EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader
Al comienzo del período neoliberal, las adhesiones al nuevo modelo fueron muy amplias y rápidas. Empezando con la dictadura de Pinochet en Chile, el nuevo modelo fue incorporando a nacionalismos, como el del PRI en México y el peronismo de Menem en Argentina, y a partidos socialdemócratas como en Chile, en Venezuela y en Brasil. Fue un comienzo avasallador, parecía que ninguna corriente podría escaparle. El Consenso de Washington y el pensamiento único han buscado consolidar teóricamente la conversión de casi todas las fuerzas políticas en ese modelo.
Sin embargo, el auge neoliberal fue corto. Rápidamente las tres economías más grandes del continente –la mexicana en 1994, la brasileña en 1999 y la argentina en 2001/2002– tuvieron crisis fulminantes, que han roto con la euforia por el éxito del modelo. Sus principales próceres han sido derrotados, algunos de ellos fueron a la cárcel –Fujimori, Carlos Andrés Pérez– o han quedado marcados para siempre por la experiencia negativa de sus gobiernos –como Cardoso y Menem, entre otros–. Las economías no habían vuelto a crecer, la concentración de la renta había aumentado, así como las deudas públicas. El modelo neoliberal –el gran proyecto de reconversión modernizadora de la derecha– había fracasado en todas su línea. Fueron derrotados sucesivamente en varios países y en otros se han sucedido gobiernos de derecha, sin mayor éxito.
La izquierda ha resistido como pudo en los años 90, aislada, hasta que ha retomado iniciativa con las elecciones de Hugo Chávez en Venezuela en 1998, de Lula en Brasil en 2002, de Néstor Kirchner en Argentina en 2003, de Tabaré Vázquez en Uruguay en 2004, de Evo Morales en Bolivia en 2005, de Rafael Correa en Ecuador en 2006. Se han abierto procesos de lucha en contra de la pobreza y la miseria, en el continente más desigual del mundo, aun con esos gobiernos recibiendo herencias muy duras como recesiones prolongadas, sociedades más desiguales, Estados más debilitados.
Desde entonces esos países han pasado por momentos de gran crecimiento económico, estabilidad política y la disminución de la pobreza y la miseria más grande de sus historias, aún en el marco internacional de recesión y de aumento de las desigualdades. Fue por lo menos una década en cada uno de esos países de un esquema virtuoso de crecimiento y distribución de renta.
Mientras tanto, la derecha ha jugado sus fichas en países como México y Perú con inmensos fracasos. Aun cuando la economía crecía en esos países, los índices sociales no han mejorado. Los gobernantes se han sucedido, uno después del otro, desprestigiados y derrotados políticamente. Respecto a la ultraizquierda, ha permanecido con sus posturas de críticas teóricas, pero en ningún país ha construido alternativas, que siempre están protagonizadas por la derecha. Ningún liderazgo importante ha surgido ni en la derecha, ni en la ultraizquierda.
Después de resistir a la más grande crisis del capitalismo internacional desde 1929, aún los países posneoliberales sufren las consecuencias de la profunda y prolongada recesión internacional. Sumado a errores de política interna, se producen crisis en algunos de esos países, con derrotas electorales en Argentina y en Venezuela, y desgastes de gobiernos en Brasil y en Ecuador.
Sin embargo, aún si no lograran recuperarse en esos países, no se puede decir que hubo un fracaso de la izquierda latinoamericana. Se puede hablar de fracaso en países como México y Perú, en que el desgaste político y social de los gobiernos no pudo hasta ahora ser aprovechada por la izquierda para elegir gobiernos y construir alternativas al neoliberalismo.
En los países en que pasó a gobernar, la izquierda ha puesto en práctica un modelo victorioso de retomada del desarrollo económico con distribución de renta, aun a contramano de las tendencias internacionales. Es la única región del mundo que logró elegir a gobiernos antineoliberales y empezar a poner en práctica procesos de ruptura con el neoliberalismo. Las inmensas transformaciones sociales positivas en esas sociedades permanecen y son una marca incuestionable del éxito de esos gobiernos.
Los gobiernos de izquierda han logrado fortalecer procesos de integración regional por toda América latina y el Caribe. Por primer vez en su historia, estos procesos son relativamente autónomos respecto de Estados Unidos. De forma que esos gobiernos aparecen como el eje de la izquierda mundial en el siglo XXI, y son referencias incluso para fuerzas de la nueva izquierda europea, como Syriza y Podemos.
Aún en la crisis actual en algunos de esos países, las fuerzas que están calificadas para superarlas de forma progresista, son las de la izquierda latinoamericana del siglo XXI. La derecha propone restauraciones conservadoras y represivas, de las que el gobierno de Mauricio Macri en Argentina es un claro ejemplo. El futuro de América latina en el nuevo siglo depende de la disputa entre los gobiernos posneoliberales y los proyectos de restauración neoliberal.
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