba un aire de furia “contra turcos que matan a otros musulmanes en pleno mes sagrado”.

Por Peter Popham*
Desde Estambul

Las hojas comienzan a caer, el cielo es un azul brillante, el tiempo todavía es cálido y a la noche hay un fresco agradable: es la mejor época del año en Turquía. Acaba de terminar el mes de Ramadán y llegó Kadir, la primera de las nueve noches de festejo, Navidad, Año Nuevo y Pascua combinadas en una fiesta donde se adornan las casas, todo el mundo se viste con lo mejor y abundan las visitas a amigos y parientes. Pero después de las cuatro masivas explosiones en el centro de Estambul en apenas seis días, el ánimo de la gente, al decir de un vecino, “es surrealista”. Si algunos se encerraron en sus casas asustados, hay muchos más en la calle, suficientes para dar una impresión de robusta normalidad. Esta enorme, antigua y dinámica ciudad no perdió su pulso. ¿Y el ambiente de fiesta? Simplemente no existe.
De hecho, lo que había en las zonas de las explosiones era un claro ambiente de odio y furia. “Esto lo hicieron turcos –dijo una mujer–, turcos que asesinan a sus hermanos musulmanes en el mes sagrado del Ramadán. ¿Qué puede ser peor que esto?” Un joyero, con su tienda destruida por uno de los atentados, dijo que “si llegamos a agarrar a los que hicieron esto, los vamos a cortar en pedazos con nuestras propias manos”.
“No hay pánico porque esto no es nuevo, ya vimos actos terroristas antes”, dice Selina Alpauti, un periodista local. “Y siempre hay algo fuera de lugar en Turquía. Lo que hay no es tanto miedo como enojo.”
Cómo están tomando los diplomáticos británicos el ataque en su contra es un misterio, porque tienen órdenes de no dar entrevistas. Otros residentes ingleses siguieron con sus vidas, decididos a vivir en una ciudad cuya dinámica empresaria supera por mucho los riesgos, al menos por ahora. Pero en el tradicional distrito comercial que rodea al consulado británico donde murieron 16 de las 27 víctimas del jueves, la furia es palpable.
Ese día, poco después de las once de la mañana, un camión con 250 kilos de explosivos avanzó rápidamente por la estrecha calleja comercial que lleva a la entrada del consulado, se estrelló y arrancó de cuajo los portones de metal y estalló, destruyendo las casetas de guardia y las oficinas provisorias del consulado. La detonación fue tan violenta que muchos en la ciudad pensaron que era otro terremoto de los que abundan en Estambul.
Ayer, viernes, la zona seguía acordonada por la policía y una pequeña y sombría multitud, compuesta mayormente por personas que trabajan en los negocios de la calleja, miraba desde las barreras la desolación y las ruinas. “Justo salía del negocio cuando la bomba explotó”, dijo Mesrutiyet Caddesi. “Apenas había doblado la esquina, me salvé por un minuto. Uno de mis compañeros de trabajo murió y la empresa está mandando el cuerpo a su pueblo para el entierro.” Otro hombre cuenta que estaba desayunando cuando ocurrió y que pensó “que era una garrafa explotando. Ayer todo fue confusión, hoy estamos furiosos”.
Un hombre que trabaja en una joyería de la calleja contó que “no somos nosotros mismos, estamos como en automático, moviéndonos por costumbre. Estoy más enojado que asustado. Una compañera de trabajo murió desangrada porque la explosión le cortó una arteria del cuello. Toda mi vida quedó sepultada en los escombros. Esta furia no se me va a ir nunca.” Merlut Zeren, un contador, dijo que “no sé si vamos a poder observar las fiestas o no. Todo el mundo está en un estado de ánimo muy raro. ¿Ve esas oficinas a la vuelta? Están vacías, nadie se animó a ir a trabajar. Los shoppings están vacíos, nadie quiere arriesgarse. Yo mismo estoy vivo de casualidad, estaba en un hotel cuando explotó. También podría haber caído en el ataque a las sinagogas del sábado pasado, porque paso por delante cuatro veces por día”. Las explosiones dobles es una de las marcas en el orillo de Al-Qaida, el grupo que podría ser responsable. Matar a musulmanes es un límite que los terroristas rebasaron recientemente: hace apenas dos años, muchos musulmanes afirmaban que los atentados suicidas eran antiislámicos. Pero gradualmente se nota la influencia de los más duros, los que están dispuestos a ampliar los límites de lo que se puede hacer por la Jihad. Pero si los terroristas son un enemigo formidable, los turcos, después de 15 años de guerra con los separatistas kurdos y 40.000 muertos, ya no son ni tímidos ni impresionables cuando se trata de terrorismo.
A diez minutos de caminata del consulado británico, en una calleja aún más angosta, está una de las sinagogas voladas la semana pasada. También hay docenas de pequeños negocios especializados en candelabros y pantallas para lámparas: en toda la calle no quedó una vidriera intacta. Pero en menos de una semana, la calleja había vuelto a la vida y los negocios estaban reabiertos, llenos de vidrieros y albañiles reparando los daños, en un despliegue de energía. Aquí hay una determinación, una dureza y una practicidad ante la violencia que hace pensar en la Londres bombardeada por los nazis.
Si los turcos lamentan que su gobierno sea un aliado de Occidente, que haya establecido relaciones diplomáticas con Israel, que sea un importante miembro de la OTAN y tenga relaciones estrechas aunque inestables con EE.UU. –todos elementos que transformaron al país en blanco de Al-Qaida– no se notó esta semana. Tampoco nadie pareció creerles a los que dijeron que la guerra en Irak fue lo que trajo el terrorismo de vuelta a Estambul. Pese a tener su primer gobierno islámico, Turquía parece tan determinada como siempre a tener un Islam “light”, un híbrido de fe y consumismo que el primer ministro Tayyip Erdogan define como “una síntesis de Oriente y Occidente”.
Pese al estoicismo, Turquía no será la misma después de los atentados, algo que garantizan los blindados en las calles, las tropas y el aire de histeria controlada. Hace veinte años que no moría un diplomático extranjero en Turquía. Nunca nadie había enviado un mensaje tan claro a los turcos sobre su lugar en el mundo.
El mayor hospital público del centro de Estambul recibió el jueves a 190 heridos. Anoche quedaban 13, tres de ellos en terapia intensiva. El jefe de la guardia, el doctor Suleyman Bayraktar, estaba de turno en el hospital, que queda a un kilómetro y medio del consulado. “Fue tan fuerte la explosión, que me pareció que habían puesto la bomba en el hospital, justo arriba de mí”, contó el médico. “Lo curioso es que todo el mundo, estuviera donde estuviese en el momento de la detonación, pensó lo mismo, que la bomba estaba en su propio edificio.”
Y en un sentido metafórico, era verdad.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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